Revista Creaciones

Relatos de COSOqueTEcoso

Por Cqtc
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Entre puntada y puntadaIV

Relatos de COSOqueTEcoso

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Recordar aquí que el honor varonil se lleva en la frente es lo mismo  que  evocar la fama para ubicar en ella el honor  femenino. Quevedo las juntó, frente y fama, y quien firma la carta hace honor a cuernos: “Por estas hierbas cumplo veintisiete años y siete días de cornudo y le prometo a vuesa merced que, mediante Dios, me ha dado mil vidas…”. Pero nuestro Anselmo, novio a tiempo parcial, no era de este palo, sino del más común; del destinatario en la carta de don Francisco. Poco importa en este caso sea verdad o mentira el motivo del cuerno, baste con que un corrillo sentencie para que se cumpla el veredicto, que, por cierto, se lleva por delante la fama de la condenada. En nuestro caso la Gertru. Veamos lo que aquella mañana aconteció en el cuarto piso de la calle del Españoleto.
Con las manos en la cara, pero sin perder ripio, Remedios vio entrar como un vendaval a Anselmo. Huracán que se frenó en seco. No había espacio en el comedor para mucho más que pararse.
—¡Yo te mato, Gertru! —voceó el miura.  —Eso es mucho trabajo pa un vago —respondió la señora Casta interponiéndose entre los novios.—Bueno, pues mato al hijo de mala madre que te lo ha hecho.  —Ves, eso está mejor. Pero tas confundido de dirección. Aquí no hay señoritos, sólo señoritas de buen nombre. Así que, haciendo mutis.
Y como entró, salió. Eso sí, el Anselmo bajó las escaleras más confundido que las subiera y no sin estar agradecido a la señora Casta por no dejarle hacer. Mientras, las tres mujeres quedaban con el alma en un puño, amén de que el corazón se les ubicó en la garganta. Después de un esfuerzo por tragar, la señora Casta sentenció:
—No habrá suerte y se maten dos pajarracos de un navajazo.—Dios la oiga, madre —se sumó la hija al deseo maternal —, pero me parece que este gallo no tié espetones.
—Sabrás tú lo que es un un gallo y un espetón, Reme. Porque un espolón sí sabes lo que es, ¿no? —corrigió la madre con una sonrisa amarga.
Pero los deseos de la señora Casta no iban a cumplirse. Lo impidieron las órdenes de doña Virtudes, los recursos de su marido y la falta de espetones del gachó, que, a sabiendas de la ausencia del señorito Luis, se acercó al número 22 de la calle Luchana.
—Sabe usté si está en casa el señorito…—No. No está.—Si no le nombrao —se extrañó Anselmo.—No hacía falta, galán —se sonrió la portera—. ¿Querías verle? Aunque lo tiés difícil. Sacaba de ir a las tierras que tié su familia en Extremadura. Le visto salir hace na con baúles y to. Aunque mu contento no iba.—O sea, que va pa largo.—Nueve meses lo menos la Julia no daba puntada sin hilo, aunque no cosía más que lo imprescindible.—Menos güasa que no me fío de mi menda, doña Julia —subió el tomo Anselmo al palparse el bolsillo de la chaqueta.—¿Ahora soy doña? Pero frénate que el guindilla(1)salió ayer de servicio y anda echao ahí dentro —mintió la portera en defensa propia—. Aunque creo que ya conoces su pensión.
Ya en la calle, el Anselmo miró en ambas direcciones, y tras dudar decidió bajar. La duda no fue otra que la taberna a elegir. La Gran Tasca estaba hacia arriba, pero apenas la separaba veinte metros del portal de la Reme, de donde venía. Otra solución era La Taberna del Cabezón, pero allí era donde se había enterado de la noticia, por boca de esa serpiente de la Patro y donde más de uno le había dicho: Algo harás, ¿no?, aunque sea mentira. Pero no, dio media vuelta con el objetivo de llegarse hasta El 2, en la calle Sagasta, buen sitio y no demasiada gente conocida. Además era cuesta abajo. Pero se equivocaba y no en el declive que le llevaba a la Glorieta de Bilbao.

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—Dichosos los ojos, Querubín —saludó Pedro, el tabernero, al ver entrar al Anselmo.—A las buenas. —¡Cuánto bueno por aquí! Y cuánto hacía.—Ocupaciones de uno —matizó Anselmo sin darle importancia a la mentira.—O de otro —contestó con retintín un parroquiano desde el fondo.El Anselmo hizo oídos sordos al comentario. Pero otro cliente sentado a una mesa dio otra puntada para demostrar que también estaba en el ajo(2):—¿Qué tal la Gertru, Querubín? Parecía triste esta mañana… Y con prisas pa cambiar de domicilio. Según don Felipe, el guindilla pa ti, sa ido a vivir con la Reme y familia.—¡Que sepan tos los parroquianos desta taberna, y el dueño y la ama también, que me presentao esta mañana en casa del señorito de marras con esta en la mano —Anselmo blandió la navaja cerrada—, y el gachó sa largao a las Extremaduras! —explicó a grito pelado—. Si no, la traería manchá. Y como las nuevas corren que se las pelan, ya podéis vocearlo por el vecindario.Y esa fue la tercera vez que el Anselmo salió más ofuscado y airado de lo que había entrado en un lugar esa mañana. Si bien, el parroquiano del fondo quiso ponerle la guinda al cabreo del Querubín, que llegó a oír el mordaz comentario antes que se cerrara la puerta del establecimiento tras él: —¿Pero el Luisito sa ido por la navaja o por sus virtudes? —en clara alusión a la madre del señoritingo.Ya en la calle, el presunto cornudo soltó lastre:
—¡La madre que los parió a todos y a todas! ¡Cagüen to lo que se menea! Van a conocer estos al Anselmo, por éstas.[Continuará]
(1) Según el DRAE, 3ª acepción: Individuo del cuerpo de Guardia Municipal. Es despectivo y coloquial.(2) Dedicado a Ligia, ella sabe porqué.

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