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Resaca bajo control: La noche de los maridos (The bachelor party, Delbert Mann, 1957)

Publicado el 03 octubre 2016 por 39escalones

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Antes de que las despedidas de soltero se convirtieran para el cine en objeto de comedia bufa y humor de trazo grueso para adolescentes tardíos, el equipo formado por el director Delbert Mann y el guionista Paddy Chayefsky, esta vez con producción de Burt Lancaster (y su compañía Hill-Hecht-Lancaster), intentó reverdecer los viejos laureles del éxito de Marty (1955) con este drama de bajo presupuesto y puesta en escena teatral en torno a la crisis existencial, cada uno por sus propias razones, que viven cinco amigos reunidos con motivo de la próxima boda de uno de ellos. Aunque invocar la amistad tal vez sea demasiado: cuatro de ellos son más bien compañeros de trabajo (contables en una gran compañía), solo uno conoce a la novia (a la que ha visto en una sola ocasión y con la que ha cambiado apenas unas pocas frases diplomáticas), y ninguno va a asistir a la ceremonia. Sin duda, el punto débil estructural de una historia que, no obstante, acierta a la hora de utilizar estos cinco retratos masculinos y sus relaciones con las mujeres para presentar, desarrollado en diferentes estratos complementarios, un retrato poliédrico del efecto negativo que las expectativas frustradas, el desencanto y la frustración vital pueden tener en las relaciones de pareja.

Charlie (Don Murray) vive atrapado en una vida que no es más que una acumulación de días sin sentido: muchas horas de trabajo, vuelta a casa, cena con su abnegada esposa (Patricia Smith) y clases nocturnas para adquirir títulos y destrezas que le permitan ascender en un empleo del que se siente prisionero; para colmo, su esposa le comunica que está esperando un hijo y su mundo en estado estacionario de “a verlas venir” se viene súbitamente abajo porque ante él se abre un panorama de madurez, envejecimiento y responsabilidades. Sus amigos no lo tienen mucho mejor: Eddie (Jack Warden), mujeriego y juerguista, que a todas horas presume de planes con amigas variadas, es en realidad un infeliz que lucha infructuosamente contra el terror que le infunde la soledad; Walter (E. G. Marshall) vive un matrimonio tradicional, largo, aburrido, rutinario, y además tiene problemas de salud que se auguran graves; Kenneth (Larry Blyden), bajo la aparente felicidad de un hombre que vive en armonía con su esposa y sus hijos, ha renunciado al ocio y la diversión, apenas sale de casa para algo que no sea trabajar o compartir planes con su familia, ha olvidado lo que es hacer cosas por su propio gusto; por último, Arnold (Philip Abbott), carente de experiencia, temeroso de las chicas, del sexo, que vive cómodo en el hogar de sus padres, se asoma al abismo del desencanto al haberse comprometido con una muchacha a la que no sabe si quiere, simplemente porque “toca”, porque es lo que corresponde hacer a un hombre de 32 años que debe formar su propia familia…

La deuda teatral del guion de Paddy Chayefsky es innegable en esta breve pero enjundiosa película (apenas hora y media) en la que, en lo que empieza siendo una fiesta con pretensiones de orgiástica y depravada pero acaba como la constatación de la derrota de las ilusiones vitales de cinco hombres arruinados (por más que el final del protagonista, en tiempos del Código Hays, obligara a introducir un discurso optimista y un final positivo), constituye un recorrido por distintas fases de las relaciones de pareja examinadas desde una perspectiva estrictamente masculina, a excepción de la charla que mantienen la mujer y la hermana de Charlie, la cual confiesa abiertamente las infidelidades de su marido y la larga vida de penurias y resignados silencios de aceptación que esconde su aparente vida feliz. En el resto del metraje, las visiones tópicas sobre la masculinidad (rituales de hombría como los retos de demostración de fuerza física, el aguante en el consumo de alcohol o el sexo con cualquier mujer apetecible que se ponga a tiro) se ven puestos de manifiesto para ser uno a uno desmontados y revelados como reminiscencias de la infancia y la adolescencia, producto de una inmadurez en pugna con el inexorable paso del tiempo y el cambio de plano en una vida que obliga a ser adulto. Desorientados, decepcionados, frustrados por no haber alcanzado ni sus sueños personales ni la imagen que supuestamente todos los hombres anhelan representar, fingen mantener un simulacro de juerga libertina que termina por sumirles en el desasosiego y el aburrimiento. Por ejemplo, en la secuencia más polémica, censurada desde luego en España (en las versiones dobladas se percibe el oportuno cambio de voces, producto de los distintos tiempos de grabación de cada banda de sonido), en la que ven una película pornográfica y hacen comentarios alusivos a las imágenes. Lejos de dejarse poseer por la excitación, los personajes terminan bebidos, silenciosos, avergonzados de sí mismos y apoltronados en el sofá.

La película, construida en escenas al modo teatral y con estética televisiva, filmada decorados construidos en interiores, con predominio del texto sobre la imagen, repleta de diálogos y situaciones dramáticas a partir de las conversaciones de los personajes, transita por diversas localizaciones que van de la oficina al apartamento de Charlie y los pasillos del bloque donde vive (edificios de casas baratas de ladrillo, todos iguales, indistinguibles uno del otro), pero se recrea especialmente en los largos tránsitos callejeros (los personajes pierden el rumbo, no saben dónde ir para disfrutar de esa diversión que se supone propia de hombres libres, desprejuiciados, “jóvenes” y con dinero fresco en el bolsillo), en la amplia gama de clubes y tugurios (minuciosamente reconstruidos y dotados cada uno de su personalidad, su estatus de clientela y económico, o del ambiente del presunto barrio en que se ubican, en un excelente trabajo de dirección artística) que recorren en busca de lo que ya no pueden encontrar, y en una fiesta bohemia del Greenwich Village, eso que representa lo que ellos habrían querido ser y el espacio en que más fuera de lugar demuestran estar. El obligado final feliz hace que el personaje de Charlie asuma su matrimonio, su paternidad y su trabajo (con el más que previsible ascenso dadas las nuevas ínfulas que adquiere su amor por el estudio) como las mejores suertes que le podían haber tocado en vida, pero no logra ocultar la realidad de los otros cuatro personajes que el guion de Chayefsky y la dirección de Mann consiguen mostrar en toda su desnuda crudeza: Walter, la muerte prematura; Eddie, la soledad; Kenneth, la inconsciencia de que otra vida puede ser posible; Arnold, la cárcel de un matrimonio que no desea. La caricatura de la masculinidad, los chicos con acné pegándose en el recreo por ser considerados el macho alfa del rebaño o entrando a todas las chicas para demostrar, a los otros y a sí mismos, su encaje con la imagen idealizada del hombre viril, resolutivo y autosuficiente, devorada por la realidad de una vejez antes de tiempo. Ilusiones perdidas, la súbita comprensión del peso del paso del tiempo sobre los hombros, de que la vida es una trampa de la que no hay escape posible.


Resaca bajo control: La noche de los maridos (The bachelor party, Delbert Mann, 1957)

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