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¿Qué Mundial? No sé de qué me habla

Publicado el 19 junio 2014 por Oscar @olavid25

Ahora el Mundial nos importa un pimiento. Lo de Chile nos ha desconectado. Asistimos como espectadores a estos acontecimientos con un egoísmo propio de nuestro tiempo. ¿A santo de qué viene malgastar nuestra vida contemplando el disfrute de otros? Por lo que a España y a su afición respecta, como si suspenden el campeonato, dan la razón a los movimientos de protesta, dedican la pasta pendiente de gastar a educación y le dan el trofeo a Brasil, que acabará ganándolo. Si hay dudas, al tiempo… y al árbitro. ¿Qué Mundial? Menos mal que el desastre ha alcanzado tal dimensión que no da ni para un profundo/estúpido debate sobre la idoneidad del sistema, la elección de los jugadores, la valentía del seleccionador, la oportunidad de entrenar con frío o la dureza de la competición doméstica. Siete goles en contra y uno a favor (de penalti, tal vez injusto). Espectáculo bochornoso en cadena de las grandes figuras mundiales… Así se hace, contundente respuesta y los debates, para la política. O, mejor aún, para la sucesión de Rubalcaba. En el fútbol de España estamos todos de acuerdo: Una m… y a otra cosa mariposa. Como en el anuncio que Mahou tenía preparado por si pasaba lo que pasó. Gente previsora, aunque haya provocado más de un mosqueo.

Luego, avanzará la competición y nos haremos, aunque sea en secreto, de algún equipo. De Argentina, porque son guerreros; de Holanda, porque nos pintaron la cara; de Alemania, porque saben a lo que juegan; de México, ala bin ala ban, ala bin bon ban… Y de Brasil, si queremos que ganen los nuestros. Y, luego, una final que se olvidará. Yo ya no tengo cabeza para acordarme, como lo hice durante años, de aquella final Holanda-Alemania del 74, que se me quedó grabada una noche en el bar Amaya de Bilbao, con mi tío Iñaki. Fue una extraña reunión familiar y, de fondo Neeskens, Cruyff, Beckenbauer y Müller en aquella tele en color colocada tan alta que te dolía la cabeza a los dos minutos.

Las citas históricas ya no son lo que eran. Veo al nuevo rey, Felipe VI, y a su señora y ya no siento ningún escalofrío. Ya nunca más desde que vi estrellarse los dos aviones contra las torres gemelas aquel 11-S, en una televisión en blanco y negro, porque todavía no habíamos acabado la mudanza. Reyes, Papas, lehendakaris, camareros, compañeros de trabajo, becarias, presidentes de la comunidad de vecinos… Hace unos años, me sabía los dos apellidos de todos los parlamentarios vascos. A estas alturas, me confundo cuando me preguntan mi edad en las revisiones médicas. Ya no pongo atención, como La Roja. Así nos va.


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