Revista Cultura y Ocio

Reflexiones sobre la gran celebración de la lengua española

Publicado el 15 junio 2010 por Almargen

En un par de entradas del pasado mes de marzo, contaba mi experiencia en Valparaíso, adonde me llevaron requerimientos profesionales vinculados al V Congreso Internacional de la Lengua. Fue una experiencia amarga por una razón doble: porque sucedió el terremoto, uno de los que más muertos ha producido en la ya larga historia de seísmos de Chile, y porque ello supuso la cancelación del Congreso y su transformación en congreso virtual. También supuso, de manera indirecta, la desactivación del gran homenaje que se iba a rendir, por las Academias de la Lengua, por el Instituto Cervantes y por el gobierno chileno a la gran poesía hispanoamericana, representada en Valparaíso por sus dos máximos exponentes, Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Fue, lamentablemente, una oportunidad perdida que sólo con inteligencia, con decisión política y con claridad respecto al interés y al valor cultural de nuestra lengua, se podría haber convertido en una gran palanca para enlazar, en el extenso territorio del español (el ancho "territorio de La Mancha", que diría Carlos Fuentes), a los dos poetas chilenos con otros dos poetas, que cumplen en 2010 sus centenarios, a este lado del Atlántico: Miguel Hernández y Luis Rosales.
¿De qué modo?, se preguntarán no pocos lectores. Cierto que no tenemos grandes experiencias de actos culturales de ámbito mundial, que, paradójicamente, en tiempos de globalización, de Internet y de la expansión de la tecnologías d e la información y de la comunicación, aún no hemos puesto a prueba la capacidad del castellano, de la lengua española, para protagonizar iniciativas, con un alto componente cultural de calidad y, a la vez, de captación de grandes públicos, de proyección mediática. Una de ellas, aunque limitada a una visión lúdica de la lengua, fue, el pasado año, el “Día E” o “Día del Español” (cuya sigla, por cierto, en el ámbito anglosajón –spanish--, o germano –spaniel--, está muy lejos de remitir al español, sobre todo cuando desde hace décadas ha sido la letra Ñ la que ha identificado a nuestra lengua desde los primeros tiempos de Internet: no por casualidad, gran parte de los logotipos que identifican a las más diversas instituciones españolas incorporan la virula de la eñe como seña de identidad irrenunciable).
Esa visión lúdica de nuestro idioma, próxima a lo trivial e intrascendente, se prolonga e incrementa, a la luz de la programación prevista para el día E (visible en la web), este año. El juego, la votación de palabras y la celebración de fiestas diversas ponen sobre el tapete una concepción "light", con escaso contenido, de la lengua española, una concepción muy alejada de las capacidades y de las posibilidades que presenta un idioma diverso, de una riqueza enorme y cargado de una historia cultural poliédrica, compleja. Un idioma que mira al futuro, con vocación universal y que, desgraciadamente, no pudo proyectarse al máximo nivel en el Congreso de Valparaíso a causa del terremoto.  
¿Qué celebración entonces? Aquella que sitúe al español en el lugar que, por su historia y por su tradición cultural, le corresponde en el mundo. Valparaíso nos sirvió a Pablo Neruda y a Gabriela  Mistral desde América. Dos centenarios nos proporcionan a Luis Rosales y a Miguel Hernández desde España. Ahí está la materia prima de mayor calado (y con un gigantesco potencial de repercusión popular) y capacidad significativa desde el punto de vista cultural y lingüístico, para promover y realizar la gran fiesta del español en el mundo, convirtiendo las frustraciones de Valparaíso en el mayor homenaje conocido a la lírica en castellano o español, en una auténtica celebración de la lengua. Tal iniciativa hubiera concitado el apoyo entusiasta del mundo literario de ambas orillas, comenzando por los premios Cervantes vivos, desde Vargas Llosa a Pacheco, pasando por Gamoneda o Marsé, de gran parte de los cantautores a un lado y otro del Atlántico, que alguna vez (comenzando por Serrat) han musicado a estos poetas. Hubiera movilizado a los cineastas, sobre todo a numerosos autores de cine documental, en cuya historia hay una más que significativa cantidad de producciones que han abordado la vida y la obra de los cuatro grandes poetas. Y hubiera concitado el consenso y el compromiso de los hispanohablantes, jóvenes y mayores, hombres y mujeres, del Viejo y el Nuevo Continente, además de conectar , de una manera dialéctica, enriquecedora, con las nuevas generaciones de poetas de España y de Latinoamérica poniendo en valor las más variadas antologías de nuevos nombres, comenzando por la que publicó el Instituto Cervantes y que con tanto entusiasmo acogió uno de nuestros grandes líricos, José Manuel Caballero Bonald, en las páginas de Babelia  (El País) de finales del pasado mes de febrero.

Sólo imaginar la multitud de actos que, en la red de centros del Cervantes o en los centros culturales de España en el exterior se hubieran realizado alrededor de los cuatro poetas, de sus libros más destacados o de su papel en la historia civil y cultural de España y América y de la lengua española (con audiovisuales, con lecturas, con conferencias, con recitales de cantautores, con encuentros con poetas de otras lenguas y culturas), nos permite pensar en la dimensión extraordinaria que tendría la iniciativa, una iniciativa a cuya proyección habría ayudado un gran encuentro cultural interactivo en algún lugar de Madrid con la participación de los máximos exponentes de la cultura en español, encuentro televisado a todo el mundo y con los poetas chilenos y españoles citados como protagonistas: es decir, con la lengua como protagonista.
Una celebración del español de esas características habría suscitado el apoyo y la cooperación de otras grandes instituciones culturales de España y de Hispanoamérica (no olvidemos que el homenaje a Rosales lo han protagonizado la SECC y la Casa Encendida; el centenario de Hernández, la Comisión Estatal y las insituciones alicantinas, el homenaje a Neruda y Mistral, las Academias de la Lengua y el Grupo Santillana) y, además, contribuido a mostrar una lengua española enormemente rica, vinculada a conceptos y palabras como solidaridad o hermandad (algo, a mi juicio, esencial en tiempos de crisis y austeridad), conocimiento o saber, mestizaje o diversidad, dotándola, además del contenido de mayor hondura y riqueza que puede ofrecer una lengua viva y con historia, con pasado y con futuro: la de sus grandes poetas.
Además, habría sido uno de los mayores impulsos que, en el ámbito trasnacional, se habría dado, históricamente, a la lectura y al libro en español (y no sólo de poesía) en tiempos en los que intenta imponerse la cultura audiovisual sobre la cultura, más incitadora a la reflexión y a la visión crítica de la realidad, del libro (sea en papel o digital). Y si en tal celebración se hubiera contado con la participación activa de plataformas como You Toube o Google, se hubiera logrado de una parte, difundir la voz y la vida de nuestros poetas y, de otro, extendido y profundizado en las posibilidades y el prestigio del español en la Red, además de suscitar la participación popular no sobre lo intrascendente sino sobre contenidos culturales tangibles, coadyuvantes en la elevación de la sensibilidad colectiva hacia la creación literaria y, en general, hacia la cultura que se construye y vive en español.
 No olvidemos que en los últimos años, el esfuerzo de creadores, pensadores, docentes e insituciones vinculadas a la lengua en ambos lados del Atlántico, se ha orientado a poner en valor el español o castellano como idioma de la ciencia, del pensamiento, de las nuevas tecnologías, de la economía, de la moda, además de su condición de lengua de la cultura literaria, cinematográfica, escénica. Iniciativas que la reducen a arquetipos que han quedado enterrados por la Historia (¿cómo no evocar el la "España de charanga y pandereta" que pusiera en evidencia Antonio Machado?) y por la modernidad y que nada aportan a la comunidad hispanohablante del futuro, no sólo no mejoran la calidad y la implantación de nuestro idioma, sino que lo empobrecen, lo limitan.
Concluyo mi personal reflexión con un fragmento de la Oda al diccionario de uno de los poetas homenajeados, Pablo Neruda:
Diccionario, no eres
tumba, sepulcro, féretro,
túmulo, mausoleo,
sino preservación,
fuego escondido,
plantación de rubíes,
perpetuidad viviente
de la esencia,
granero del idioma.
Y es hermoso
recoger en tus filas
la palabra
de estirpe,
la severa
y olvidada
sentencia,
hija de España,
endurecida
como reja de arado,
fija en su límite
de anticuada herramienta,
preservada
con su hermosura exacta
y su dureza de medalla.


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