Revista Sexo

Relato erótico: La nueva asignatura (II)

Por Kikeforo

Relato erótico: La nueva asignatura (2)

lee la primera parte aquí

Ella se me quedó mirando, irradiando picardía. La pequeña bribona sostenía mis gafas a la altura de la cintura, meciéndolas al mismo compás con el que balanceaba el cuerpo, procurando parecer indefensa. Sin embargo, todos sus sentidos estaban atentos a cualquier movimiento, inspeccionándome con falsa timidez. Me dedicaba una mirada indiferente que se columpiaba entre mí y el paisaje alrededor, invirtiendo en interés de forma proporcionada, como una balanza en perfecto equilibrio. De ese mismo modo rió por un segundo, satisfecha de su pequeña treta, divertida de leer en mis facciones una leve, muy leve, casi insignificante expresión de sorpresa, que reconocí se había ganado a pulso.

 relato erótico clase compañero

   Sin mediar palabra, aprovechando el vaivén, la chica retrocedió un par de pasos. Alargó el brazo y me atrapó por el torso con una fuerza exagerada. Sirviéndose de un dramatismo hilarante, con un gesto muy pronunciado, comenzó a palpar mi americana polvorienta. Como un pequeño roedor, desfilaba a zancadas por mi chaqueta, a la caza de una cueva en la que esconderse. Metió la mano, pequeña y resbaladiza, en el bolsillo más inaccesible de todos, y dejó caer ahí las gafas. Luego, la sacó con un suave contoneo.

   -Ahí lo tienes -sentenció, sonriendo muy lúcida, ante mi asombro.

   La chiquilla se tocó el pelo, pellizcándolo desde la raíz hasta las puntas, de pura satisfacción. Pasmado como estaba di un paso adelante, esperando alcanzar algo parecido a tierra firme, pero el suelo trepidaba con violencia y apenas pude sostenerme. Retrocedí. Estaba en el mundo de la gelatina. Pero qué chica tan engreída.

   -Gracias -dije, parpadeando un par de veces-. Espero que las cuidaras bien; son mi pequeño tesoro.

   -Sé cuidar de las cosas -respondió, riendo de nuevo.

   -Si lo haces siempre así -proseguí, con mucha seriedad-. Quizás podrías ser mi secretaria.

   Ella sonrió otra vez y volvió a dar rienda suelta al balanceo. Dio un paso hacia adelante. Tenía un lunar junto al labio, en la mejilla izquierda, que ahora parecía grande y cercano. Todo un planeta para explorar. Dio otro paso enfrente. Podía oír su respiración frenética y contagiarme de su perfume. Me di cuenta de que no se había puesto maquillaje, y me pregunté qué más cosas no llevaría consigo ¿Debería preguntárselo? Estábamos tan cerca…

   -¡Profesor!

   Y así acabó de repente. Las alumnas nos habían seguido desde la clase, y pronto me invadían con preguntas. Di la vuelta distraído y permanecí a la espera. Oía, pero no escuchaba apenas. La brutalidad de aquel torbellino consiguió disipar mi somnolencia, y regresé a la realidad de repente. Retomando el control, aclaré las dudas sobre la materia a todo el mundo. No sirvió de nada: querían más y más. Halagado por el interés que tenían por la asignatura, perdí de vista a la chica de antes. Cuando me di cuenta de que aquella muchedumbre era similar a unas arenas movedizas, ella había desaparecido de mi vista. Me excusé con franca cortesía y abandoné el pasillo inmediatamente. Me puse a buscarla de camino a la salida: teníamos una conversación por resolver.

   Nada en las escaleras. Nada en el vestíbulo. Nada en la glorieta ni en el jardín. Nada de nada. Estaba casi a punto de marcharme cuando se me ocurrió algo. Tenía que ir a la biblioteca a tomar un par de libros, así que quise suponer que la encontraría allí.

   Sin embargo, el lugar estaba vacío. Desistí entonces y, ya relajado, tomé asiento cerca de la ventana. Aprovechando así la luz del sol me dispuse a concentrarme en mi lectura. Metí la mano en el bolsillo y cogí las gafas con delicadeza.

   Pero ahí había algo más. Un trozo de papel arrugado. En el interior, un teléfono móvil. Qué lista había sido. Me levanté de repente y salí afuera. Cuando llegué al patio, y tras encenderme un cigarrillo, quemé la pequeña hoja doblada con el mechero. Cerciorándome una y otra vez de que había hecho lo correcto, regresé al rincón de lectura. Un profesor no podía salir con su alumna así como así, sin más. Podrían echarme de la universidad. Fue lo más adecuado. Para ambos.

   Al día siguiente, la llamé.

Envíado por ROGER

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog

Revistas