Revista Cultura y Ocio

Relato Corredor de fondo

Por Igork
Muchos domingos salgo a correr. Es un buen complemento para el judo, mi deporte, que es un mezcla de técnica y explosión. Correr me agota. Pero a veces tiene sus recompensas. Llegas a sentirte como un rebeco que, ligero, remonta el cerro. Aunque, siendo realista, la mayor parte de las veces me siento como un viejo jabalí que resopla, cansado, trotando por el asfalto de Barcelona, soñando que corre por un bello bosque.

Relato Corredor de fondo

by Igor

Corredor de fondo «Correr, correr. Sé que unos kilómetros atrás me desplazaba en círculos por la vasta amplitud del altiplano, esta losa helada sin principio ni fin en la que el cielo pesa más que la tierra. Una vez y otra. Esto era antes, antes de que las piernas fueran dos alfileres de puro dolor. La tierra ocre, replegada y ondulada como un mar estático de matorrales que esconden conejos burlones. El pecho dice basta. Hace rato que focalizo la mirada en este sendero de arenas aplastadas. Me concentro en el túnel. Este camino que se retuerce y serpentea. No doy para más. Oigo jadeos regulares, todavía no hay nadie delante. Si levanto la cabeza de la pista, voy a parar, voy a parar y tumbarme en el barro o sobre los hierbajos secos a ver si pasa alguna nubecilla blanca impulsada por este maldito viento racheado que me está matando. Tiemblo y corro. Quedan aún unos buenos centenares de metros. No puedo sostener el ritmo, imposible, voy demasiado alto. Es como si el mundo se hubiera reducido a esta visión estrecha que oscila, borrosa por la zancada. Los gemelos son dos piedras que tiran hacia abajo, las rodillas crujen como cáscaras y todo el aire que me falta. No oigo, vibro demasiado, los pulmones… Una sombra mariposea delante, una silueta sobre la pista. No sé qué es. Desaparece un instante y vuelve a recortarse, negra, un poco más allá. Se difumina y, tras un picado, gana nitidez. Parece un azor. Juega, ondea y bascula a los lados como mi vieja cometa. Sigo la sombra, la sigo con el corazón. Una ráfaga de viento la hace dudar, se sobrepone, se eleva, se aleja. Oigo unos vítores. Alguien me abraza, me felicitan. Gritos en el frío. Miro hacia arriba, busco en el cielo límpido. He llegado a la meta, repleta de gente que grita, que anima.  Poco a poco van desapareciendo, el público se volatiza a medida que me acerco a casa. Oigo voces que me llaman aunque sé que no hay nadie. Voy andando, extenuado, ya he llegado al pueblo. Es pronto y las calles todavía están vacías.  Por fin entro en casa, me ducho. Al salir me tumbo en la cama bocarriba, mirando el techo blanco. Cierro los ojos, buscando un reposo. Lo único que veo ahí arriba es la sombra de un azor, sobrevolando el árido altiplano sin fin de esta tierra».
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