Revista Historia

Què vos passa, valencians?

Por Nesbana

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“El día de hoy es un día de consagración nacional. Estoy seguro de que mis conciudadanos esperan que, al llegar a la Presidencia, me dirija a ellos con la sinceridad y la decisión que de nosotros exige el momento actual de nuestro país. Este es, principalmente, el momento de hablar con la verdad, cabal, franca y valientemente. No podemos ignorar las condiciones a las que honradamente, nuestro país debe hacer frente. Esta gran nación ha de perdurar como ha perdurado, revivirá y prosperará. Así pues, ante todo, permítanme expresar mi firme certidumbre de que lo único a que debemos temer es al temor mismo: al terror desconocido, irracional, injustificado, que paraliza los esfuerzos necesarios para hacer de la retirada un avance. En todas las horas oscuras de nuestra vida nacional, un liderazgo sincero y vigoroso se ha unido a la comprensión y al apoyo del pueblo mismo, condición esencial para alcanzar la victoria. Estoy seguro de que una vez más ustedes darán ese apoyo a fin de precisar el rumbo en estos días críticos”.

Parecen palabras del pasado 24 de mayo proclamadas por algún líder valenciano, madrileño o catalán, pero no lo son. Es Franklin Delano Roosevelt el 4 de marzo de 1933 el que se dirige a la nación azotada por la Gran Depresión con estas palabras. En este conocido discurso vemos la determinación a actuar: la promesa de una acción que no puede demorarse, que es ya urgente ante una nación que sufre el paro de una cuarta parte de sus asalariados, que carece de subsidios y que está inserta en una gran crisis financiera con la caída abismal de los precios y beneficios como nota característica. Es un discurso que, cuando menos, produce expectación, cierta ilusión: se dirige a sus ciudadanos, los anima a no temer, a ser francos y valientes. Estas palabras de toma de posesión del presidente Roosevelt causaron un gran revuelo: cartas de reconocimiento enviadas por los ciudadanos a la Casa Blanca; temores y críticas de reticentes a creer en un cambio de rumbo; y una gran repercusión internacional en Europa, Australia y Alemania. Incluso la prensa de la Italia fascista vio equivocadamente en este discurso la bondad del fascismo por la determinación de la acción. Las medidas que se tomaron a partir de este momento se conocen como las reformas de los Cien Días, esos primeros meses de cualquier gobierno en que lo fundamental se pone encima de la mesa, en que lo urgente se pone en marcha; en este caso, la reforma bancaria, la agrícola y la del trabajo.

Todavía en resaca electoral asistimos a un aluvión de noticias en Valencia sobre las incertidumbres del futuro nuevo gobierno. ¡Qué políticos y qué imaginativos nos hemos vuelto todos ahora! Tras años de letargo, la ranciedad más vetusta comienza a resurgir: de repente los muros de las redes sociales se llenan de consignas anticatalanistas, en contra de esa misma lengua que hablamos por estas tierras, en contra de banderas y banderines, de himnos y de juglares. Muros poblados por eslóganes acompasados por el periódico ABC que hace del peligro catalanista su mejor baza demagógica y electoralista.

Comienzan tiempos interesantes, como diría Hobsbawm, tiempos en que los ciudadanos que confiamos en un cambio tenemos el derecho a exigir una determinación real en la política, una tanda de medidas de urgencia en materia educativa, sanitaria, social y lingüística; a demandar que la vanidad individual –comprensible y lógica para personas que se han dejado la piel en la persecución y denuncia de la corrupción– de los líderes políticos no acabe en estériles reyertas que podrían debilitar lo que puede ser una gran oportunidad. Que el miedo no acampe por aquí, y que los agoreros apoltronados en los pasillos del sistema den paso a la ilusión. Llega “el momento de hablar con la verdad, cabal, franca y valientemente”.


Què vos passa, valencians?

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