Revista Cultura y Ocio

Reaccionarismo literario

Publicado el 14 julio 2010 por Trilby @Trilby_Maurier
Imagínense por un momento la historia de una pequeña hormiguita a la que llamaremos –por ahondar en la redundancia y en la originalidad- Patitas.
Esta hormiga, vista desde la altura de los gigantes, parecería una obrera más desfilando con una miga de pan en todo lo alto de su sesera. Sin embargo, algo había de transgresor en Patitas. De cuando en cuando –y cada vez con más frecuencia- rompía filas y dejaba su sombrero de trigo a un lado de la senda para pararse a contemplar aquella gigantesca construcción plagada de confusos garabatos, incomprensibles para el bullir neuronal que nadaba entre sus antenas. No obstante, la primera ocasión en la que Patitas vio el libro del viejo Karl abierto sobre la mesa, no actuó como el resto de sus compañeras, que optaban por dar un amplio rodeo al tomo que entorpecía su paso. Ella prefirió emprender el laborioso ascenso por aquel estúpido objeto que mantenía a Karl en vilo cada noche. Cuando contempló el océano de letras que bailaban como olas sobre las páginas amarillentas del libro, Patitas sintió la necesidad de comprender todo aquello. Como la lectura y, en general, la alfabetización de las obreras, era todavía una utopía en su lúgubre hormiguero optó por seguir el trazado de cada letra como un camino, una tortuosa vía llena de curvas y rectas que seguro conducirían a algún lugar. El primer día se sintió francamente mareada y aturdida. El segundo, dudó un instante si volver a emprender su aventura. Pero en la tercera jornada, Patitas no podía imaginarse el sendero hacia la Gran Montaña de Pan sin embriagarse recorriendo aquellos extraños trazados.
Sus compañeras hormigas no tardaron demasiado en percatarse del cambio que experimentaba Patitas así que, movidas por la envidia del que siempre se acuesta igual que se levanta, denunciaron la situación a la Reina de las Hormigas. Por rigor histórico en este punto hay que aclarar que la regenta había regresado recientemente al trono con un cabreo solemne –adjetivo que califica con exactitud todo lo regio- después de que un comité de hormigas sindicalistas le paralizasen los canales de transporte en el hormiguero sin tan siquiera respetar los servicios mínimos. Cabe suponer, que la delicada situación de su mandato influyó negativamente en la sentencia, pues la Reina prohibió a Patitas volver a subirse a aquello que llamaban “libros” y la condenó con severidad a pasarse el resto de su vida deshollinando los retretes de palacio, cuyos tubos de desagüe -paradójicamente- siempre se llenaban de arena.
Meses más tarde, nuestra diminuta heroína burló los controles y decidió poner fin a aquel sometimiento convenciendo a sus vigilantes de que la libertad era un camino de letras torcidas –para alivio de algunos también aclararé aquí que Patitas no era comunista-. Así que, untada de esa especie de autoridad que otorga el conocimiento, se despidió de sus compañeras y emprendió su ansiado viaje hacia el libro de Karl. Caminó inscansable durante horas y horas pero, como en esta ocasión iba sola, se sintió algo desorientada, lo cual no impidió que alcanzase su particular meta. Una vez allí, esperó a ver los párpados del viejo cediendo al sueño para poder escalar su peculiar montaña de celulosa. En el preciso momento en el que Patitas se posó definitivamente sobre el contorno de una letra, el viejo insomne cerró el volumen que yacía sobre la mesa...
Así fue como Patitas, leyendo, se hizo libro. Y, de paso, inventó las comas, lo que redujo bruscamente el índice de mortalidad entre los voceros del pueblo. Aunque nadie lo reconozca nunca, Patitas fue una verdadera heroína. Reaccionarismo literario

[Ilustración de Cesáreo Segura Vargas]


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Al margen de estos delirios dignos del más torpe fabulista, ahora que hasta las aspas del ventilador se derriten amasando este tórrido aire madrileño, es buen momento para invocar el frescor de la brisa marinera. En este caso, recurrimos al último libro de Nuria Amat, Escribir y callar, un pequeño piscolabis que por breve no cede en intensidad y hondura. La escritora podría ser esa singular Patitas que todavía se funde con los libros al tiempo que reflexiona sobre la relación entre lectores y literatura en la actualidad. Porque Amat es la genuina encarnación, como ella misma escribe, de quien leyendo se hizo libro. Patitas -mal que me pese, porque ya le había cogido cariño- es sólo un sucedáneo de su condición. "Cada día nacen más adoradores de novelas sin ideas, historias sin relieve, pasiones sin la desazón del espíritu melancólico. Y cada día mueren lectores copistas de literatura. Los que leyendo se hacen libro."

Reaccionarismo literario

Quizás por ese idealismo confabulado, Escribir y callar es un libro reaccionario que violenta la modernidad y el consumismo. Es por tanto, un libro imprescindible para los nostálgicos, para aquellos que nunca pasan el plumero por la esquinas de la historia, que se entretienen creando telarañas, volviendo la vista atrás para sacar del baúl las cosas importantes que perecen bajo la solera. Para Amat, la intensidad de su relación con la literatura podría resquebrajar el mundo en dos mitades: a un lado, los que la viven del mismo modo; al otro, los que no. Con estos últimos se muestra especialmente dura: "Los coches han aparecido para sustituir primitivas bibliotecas. Proporcionan una marca a su propietario, un sentido de honor a la familia, y dan seguridad emotiva. Son indiferentes y mudos. Los libros, por el contrario, son altavoces secretos."

El "radicalismo conservador" de Amat protege a los clásicos, defiende con uñas y dientes la literatura mayúscula que se eleva por encima de una época, la que pertenece a todas ellas. Por eso hay escalas, por eso no todo libro es válido ni toda cultura eleva el espíritu al limbo del pensamiento autónomo. "En una cultura como la nuestra, que repudia todo lo que no es gregario, mediático y comparable a algo experimental, tangible, ponerse a hablar de la espiritualidad y tristeza de la novela es visto como algo insólito y decadente". Por eso Nuria Amat tiene claros su propósito: "Que mis libros no vayan a parecerse ni de lejos a los libros hablados de los otros, de los que apenas leen libros. O leen libros falsos y dictados por la impaciencia cotidiana."

Al estilo de Montserrat Roig, Amat cierra el primer capítulo , "Entre guerras", apelando a la única certeza de un escritor: el baile de su pluma: "Tal en vez en estos tiempos equívocos, escribir consista en asumir la contradicción de creer que el mundo es demasiado complejo e impensable para ser escrito y, sin embargo, seguir escribiendo."


Cinco definiciones de la felicidad

La felicidad es inculta y es política, y se dedica a aplaudir a los escritores coleccionistas de palabras, filósofos de pacotilla, novelistas de un telediario.

La felicidad es grosera porque invita al éxito desesperado. (...)

La felicidad es inculta porque reivindica lo contrario de la tristeza. (...)

La felicidad es idiota porque es artificial. (...)

La felicidad es opaca al pensamiento.

Curiosa visión y no obstante convincente: Amat reflexiona sobre la felicidad como un producto de consumo más, impostado, servido en pequeñas latas metálicas con fecha de caducidad, disponible en polvo soluble y lista para crear una bebida instantánea. Hete aquí el peligro del libro: nos puede convencer de que que todo es cuestionable y hasta la imperturbable espada Excaliburg podría abanear en su férrea funda de piedra.

Nuria Amat, que niega la trama -absurdo artefacto que no dice nada sino va envuelto en una buena narración-, meiga fabricante de conjuros para despertar una generación de incansables lectores que, como los heroicos personajes de Fahrenheit 451 serían capaces de eternizar los libros en su memoria; se rebela con su pequeño-gran volumen que no es de contenidos, sino de acción, que espabila los ojos al delicado murmullo de los sueños. Con su mimada prosa y la depurada selección de palabras en la que nada falta y nada sobra, Escribir y callar guarda el secreto de un rico mundo interior y la semilla de una revolución que propugna aniquilar la celeridad de las creaciones mediocres y la ansiedad de una lectura demasiadas veces anodina y superficial.


Reaccionarismo literario


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