Revista Sociedad

Rambo, ex-niño soldado en Sierra Leona

Publicado el 02 julio 2010 por Moncho Satoló
Rambo, ex-niño soldado en Sierra Leona

Rambo durante la entrevista / Moncho Satoló

Rambo. Así lo conoce todo el mundo y ese fue su nombre de guerra durante el período de casi 3 años, desde 1997 (tenía 14 años), que permaneció en las filas del FRU (Frente Revolucionario Unido), grupo rebelde de Sierra Leona. El FRU nació con la intención de derrocar del poder al Gobierno corrupto y repartir entre la población las riquezas que esconde el subsuelo del país (el respaldo del señor de la guerra liberiano, Charles Taylor, sería fundamental); pero sus buenas intenciones desaparecerían pronto al caer bajo el embrujo de una piedra preciosa, a veces de incalculable valor, sinónimo de riqueza, amor y prestigio: el diamante. Unos diamantes ensangrentados con más de 75.000 muertos y 20.000 personas mutiladas (práctica común durante todo el conflicto), con el 80% de los 5 millones de habitantes del país convertidos en refugiados, huyendo sobre todo a la vecina Guinea Conakry, o en desplazados internos, buscando el refugio de la capital, Freetown (Diamantes sangrientos, Greg Campbell, 2002. Edit. Paidós). Corría el año 1991 cuando comenzó esta masacre. La guerra no terminaría hasta una década después.

Me dirijo a hablar con Rambo en la sede que la policía tiene en el centro de Freetown. No está arrestado: Rambo ha pasado a formar parte de un movimiento juvenil anti-violencia que trata de pacificar las aulas del país, siendo uno de sus miembros más destacados. El Ayuntamiento de la capital les ha cedido una zona del edificio para que instalen allí sus oficinas. Rambo es alto, musculoso, con su cuerpo plagado de cicatrices y algún que otro tatuaje. Pero, ¿cómo llega Rambo, un ex –niño soldado, a engrosar las filas de este movimiento? Algo sorprendente, al tener en cuenta que cuando fue desmovilizado y comenzó sus estudios, como él mismo indica: “Era alguien muy violento y no conseguía adaptarme. Era yo el que decía qué debían hacer los profesores y no al revés. Mis palabras eran órdenes. Íbamos armados a clase con machetes y pistolas. Todo me daba igual. Allí yo era el capitán, el que ordenaba qué hacer. La policía no me daba miedo, teníamos nuestras propias armas para enfrentarnos a ellos. Las competiciones deportivas entre diferentes escuelas eran una excusa más para enfrentarnos los unos con los otros”. Pero fue en este contexto cuando comenzó a pensar qué hacer con su vida, que tanta violencia no podía ser beneficiosa… Y llegó el movimiento Anti-violencia. Hablaron con él y le convencieron para que se uniera al grupo. Aceptó, convirtiéndose en una pieza clave de la organización: por el respeto que infunde, porque conoce las reglas del otro lado, porque muestra, con su ejemplo, que resulta posible salir de ese vicioso círculo de violencia.

Rambo, ex-niño soldado en Sierra Leona

Rambo, trataremos de respetar su anonimato para evitar represalias hacia él / Moncho Satoló

Pero escuchemos su historia:

“Durante la guerra, vivía aquí, en Freetown. Un día, mi padre nos pidió a mí y a mi hermano pequeño que fuéramos por una temporada a su pueblo natal, pensando que así estaríamos más seguros. Sin embargo, cuando nos encontrábamos allí, los rebeldes atacaron el pueblo. Todo el mundo huyó, corrían en todas direcciones. Yo cogí a mi hermano y tratamos de escapar pero, en un descuido, mi hermano fue capturado. Volví en su ayuda. Los rebeldes me dijeron: ‘Mataremos a tu hermano a no ser que te unas a nosotros’. Y los dos acabamos con los rebeldes.

Al llegar al campamento me hicieron un corte en la frente e introdujeron droga en él. Estuve dos días inconsciente. Cuando me recuperé, dije que nunca más volvería a probar drogas, y así fue. Al principio mi hermano y yo hacíamos de porteadores, cargando los objetos más pesados. Pronto me dieron un arma y empecé a matar. Mi hermano, como era muy pequeño, siempre hizo de porteador. Matábamos a todo lo que nos encontrábamos por delante.

Cuando eres capturado, lo normal, es que te obliguen a matar a alguien para envalentonarte, hacerte perder el miedo. A mí no me obligaron porque yo ya era bravo de más. Y como no consumía drogas, no mataba por matar. No digo que no maté, porque todos lo hacíamos y además debía protegerme del enemigo pero, por ejemplo, no corté manos”.

“¿Por qué cortabais manos?”, le pregunto.

(Se ríe, nervioso). “Usábamos machetes, hachas. Los comandantes obligaban a hacerlo. Si no lo hacías, te mataban. No sé el motivo por el que nos obligaban.  Todo el mundo lo hacía, hasta que me convertí en comandante y lo prohibí. Ocupé ese puesto cuando maté al que había. ¿Por qué? Porque un día el comandante se colocó más de la cuenta y, sin justificación, mató a cuatro de mis compañeros. Decidí matarlo con la ayuda de otro compañero, para evitar ser el próximo. Le disparamos, aunque nos costó mucho acabar con él por lo colocado que estaba, parecía que nunca iba a morir. Después de eso me convertí en el nuevo comandante. Pregunté a los demás compañeros del pelotón si me respaldaban, y todos dijeron que sí.

Nunca maté civiles sacándoles de sus casas. Sólo maté durante fuego cruzado, debía protegerme. Un día, por ejemplo, vi a una mujer herida con su bebé en brazos y le di todo mi dinero. Los demás sí que mataban a civiles, porque estaban drogados. Yo, no”.

“¿Y por qué mataban y cortaban manos tus compañeros?”, pregunto.

“No lo sé, no podía hablar de esas cosas con ellos. Si lo hacía, podían matarme. Cuando llegué a comandante, intenté convencer al resto para que dejaran de hacerlo. Incluso maté a cuatro de mis compañeros porque disfrutaban cortando manos. Los demás, al ver esto, dejaron de hacerlo”.

Rambo / Moncho Satoló


Rambo, durante el período en que permaneció en las fuerzas del FRU, trató en varias ocasiones de escapar con su hermano. La primera fue al poco tiempo de ser capturado. Aprovechando el caos creado durante el enfrentamiento entre el FRU y las tropas nacionales, los hermanos huyeron. Sin embargo, se toparon con otro escuadrón de rebeldes y tuvieron que unirse a ellos. “Teníamos nuestros propios códigos, así que me identifiqué como rebelde y no sucedió nada”. Luego, durante el ataque rebelde a Freetown trataron una vez más de escapar. Su hermano había sido herido en un brazo. Pero dieron de frente con las tropas del ECOMOG (fuerzas de paz, sobre todo soldados nigerianos, de la Comunidad Económica de Estados de África occidental) y, temiendo que les capturaran, regresaron una vez más con los rebeldes.

Cuenta Rambo que cuando ascendió a comandante, tras matar a su antecesor, decidió buscar a sus padres, que vivían en Freetown, en un barrio alejado, en el extremo opuesto a la zona de acceso. El mayor problema: ECOMOG y las tropas nacionales, que si descubrían que eran rebeldes, aunque tratasen de huir de ellos, podrían matarlos. Intentaron moverse en la ciudad de Este a Oeste, pero resultaba muy difícil, porque todo estaba plagado de checkpoints. “Aunque fuera vestido de civil, tenía marcas en el dedo del gatillo y en los hombros por utilizar las armas. Como debíamos tener cuidado, decidimos continuar armados”.

Mientras se dirigían al otro extremo de la cuidad para encontrarse con sus padres, cayeron en un fuego cruzado: “Mi hermano se asustó, y decidió retroceder hasta la zona controlada por los rebeldes. Una vez más, tuve que unirme a ellos para poder hacerme cargo de mi hermano. Cuando lo vi, tenía en su mano una gran bolsa de dinero que había robado en una casa. Cogimos ese dinero y entramos en una tienda para comprarnos ropa normal y así tratar de pasar desapercibidos entre la demás gente. Volvimos a escapar”. Se escondían durante el día y, por la noche, intentaban avanzar. Tardaron dos semanas en atravesar la ciudad. Cuando llegaron a su casa encontraron a unos parientes, que los llevaron con sus padres. Al fin volvían a estar juntos.

Sin embargo, surgieron nuevos problemas cuando la ECOMOG, después de expulsar a los rebeldes de Freetown, comenzó a registrar la ciudad casa por casa para ver si había algún posible rebelde escondido. Con su hermano no pasaba nada, porque era muy pequeño y no sospecharían de él, pero sí con Rambo. “Me encontraron y, cuando me iban a matar, mi familia logró convencerles para que me dejaran libre. Entonces, como no estaba seguro, decidí volver a marcharme, esta vez solo, y dirigirme al Este para unirme a mis antiguos compañeros. Eso sí, nunca volví a luchar. Después llegarían los acuerdos de paz y, mientras unos decidieron unirse al ejército, yo preferí estudiar. Tenía 17 años y había pasado los últimos 2 años y 8 meses con el FRU”.

Nota: Para conocer la historia, en otro de mis reportajes, de un niño soldado en la R.D. Congo, visitar este enlace.


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