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Rareza entre los hielos: La tienda roja (1969)

Publicado el 18 marzo 2013 por 39escalones

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Escribe Javier Reverte en su estupendo libro En mares salvajes (Random House Mondadori, 2011): En 1926 [Amundsen] sobrevoló el Polo Norte, con el americano Lincoln Ellsworth y el italiano Humberto Nobile, a bordo de un dirigible que partió de Spitsbergen, la isla principal del archipiélago de las Svalbard, y de regreso aterrizó en Nome, Alaska. De este viaje surgieron fuertes disputas que, sobre todo, enfrentaron seriamente al noruego con el italiano. Nobile fue agasajado y condecorado en su país; y Mussolini lo ensalzó con una de las figuras más destacadas de su nueva Italia.

Pero dos años después, en 1928, Amundsen fue el primer voluntario que se subió a un avión, para tratar de rescatar a Nobile, cuyo dirigible Italia se había estrellado en una isla no muy lejos de Spitsbergen, cuando trataba de volar al Polo Norte para volver allí. El avión de Amundsen, un hidroplano Latham 47, con él y otros cinco hombres a bordo, desapareció el 18 de junio y tan sólo pudo encontrarse, días después, un pedazo de ala flotando en las aguas del océano. Al legendario explorador le quedaba menos de un mes para cumplir los cincuenta y seis años de edad (…).

En cuanto a Nobile, pudo ser rescatado poco después. Cuando llegó el primer hidroavión al lugar del siniestro, sólo había plaza para un hombre, puesto que las otras dos estaban ocupadas por el piloto y el copiloto. Y Nobile decidió ser el primero que se embarcara, llevando en sus brazos a su perra Titina: de ese modo, abandonaba a sus quince compañeros a su suerte y contravenía la vieja regla de que, en las situaciones de riesgo, el capitán es el último en dejar la nave. Un buque ruso rescató pocos días después a todos los tripulantes del dirigible. De regreso a Italia, acusado de cobardía por el propio Mussolini, Nobile hubo de devolver todas sus medallas.

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De vez en cuando nos gusta rescatar algún título que, sin ser precisamente imprescindible, fundamental o, en conjunto, especialmente estimable, resulta curioso e interesante por razones a menudo extracinematográficas, y que no supera la línea del friquismo, de la incompetencia o de la extravagancia que lo enviaría directamente a La tienda de los horrores. Es el caso de esta extraña y exótica La tienda roja (Krasnaya palatka), coproducción italo-soviética dirigida en 1969 por Mikhail Kalotozov que, sin embargo, fue nominada a la mejor película de habla no inglesa en la edición de los Globos de Oro de 1972. La película corresponde a esa ocasional pero fructífera corriente de coproducciones entre la Unión Soviética e Italia, cuyo máximo exponente fueron algunas obras producidas por Carlo Ponti y alguna película importante del cineasta ruso Nikita Mikhalkov (que interviene como actor en esta película), como es el caso de Ojos negros (1987).

Con los convenientes cambios y añadidos con respecto a la historia tal como es narrada por Javier Reverte, algunos como mera licencia dramática, y otros, da la impresión, por un deseo desmedido de “corregir” aspectos de la aventura no excesivamente edificantes para el público, que no dejarían demasiado bien a según qué personajes que conviene glorificar, la película de Kalotozov se construye en dos momentos temporales distintos. En el primero, un Umberto Nobile (Peter Finch) ya anciano, sufre terribles pesadillas a causa de los remordimientos del pasado. Una noche de insufrible y atormentado insomnio, todos los fantasmas de ese pasado son convocados a un juicio sumario que convierten su lujoso piso de Roma, con vista directa sobre el Coliseo, en la sala de un tribunal en el que los espíritus de los vivos y de los muertos han de juzgar de una vez por todas su comportamiento, para que purgue sus pecados o bien para, con su indulgencia, permitirle seguir viviendo y durmiendo. Así, los distintos espectros de sus antiguos camaradas de expedición se aparecen ante él, rejuvenecido y ataviado con la guerrera de general de los ejércitos italianos,con sus uniformes de la Italia fascista (Massimo Girotti, Luigi Vannucchi, Mario Adorf, Yuri Solomin, Boris Khmelnitsky), y vienen además acompañados de otros afectados por aquellos hechos, los ectoplasmas de Finn Malmgrem (Eduard Martsevich), un explorador sueco que acompañó al grupo, y de Valeria (Claudia Cardinale), una enfermera que estaba enamorada de él,  además del fantasma que asume el papel de fiscal, el aviador sueco Lundborg (Hardy Krüger), que encontró a los supervivientes, y el testigo estrella, nada menos que el famoso explorador noruego Roald Amundsen (Sean Connery), cualificado o tanto más para valorar los pensamientos humanos entre los hielos que la propia pericia técnica de los expedicionarios. El segundo pilar de la trama viene constituido por el relato lineal de la puesta en marcha de la expedición, de su fracaso, y de los distintos intentos de rescate de los supervivientes (no quince como relata Reverte, sino muchos menos), tanto por parte de los aviones suecos, alemanes, italianos y noruegos que participaron en el rastreo, como por parte del buque rompehielos ruso Krassin, que partió en su busca después de que un radioaficionado captara una llamada de radio desesperada de los accidentados.

El interés de la película, algo densa y morosa, se sostiene por el drama de la aventura misma, por el desastre y los intentos para su reparación. Posiblemente el conjunto viene perjudicado por dos elementos, además del quebrantamiento aparente de lo realmente ocurrido con fines dramáticos o quizá reivindicativos: el primero, que la construcción de los saltos temporales no termina de estar bien perfilada, no hay una interacción bien conjuntada entre lo que los personajes fantasmales del piso romano van evocando con lo que a continuación se va mostrando, o bien al revés, lo que ocasiona que, lejos de encontrarnos entre una obra con dos instantes narrativos bien ensamblados, asistamos prácticamente a dos narraciones paralelas, relacionadas pero ausentes la una de la otra; por otro lado, en segundo lugar, todo lo que rodea la historia de amor de Malmgren con Valeria, presente prácticamente como una concesión romántica postiza, por razones de cálculo dramático o recaudatorio, con una belleza del momento como era Claudia Cardinale, contada de manera precipitada, apresurada, llevando su relación a unas cotas de pasión y dependencia que han de suponerse, pero que de la película no se desprenden. Lo mismo ocurre con el chantaje psicosexual a que Lundborg somete a Valeria -se supone que él accede a ir a buscar a Malmgren y sus compañeros a pesar del mal tiempo para volar gracias a la promesa de ella de entregarle su cuerpo cuando vuelva con la misión cumplida-.

Por el contrario, la película ofrece otros puntos de interés. La curiosa caracterización de Sean Connery como Amundsen, la cuidada ambientación (tanto de interiores como en relación con los aviones y barcos empleados), todo lo relativo a las técnicas de navegación en dirigible (las secuencias en el interior de la cabina, la medición de la altura, las particularidades de navegar en un globo…), así como impresionantes y bellísimas imágenes de los parajes árticos, tanto del lugar en el que malviven los supervivientes (con acoso por parte de un oso polar incluido) como del buque ruso atrapado entre los hielos. Y, además, una secuencia realmente espectacular, que no es otra que la del accidente. Si bien, por una parte, la escasez de medios hace que resulte un tanto caótica, confusa y pobre (no hay ningún plano general del impacto, y el accidente en sí mismo, está rodado de forma un tanto chapucera y cutre) , por otro lado, la del globo, separado de la cabina y volando caóticamente a toda velocidad hacia ninguna parte, con varios de los miembros de la tripulación asomándose a su abertura y viendo cómo sus compañeros están a salvo en el suelo mientras ellos van camino de una muerte segura, resulta absolutamente sobrecogedora por su dramatismo y por lo que implica. Por último, además, la banda sonora de Ennio Morricone, interesante como casi todas las suyas.

Una película ni mucho menos redonda, con un interés inseparable del conocimiento de los hechos auténticos sucedidos, con altibajos dramáticos y visuales, pero cuyo visionado, aunque sea único, vale la pena.


Rareza entre los hielos: La tienda roja (1969)

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