Revista Cultura y Ocio

Regresión, Alejandro Amenábar / La ilusión del mal

Por Calvodemora
Regresión, Alejandro Amenábar / La ilusión del mal
En Regresión, la última película de Amenábar, sucede con la vida misma. Incluso el peor día tiene algo que hace que haya merecido la pena vivirlo. Da igual que sea una puesta de sol o un paseo por el parque o un abrazo de un amigo. Cuando el día concluye y haces una especie de balance de lo que te ha ocurrido, no puedes evitar pensar en esas briznas de felicidad. El resto, lo mediocre o lo abiertamente malo, ocupa un lugar menor, uno al que no se le concede la voluntad de tenerlo en consideración. Anoche, viendo Regresión en una sala completamente abarrotada, me reconcilié con el cine. No porque la cinta fuese buena, que lo es a ratos y no lo es en su mayor parte, sino por el privilegio de que otros cuenten historias y las escuches y se esmeren en contarlas con afecto, con respeto a tu inteligencia y con infinito amor a la idea misma de narrar. Amenábar narra muy bien, posee los mecanismos de la narración sólidamente anclados en su oficio de director, pero Regresión no posee una buena historia. Es una trama previsible, limpia en su apariencia, en la que el director sortea con muy notable habilidad la truculencia, las señas de identidad de la serie B con la que en un principio podríamos asociarla. El estilismo con el que la plasma es de una factura sobresaliente: la mano artesana suple lo que no alcanza el argumento. Aplicando un criterio estrictamente literario, Regresión es una historia de una sencillez disuasoria, en la que la sordidez de lo narrado engancha, pero donde no hay empatía alguna con nada de lo que se ve. La deja uno fluir sin que nada se incruste dentro, esperando en vano que la narración de verdad, la que se espera de un autor como Amenábar, ambicioso, de un talento no puesto en duda en absoluto, pero no la hay. Y a pesar de todo lo dicho, habiendo sorteado lo elemental de su trama, Regresión atrapa al espectador, hace que se pregunte continuamente dónde se producirá el golpe de efecto, el giro necesario para que la obra sea admirable y salga uno de la sala satisfecho, convencido de que el cine hace que la vida resplandezca al menos durante un par de buenas horas.
Lo que Regresión borda es el engaño, esa batalla no resuelta entre la fe y la razón, entre el corazón y la cabeza. Al final, Amenábar cede al patrón mainstream, fusila con un pelotón de profesionales al imaginario fantástico y deja en el paladar un regusto a policiaco eficiente, a thriller competente, solo eso, nada más. Como hay tanto bodrio por ahí suelto que usa estos mismos ingredientes, Regresión gana conforme se va uno alejando de la sala, pero nada más poner el pie fuera, en cuanto piensas qué has visto, en qué has dejado la tarde del domingo, Ha visto uno tanto cine que sabe a qué criterio atenerse. El error de Amenábar proviene de lo que se espera de él, de lo que sabemos de lo que es capaz. Puesta en manos de un director desconocido, la aplaudiríamos, diríamos que es el comienzo de una carretera prometedora. Pasa que la de el director español está ya afianzado, incrustada incluso en la maquinaria del cine español. Bastaba echar la vista alrededor y comprobar que no había casi ninguna butaca libre. Hay cineastas a los que exigimos que nos fascinen. Si no lo hacen, en caso de que flaqueen y facturen una obra menor, los fustigamos, los apremiamos a que espabilen y nos vuelvan a encandilar. Sé que es un vicio cinéfilo. Amenábar es una joya, un visionario, un genio en lo suyo, pero no somos capaces de actuar con benevolencia y vamos al cuello, a ver en dónde podemos aplicar la mordedura para que el caño de sangre sea mayor. 
Luego está el olor de Regresión. No hay nada más que dejarse llevar por la memoria para encontrar innumerables referencias, nobles todas ellas, enmarcadas en la historia misma del cine, de la que Amenábar es un más que correcto lector. La cinta huele a los clásicos de los setenta. El ambiente entero, esa fotografía tenebrista, ese gris potente, nos hace pensar en La semilla del diablo de Polanski, en muchas serie B setentera de mucho fuste, en Pakula, en Siegel, en Lumet, incluso en Corman. Lo bueno es que no se abusa del satanismo, de las escenas que pudieran propiciar una iconografía más efectista, de ceremonias sangrientas que engolosinen al voyeur de la Hammer, al espectador crecido en el giallo italiano, auspiciado por el mejor Darío Argento o por Nicholas Roeg. Sobra tal vez cierta concesión a lo psiquiátrico. Se manejan grandes palabras. Se habla de Dios y del Diablo, del mal como un cáncer, de la imposible redención de la humanidad, tentada desde tiempos ancestrales por lo perverso, pero no se ahonda, no hay una lectura humana del mal hasta que el detective, un concentrado Ethan Hawke, encuentra las pistas que limpian el farragoso terreno que ha ido pensando desde que Angela (Emma Watson) denuncia la violacion de la que ha sido objeto y a la que pone la cara de su padre, una especie de satanista palurdo, de granja perdida en mitad de la nada. Con todo, a pesar de las lecturas, las políticas, las narrativas, las emocionales, Regresión no convence. Se despeña en lo obvio, en la narración misma, en el cuento que nos vende. Y estamos muy de vuelta de muchos cuentos y hemos comprado ya demasiadas cosas.  

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