Revista Filosofía

Relato de un sueño

Por David Porcel
La noche es fuente de riqueza. Es ella la que nos sumerge al mundo de los sueños, de lo elemental, de lo más primitivo y por ello verdadero de nosotros. El sueño a veces descubre verdades que a la intuición y a la consciencia habían pasado desapercibidas, y entonces despertamos con el deseo de contarlo, de escribirlo. La verdad nunca se vive en silencio.
Relato de un sueño del pasado Abril de 2006
Mi madre con entusiasmo me da la noticia de que acabo de recibir una herencia que me permitirá forjar el futuro con mayor provecho. Siento la mirada recelosa de algunos familiares que se preguntan quién ha sido el que ha decidido que sea yo el único poseedor de su herencia. Mientras tanto, mis padres me aconsejan que guarde muy bien las llaves que intuyo abrirán las puertas de mi nueva casa.
Es de noche y nos encontramos todos cerca de la urbanización en Zaragoza. Pronto se acerca a nosotros un hombre con muchos libros usados bajo sus brazos. Mi padre, que parece conocer su identidad, me lo presenta como uno de los mayores sabios del país. Habla con él y luego me dice que si decido entregar al sabio las llaves de mi nuevo hogar, recibiré de éste una educación para llegar a ser un gran filósofo. Comprendo que la suma de mis bienes es el precio que debo pagar para recibir mi nueva educación. Apenas mi padre termina de decírmelo entrego las llaves al sabio. Juntos nos alejamos de mis familiares y nos disponemos a tomar un autobús, en concreto, el número 42.
Ocurre entonces que el sabio repentinamente acelera el paso y con las llaves en su mano coge el autobús quedando yo fuera. Corro tras él, que se aleja por las calles de Zaragoza en plena noche. Comprendo que nunca ya le daré alcance. Vuelvo con mi padre y le pregunto por el motivo de la reacción del gran sabio, que no entiendo por qué puede haberme engañado. Mi padre me confiesa que el sabio ha decidido que sea otra la persona que reciba sus enseñanzas, una persona de mayor talento que yo. Me confiesa que el sabio le insinuó que no era yo la persona adecuada para recibir tal educación que me convertiría en un gran filósofo. Otra persona cercana a mí, de mi misma sangre, había sido la elegida.
Entiendo tristemente que el sabio pueda tener razón y alejándome solo hacia la ciudad veo el autobús que dobla la última curva antes de perderse para siempre en el horizonte. Me siento solo en medio de la gran ciudad. Detengo mi paso, miro a mi alrededor y la luna cómo ilumina la ciudad.
Me pregunto entonces que quizá no sea necesario recibir la educación de un gran sabio para ser un filósofo. Entiendo que no puedo perder nada desafiando al gran sabio y a los hombres que creen en él. Sonrío y vuelvo con los míos con dos libros bajo los brazos.
Sueño de Abril de 2006

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