Revista Cultura y Ocio

Queridos fantasmas perdidos en el lejano Este.

Publicado el 25 julio 2016 por Alguien @algundia_alguna

Cruce de vías

Queridos fantasmas.

“He visitado la casa de James Joyce en Dublín, las casas de Franz Kafka en Praga. Me he sentado en silencio al lado de Samuel Beckett y Marguerite Duras en el cementerio de Montparnasse. También estuve celebrando con Julio Cortázar los cincuenta años de Rayuela, brindamos con vino y luego dejé la botella sobre las marcas de tiza dibujadas en el suelo. Hice un viaje especial para ir a ver a Albert Camus en Lourmarin, junto a la lápida que señala las dos fechas más importantes de su vida: 1913-1960. «Cuarenta y siete años, nada más» dije, como si le echara en cara que nos hubiera dejado. Me repitió que «perder la propia vida es una nimiedad, pero perder el sentido de la vida, ver cómo desaparece nuestra lógica, es insoportable. Es imposible vivir una vida sin sentido». ‘Me quedo con ustedes’, es el epitafio que escribió Jean Cocteau antes de reunirse con su amiga Édith Piaf, que hacía sólo unas horas se había ido para siempre. Fui también a Larache para ver el lugar donde por fin descansaba ‘la bomba Genet’, como lo llamaba Cocteau. Lo sorprendí mirando el mar en el cementerio español y su ausencia me sugirió la belleza de los hundidos. Nací y pasé la infancia y adolescencia en el mismo piso bajo de calle Muntaner en el que compartieron taller Santiago Rusiñol y Enric Clarasó, desde entonces me visitan los fantasmas en mi casa de Málaga. Me levanto en medio de la noche y me cruzo por el pasillo con Eleonora Duse, Isaac Albéniz, Amadeu Vives, Maragall, Ramón Casas, Joan Cerdá, Sánchez Ortiz, y muchos artistas más que estuvieron en las mismas habitaciones que yo habitaría algo más de medio siglo después. En el taller de sastre de mi padre, Rusiñol no pintaba nada, necesitaba estar al aire libre. La memoria regresa en cuerpo y alma. No sé por qué esta obsesión por citarme a solas con los que no están. Sigo evocando las marcas de los besos sobre el recuerdo de Oscar Wilde en el cementerio de Pere Lachaise, cuando aún no estaba el cristal que hoy lo protege, como si la devoción y el amor fueran una peligrosa epidemia. Wilde se fue casi a la misma edad que Camus. Una mujer me acompañó a ver a Lezama Lima en la necrópolis de Colón en La Habana. Lo encontré solo con su familia, apartado del mundo; al contrario que Alejo Carpentier. Viajé a Cuernavaca siguiendo los pasos de Malcolm Lowry y brindé por él con tequila y mezcal en las cantinas por las que anduvo buscando lo que nunca consiguió encontrar. Y también en México fui a visitar al amigo más íntimo, Juan Rulfo, el hombre ensimismado que me enseñó a dialogar con los fantasmas. No veía cosas de aquí, veía cosas de otra parte. Me dijo que nadie ha recorrido el corazón de un hombre. Fui con él a Comala y estuve con los vivos y los muertos, como todos estamos siempre, a veces sin darnos cuenta”.

Queridos fantasmas. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 02.07.2016.

**********

Perdido.

Queridos fantasmas perdidos en el lejano Este.
“Me busco. Voy a los sitios por los que suelo perderme cuando necesito estar solo, pero no hay rastro de mí. Al llegar la noche, entro en el cuarto sin avisar y enciendo la luz con la esperanza de sorprenderme oculto en cualquier rincón. Hasta que cansado de buscar, me quedo dormido. Entonces sueño que voy paseando por la calle, me cruzo conmigo y no hago ningún gesto ni me salen las palabras. Como si no me hubiera visto o no quisiera verme. Me alejo de mí sin querer y con la sensación de que alguien me arrastra en sentido opuesto para impedir el reencuentro. Igual que si fuéramos en trenes distintos que se cruzan en una estación, se detienen, nos vemos, y en ese preciso instante los vagones reanudan la marcha hasta perdernos de vista.

La otra mañana fui a dar una vuelta y al llegar al Centro comprobé que también la ciudad había desaparecido. Me sentí un turista en mi propia ciudad. Compré un plano y busqué las calles por las que he paseado siempre. El plano confirmó el lugar donde estaba, sin embargo no reconocí las tiendas, ni los bares, ni las personas que caminaban con cámaras fotográficas y mirando hacia todos lados como si ellas también estuvieran perdidas. Pregunté a un desconocido cómo llegar a la calle donde vivo. Se disculpó por no entender mi idioma. Tengo la sensación de que a los demás transeúntes les ocurre lo mismo que a mí, sólo que ellos son extranjeros mientras que yo no sé lo que soy. Al final encontré el camino y regresé cansado a casa. Desde entonces, paso el día asomado a la ventana, como si estuviera en la habitación de un hotel, esperando verme volver.

Pasan los días sin que suceda nada especial. Las cosas que me llamaban la atención se han ido integrando en la rutina de la vida cotidiana hasta pasar inadvertidas. Me encierro, me pongo a pensar, busco mi sitio en el mundo, quizá entonces descubra al hombre que ando buscando. Hasta la fecha todos los intentos han resultado vanos. Desde hace tiempo no suena el timbre de la puerta, ni el teléfono, ni llegan cartas con los extractos bancarios. El otro día me cortaron la luz y tengo que buscarme a oscuras, como si jugara a la gallina ciega. Cuando se produzca el encuentro, temo no reconocerme. Me consuelo pensando que este trastorno me ha servido para volver a la niñez, por algo se empieza. De hecho, últimamente ando a gatas y descubro asombrado el mundo que me rodea dentro de casa. Cuando tengo hambre, me echo a la boca lo primero que pillo. Los problemas que antes me atormentaban van desapareciendo. El cielo se despeja. Las brumas desaparecen, vuelve la luz, y ahí estoy yo, llegando a casa. La vida viene a buscarme”.

Perdido. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 09.07.2016.

*********

Viento de levante.

Queridos fantasmas perdidos en el lejano Este.
“Vivo en el lejano Este, a pocos kilómetros de la capital de la Costa del Sol. La lejanía no es una cuestión de distancia sino mental. Cada vez salgo menos y cuando lo hago suele ser para comprar víveres en el poblado más cercano, visitar a las amistades y volar hacia países que se encuentran mucho más al Este de mi casa, allá por los polos y las antípodas. A veces pongo la tele y me cuesta distinguir si las escenas que proyectan son reales o pertenecen a esa espeluznante película de terror que nunca acaba. El mundo ha cambiado mucho desde la infancia, entonces era una gran aventura que se ha ido transformando en una enorme decepción.

Como la vida es cada vez más corta a medida que pasan los años, hace ya algún tiempo que decidí aprovecharla al máximo en el mejor sentido de la palabra. No es fácil, pero lo sigo intentando una y otra vez. Últimamente me ocurren cosas raras: no sé dónde estoy, olvido los nombres y recuerdo sólo imágenes; como una película muda sin títulos. El otro día asistí a una cena y el amigo Javi preguntó qué tal me había ido por Vietnam. Le hablé de las ciudades, la comida, la gente; y también del gran río por el que estuve navegando hasta atravesar la frontera del país que hay más al Oeste. Sin embargo, no conseguí recordar ni un solo nombre, lo mismo que si hubiera viajado a un lugar imaginario que únicamente estaba en el interior de mi cabeza. Al llegar a casa recobré la memoria y estuve a punto de llamarlo por teléfono, pero era demasiado tarde. En el duermevela pensé que los sentimientos no tienen nombre ni apellidos, surgen de manera espontánea y perduran para siempre en el corazón de la memoria.

Ahora estoy en un pequeño poblado costero de una provincia limítrofe en el cercano Oeste. Paseo por la playa tratando de ordenar el mapa de mis ficciones, para eso he venido a este lugar. Me siento bien fuera de casa, no importa que sea lejos o cerca. Me fortalece romper con la rutina de la vida cotidiana, observarme desde otro lado, como el ladrón que espía desde la terraza, a través del cristal de las ventanas, su propia casa. Ignoro cuántos días pasaré aquí. Me gusta ser un desconocido que anda por las callejuelas, bebe cerveza en la barra de los bares y habla de cuestiones pasajeras con los nativos. Me atrae la vida doméstica lejos de casa. Cualquier día me instalaré en la distancia, mi hogar de siempre. La perspectiva resuelve muchos problemas. Me pregunto en voz alta por qué cuento estas cosas y olvido otras. La mujer del bar dice que vaya con cuidado con el viento de levante, que revoluciona las cabezas”.

Viento de levante. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 18.06.2016.

En Algún Día│José Antonio Garriga Vela.

_________

Algún día en alguna parte también en:

Facebook | Twitter | Google+ | Tumblr | Flipboard | Pinterest | Instagram | YouTube | iVoox | iTunes | RSS | Fragmentos para olvidar


Archivado en: Pareceres
Queridos fantasmas perdidos en el lejano Este.
Queridos fantasmas perdidos en el lejano Este.

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revista