Revista Cultura y Ocio

Relatos finalistas: Informe de un dolor

Por Gaysenace


Comenzamos la publicación de las 27 obras finalistas del I Premio de Relatos LGTB "Corralejo", convocado por nuestro blog y la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de La Oliva, con el relato titulado "Informe de un dolor" (Tenerife, España)
Me levanté. Con cuidado. No vayas a despertarlo. Que quizá haya desaparecido y no esté atento a lo que haces ahora. Quizá haya dejado de vigilar, de estar pendiente de cada pensamiento, en cada esquina de este apartamento que parece una covacha y que quizá lo sea. No he pensado en ello. Lo ha elegido Darío. Es probable que por internet. Es mi primer día aquí. Y creo que se ha olvidado de que existo. A veces no quiero. Mientras me siento en el váter, enciendo un cigarro, giro el grifo de la ducha. La primera bocanada de humo. Silencio en la habitación. Y un gruñido suena muy dentro. No se oye fuera. Primero suave, tan bonito. Como un recuerdo: el centro comercial, tu cara desencajada. Navidad. La gente. Y va ganando vigor, se va haciendo más grande, más afilado. A dentelladas, nace en alguna parte y se extiende. Destrozando mi estómago, mi corazón, mi boca, que ya tiembla. Es él. Aquí está. Me llena hasta que no puedo más. Se derrama lento por mis ojos. Sujeto la cabeza con mis manos. No ha desaparecido. Cuando no puedo más, vomito.
Ya hace más de tres meses. Estoy en la playa. Al principio creí que duraría poco. Quizá unos días, unas semanas. No más. Estaba tan harto. De los interrogatorios. De darnos vueltas. Del repaso interminable de conocidos. De las inacabables lágrimas en el porche de la casa de tus padres. De las caras serias y las conversaciones sin conversación. De nosotros. Estaba tan harto de no entenderte como de no entenderme. Cómo lograr hacernos felices, sacarnos del marasmo, de la crisis perpetua. Estaba hastiado de ti y de mí. Y pensaba que aquello no podría durar mucho, que sería un alivio. Aunque a veces te miraba por las mañanas. Mientras dormías. Y él se me hacía presente. Pero más pequeño, menos intenso. Iba a perderte. Lo sabía. Me llamas. Durante un segundo miro la pantalla. Mario. Eres tú. No quiero leerte ni en el móvil. Me tumbo de espaldas y te borro de la agenda. Así será más fácil. Pero sé tu número. Hago un hueco en la arena y entierro la cara. Que nadie me vea. Lloro en silencio. Te echo de menos. Deberías estar aquí conmigo.
Gay. Me voy a la terraza del apartamento. Me siento en la silla de plástico blanco. Es fea, como el resto. Ser maricón duele. Demasiado. No quiero serlo. Preferiría enamorarme de una mujer, tener hijos. Eso no me haría daño. Evitaría sentir. Ahora me duelen hasta los lóbulos de las orejas. Y lloro de pena. Nunca supe lo que era tanta pena junta. Antes me reía más. No antes del todo, sino después de que mi madre me preguntara. Antes del todo mi vida se moría. Podrida. Tenía 26 años. Y yo creía que era el final lo que se cree que es el principio. La boda, los hijos. La boda y los hijos me obsesionaban. Era lo que ella quería. Y yo, que me sentía amortizado, tenía pesadillas. Cuando mi madre me preguntó yo tenía la plancha en la mano. Le dije que sí. Sí, era gay. La plancha tuvo que enfriarse. “Ah, vale. Tenía ganas de saberlo”. “Ah, vale” resolvió varias noches en vela, el miedo a que me vieran entrar. Y a que me vieran dándote un beso. Tú, otra vez. Entrando en escena sin que nadie te dé la vez. A ver si consigo aparcarte un rato. No hay pastillas para esto. Está ahí. Mirándome. Esperando en cada esquina. A que algo o alguien lo saque.  Definitivamente: ser maricón duele.
Entro. El olor a desinfectante no me gusta. Qué usarán en este sitio. Hay dos o tres tíos con la toalla a la cintura. Tenía que hacerlo, que entrar. Doce euros, una barbaridad. ¿Me estoy convirtiendo en lo que detesto? Es posible. No es la primera vez. Me tiemblan las piernas y me siento en un taburete de la barra. Está oscuro. Cerveza. Me tranquilizo y doy un paseo. Está muy oscuro. Pero creo que me mira desde el rincón, detrás del jacuzzi. Doy la vuelta y me sigue. Entro y entra. Te echo de menos. Voy a llorar, pero me controlo. Consigo terminar. Esos ratos te alejan de mí. Me siento bien. No me ha rechazado. No ha dicho adiós. Ni se fue. Como tú en Navidad, en ese centro comercial. Con la cara desencajada. “Tenemos que hablar”. Cuando el suelo dejó de existir. Nadie lo ha puesto en su sitio aún. Sigo flotando. ¿Con cuántos habré estado en este tiempo? Pero me alivia tanto. Creo que será la manera de olvidarte. Convertirme en lo que odias. Así tendrás motivos. De sobra. No seguiré siendo el mismo de aquella noche. Tu sonrisa, tus besos… Mario. Tu nombre que me hace vomitar por los ojos. Quizá ahora el dolor se aleje de mí y me olvide. Mi boca tiembla. Lágrimas. Otra vez. Me voy a quedar seco. Quizá ya lo estoy. Ser maricón duele. Sin duda.
Quiero estar solo. Dejo a Darío dentro. Dando vueltas. Bajo las escaleras, miro al frente y me quedo petrificado. Él está aquí. Pero esta vez no aparece de a poco. Me hace daño de golpe. Paralizado. Te miro. No puedo dejar de mirarte, como en aquella canción de Damien Rice: “No puedo apartar mi mirada de ti”. Tu barba de tres días, tus gafas de sol. Es una de tus camisetas, los pies planos. Me tiemblan las piernas. ¿Qué coño haces aquí? Me sonríes. Son tus dientes. Sigues sonriendo. ¿Qué hago? He dejado de frecuentar los lugares de antes. Ya no salgo por el ambiente. O le pido a Isidoro que entre primero. Que inspeccione. ¿Y si te viera con otro? Tú. Otro. No quiero. Y vas y te saltas mi norma. Y estás frente a mí. Sonríes. Vienes y me hablas. Y entonces salgo corriendo de allí. Huyo de ti. De ti que no eres tú. Pero tan igual. Me siento en una escalera de no sé dónde. Descanso. Vuelvo a respirar.
Claro que no siempre fue así. Mis mejores días se llamaban como tú. Antes. No estaba preparado para que dejara de ser así. Para buscarles otro nombre. No me enseñaste que, quizá, debía ir a lugares diferentes a los que fuimos juntos. Para poder recorrerlos sin que tenga que recordarte. ¿No podrías, simplemente, no haber existido o desaparecer de la faz de esta tierra para saber que no estás? Que no es que no quieras estar conmigo, sino que no estás. Dejé en blanco dos años de mi vida. Borré las fotos. Las tuyas conmigo, las tuyas solo. Las que me hacían pensar. No quiero recuerdos en mi casa. Escondí tu póster y los marcos están vacíos. Renuncié a esos 24 meses. No quiero seguir sintiendo este dolor que se me escapa de a poco. A veces demasiado lentamente. Claro que no siempre fue así. Doy una calada. Tengo los cascos puestos. La música me alivia un poco. Paso las canciones compulsivamente. Quiero una que me haga olvidar. Claro que no siempre fue así. Antes cerraba los ojos. Una lágrima se me escapaba. De vez en cuando. Esto es malo. No puedo ser tan feliz. Debe ser pecado. Eso era antes. Hace meses. Quizá un año.
Mi hermano dice que llegará un día. Uno ordinario, cualquiera. Que no sabré por qué. Pero que mi coco se despertará. Irá al baño con cuidado. Se sentará en la taza del váter, se fumará un cigarro. Y que se habrá pasado este dolor que me rompe y que se derrama despacio. Mis amigos, que mis días tendrán otros nombres en menos tiempo del que creo. Que el futuro se llama de otra forma, aunque yo no lo sepa. Que no te recordaré. Al menos de la misma manera. Que serán diferentes aquel lugar y tu primer beso. Cuando te corte súbitamente. ¿Primero me dirás tu nombre? Que en los bares dejaré de jugar en tu terreno. Dos años. ¿Será verdad que el amor no dura más que eso? ¿Puedo ser gay y tener un amor que vaya más allá? ¿Acaso tendré que beber a sorbos la felicidad, tan amarga ahora? No quiero. Ahora no.
En estos meses lo he hecho todo. Hago memoria. Acudí a una bruja. ¿Volveré a enamorarme? Que no. De momento no lo veía. Alguna cosa, nada importante. Treinta euros para aquello. Inyección de pesimismo. Gracias. Me hice un perfil. Con foto. De cara, de cuerpo. A un lado y a otro. ¿Aficiones? Yo qué sé... ¿Ir al cine? Pero no siempre. ¿Un libro favorito? ¿Una película? ¿Una comida? No sé. Creo que todas las que tenía contigo. ¿Rol? ¿Me lo preguntan? ¿Con foto de cara? Ahora podrán decirlo. Lo imagino. Ahí va, santacruzsimpatico29. Es activo. Le gusta la comida tailandesa. Es activo, activo. Dios. ¿Qué voy a hacer ahora? Me recomendaron las citas a ciegas. Amigos de amigos de amigos. Quiere algo más que sexo. Es guapo. ¿Y a mí qué? No me gusta. ¿Qué haces en tu tiempo libre? ¿A qué te dedicas? ¿Has tenido pareja? ¿Cuándo se lo dijiste a tus padres? ¿Cómo llevan lo tuyo? ¿Lo mío? La familia bien. Gracias. ¿Dónde te habrás metido?
Seis, seis, siete. La pantalla del móvil no puede equivocarse. Eres tú. No quiero hablar contigo. No ver tu nombre me hace menos daño. Te cuelgo. Hoy es nuestro aniversario. Lo sé desde hace semanas. “Nen...”. Es un SMS. ¿Lo leo? “Te quiero...”. El dolor chorrea. Silencioso. Más fluido que nunca. ¿Me quieres? Yo no quiero quererte. Aquel centro comercial. Mi coco me hace la faena. Aquel centro. Navidades. “Tenemos que hablar, nen”. ¿Le dirás nen a alguien más? Nen. Ibas a dejarlo. Lo sabía. Te pedí: no lo digas. Por favor, no lo digas. Quizá si te callas... Si dejas pasar unos días. A lo mejor se te pasa. Y el suelo dejó de existir. Empezaron los gruñidos por dentro. Y las páginas del calendario se quedaron adheridas a ti. Y empezaron a asomarse las sombras desde las molduras de mi casa cuando anochecía. Tan sin sentido mi casa. Que apesta a ti. A los dos. El centro comercial. La Navidad. Tu sonrisa. El suelo que ya no existe bajo mis piés.
¿Por qué te habré preguntado tu nombre aquella noche?


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