Revista Cultura y Ocio

Reseña #141: La muerte del comendador

Publicado el 09 febrero 2019 por Alaluzdelasvelas

Sí, lo sé, esta entrada ya tendría que estar publicada PERO ayer me faltaron horas y, bueno, no salí precisamente pronto de clase - ¿para cuándo un viernes sin clase hasta las 9? -, así que aquí estoy, intentando apañar la entrada del sábado para no dejaros colgadas y colgados hasta la semana que viene. Pero aquí no venimos a quejarnos, ¿verdad?

Barremos la mierda y pasamos con las cositas que dan buen rollo. Pues que esta semana he probado el té chai con leche. Sí, sí, llego mil años tarde a la fiesta, ¡pero está buenísimo! Tan bueno que se ha convertido, desde ahora, en mi merienda oficial. Ajá, aquí no se perdona ni una comida. Bromas a parte, debo decir que no esperaba que fuese tan... ¿suave? Vamos, llevando pimienta negra me esperaba un ardor de Satán en la Tierra, pero nada más lejos de la verdad. Si sois como yo - cabezotas a dolor - y no le habéis dado una oportunidad, id a echar un ojo al súper. Ahora os toca a vosotras y vosotros, ¿qué cositas chachis os han pasado esta semana?

Después de más de un mes, os traigo la reseña de uno de mis autores favoritos. ¿Qué, vamos a ello? ¡Dentro reseña!

Reseña #141: La muerte del comendador

En plena crisis de pareja, un retratista de cierto prestigio abandona Tokio en dirección al norte de Japón. Confuso, sumido en sus recuerdos, deambula por el país hasta que, finalmente, un amigo le ofrece instalarse en una pequeña casa aislada, rodeada de bosques, que pertenece a su padre, un pintor famoso. En suma, un lugar donde retirarse durante un tiempo. En esa casa de paredes vacías, tras oír extraños ruidos, el protagonista descubre en un desván lo que parece un cuadro, envuelto y con una etiqueta en la que se lee: "La muerte del comendador". Cuando se decida a desenvolverlo se abrirá ante él un extraño mundo donde la ópera Don Giovanni de Mozart, el encargo de un retrato, una tímida adolescente y, por supuesto, un comendador, sembrarán de incógnitas su vida, hasta hace poco anodina y rutinaria.

El hombre sin rostro sigue esperando su retrato, pero nuestro protagonista - del que desconocemos el nombre durante toda la novela - no tiene ni idea de cómo hacerlo. No hay nada en su rostro. Literalmente, nada.

Después de este prólogo harto desconcertante, muy al estilo del autor, nos encontramos con un hombre que decide contarnos qué pasó durante el tiempo que estuvo separado de su mujer. Un tiempo difícil, cabe decir, y es que no entiende qué salió mal, qué hizo para que ella, al final, decidiera pedirle que se fuera. Tras un montón de tiempo en carretera, malviviendo, nuestro protagonista se pone en contacto con Masashiko Amada, el hijo del célebre pintor del período Asuka, Tomohiko Amada.

Tomohiko padece una enfermedad que consume su memoria poco a poco , por lo cual está ingresado en un geriátrico. Desprovisto de la mayor parte de su , no tiene nada que le ate a su antigua casa. Así las cosas, nuestro protagonista pasa a ocupar esa casa en mitad de la montaña. Lugar idóneo para dar rienda suelta a su creatividad perdida. Y es que no sólo se vive de hacer retratos... ¿verdad?

¡Me moría de ganas por leer este libro! Desde que salió, estaba con los dientes largos largos , contando los días para que cayera en mis manos. Lo devoré, por supuesto - -, pero es que el libro es... joder, es la hostia. sí, aquí una servidora tiene un problema con los libros de este señor

Os voy a poner en antecedentes, sin contaros nada que os pueda chafar la historia, palabrita . La casa en la que tiene que quedarse da miedo, las cosas como son. Una casa en mitad de la montaña, en la que está él solo. Él y sus demonios, él y su arte, él y sus... ideas. No, no digo ( que la casa dé miedo porque sólo la habite una persona, lo digo ) porque los escenarios que nos presenta el autor, de cotidianos, se tornan oscuros, rozando lo tétrico.

Es muy difícil crear una "buena historia" a partir de una situación aparentemente estable. Me explico. Hay mucha gente que no soporta las novelas de personajes o de situación y, aunque personalmente me pirran; debo reconocer que, como en todo, las hay mejores y peores. A mi juicio, Haruki Murakami cuenta con una prosa muy potente, una que te sumerge de lleno en lo cotidiano del día a día, pero que dibuja un aura de misterio, con una ligera oscilación paranormal; que hace de cualquier novela suya una delicia.

Comenté en casa - - podéis leer la reseña haciendo clic sí, soy de esas que dan por culo en casa con lo que están leyendo - que recupera, en cierto modo, la esencia de aquí - , mi libro favorito del autor hasta la fecha. ¿Y por qué? Muy fácil. Protagonista que se ha perdido a sí mismo y busca crecer como persona, recuerdos que emborronan la realidad y un misterio que roza lo siniestro acechando la casa en la que se hospeda.

Quiero que tengáis curiosidad, así que vamos a hablar de l ( ) bosque. Imaginaos que estáis en la cama, durmiendo plácidamente después de un día aparentemente productivo. Se oye un ruido. Uno suave, casi melódico. Entonces os despertáis. Y sólo se oye el silencio. ¿Qué, queréis saber qué narices está pasando?

Y ahora, bienvenidas y bienvenidos a la Zona Spoiler

- tengo por regla no hacerlo - a ratos se me quedaba un mal cuerpo que no era ni medio normal. Para que os hagáis una idea de la cantidad de micro-infartos que sufrí, mis vecinos de arriba tienen un perrito encantador. El típico animalito que, cuando pasea por casa, hace un ruidito de " ". Bueno, pues el perro en cuestión saltó de algún sitio y yo estaba leyendo clap-clap-clap . Por poco no me muero del disgusto. Si ya dicen que por la noche somos todas, todos, muy sugestionables... tan pichi

Me he dejado uno de los puntos fuertes de la novela para esta parte, no porque considere que sea un spoiler - estoy segura de que, en realidad, no lo es -, sino porque preferiría que lo descubrierais por vosotras mismas, por vosotros mismos. ¿Y de quién hablo ( )? De , por supuesto. No me acaba de hacer gracia ese hombre. Hay algo en él, en su retorcida forma de plantear las cosas, en su manera de decir que él "a veces tiene pensamientos extraños", que hace que me plantee hasta qué punto es un pirado. Porque lo es, estoy segura.

Me gustó muchísimo lo bucólico del bosque, sobrepuesto a lo siniestro de la noche. Esa campana, ese ruido intermitente que quebraba la madrugada, haciendo de ella un escenario de película de miedo; seguido de ese vecino casi voyeur , Menshiki, que sólo quería un retrato hecho por nuestro protagonista.

No podía dejar de leer. Cada palabra, cada escena, era una jodida maravilla. Y lo era porque Murakami nos dibuja la lluvia, nos muestra incluso el aliento de las ideas y deja que palpemos, con manos inseguras, las leyendas sobre monjes budistas enterrados en vida para alcanzar el Nirvana. Ideas casi delirantes que hacían que un grano de café nos devolviera a la realidad, hasta que algo cambia.

No sé por dónde irán los tiros en la segunda novela - que, por cierto, ¡¡me muero por leerla!! -, pero sí que debo decir ( ), que me dio bastante reparo todo el tema de la niña. La supuesta hija de Menshiki, que es evidente que está escondida en sí misma, esperando a que algún rayo de luz le ayude a romper el cascarón. Pese a todo, me intriga más la historia del Hombre del Subaru Foster . Si bien es cierto que en apariencia no es más que una mota de polvo en el pasado del protagonista, me muero de ganas por saber qué se puede sacar de él. De él y de su retrato.

Y hablando de ( ) retratos... ¿ qué me decís del cuadro de Tomohiko, ? Es bastante... curioso. Curioso y siniestro, qué narices. No, no os contaré nada más de ese tema, pero tengo mi propia teoría y, joder, estoy deseando saber si se confirma.

La muerte del comendador es un muy buen inicio de... ¿trilogía?, ¿saga? Con una prosa maravillosa y unos escenarios que alternan lo bucólico con lo melancólico, Murakami nos sumerge de lleno en la vida de nuestro protagonista, un hombre al que, al parecer, le persigue el misterio. No dudéis en darle una oportunidad.

Los días se sucedían de un modo extraño. Me he dado cuenta con el tiempo. Me despertaba temprano, iba al estudio de paredes blancas, me enfrentaba a un lienzo también blanco, y acababa sentado en el suelo mientras escuchaba Puccini sin haber encontrado una idea. Desde el punto de vista creativo, me he enfrentaba al vacío puro, a la nada. Claude Debussy escribió sobre sus dificultades al llegar a un punto muerto mientras componía una ópera: <<Solo creaba la nada. Así un día detrás de otro>>. De igual modo, aquel verano me dediqué día tras día a la creación de la nada. Me familiarizaba con ella, si bien no llegábamos a intimar.

Miro atrás y me doy cuenta de que la vida es un misterio insondable. Está llena de casualidades, de cambios de rumbo tan repentinos e increíbles como retorcidos e impensables; y cuando suceden, no apreciamos, sin embargo, ningún misterio en ellos. En el curso de nuestra vida diaria, solo nos parecen una sucesión de acontecimientos normales, más o menos coherentes con poco o nada de excepcional. El hecho de que no guarden una lógica entre ellos es algo de lo que a menudo solo nos damos cuenta con el paso del tiempo.

-De vez en cuando, las personas sufren una gran transformación - continuó -. Hay gente que decide romper de golpe con algo y eso genera una especie de fuerza que nace de los escombros de lo que deja atrás.

Un recuerdo puede ser muy poderoso, pero el tiempo es implacable. Me lo decía el instinto.

Me desperté por culpa del silencio. Me sucedía de vez en cuando. En ocasiones, nos despertamos cuando un ruido inesperado rompe el silencio. Por el contrario, hay veces en que es un silencio repentino el que nos despierta cuando cesa el ruido existente hasta entonces.

Entonces caí en la cuenta de que personas con las que no tenía ninguna relación especial solían hacerme confesiones de carácter íntimo. Me sucedía desde niño, y nunca había llegado a entender bien por qué. Tal vez tenía el don de sacar a la superficie los secretos de los demás. Puede que pareciera que sabía escuchar. En cualquier caso, no recordaba que me hubiera aportado nunca beneficio alguno. Después de sincerarse, todo el mundo se arrepentía enseguida de haberlo hecho.

Siempre me había gustado contemplar, por la mañana temprano, un lienzo en blanco, donde aún no había nada pintado. A ese acto lo llamaba el momento zen del lienzo: no había nada, pero eso no quería decir que estuviera vacío. En la superficie completamente blanca se escondía algo por venir. Al aguzar la vista veía muchas posibilidades que en algún momento se concentrarían en algo. Era un momento que siempre me había gustado: el momento en que lo que es real y lo que no lo es se confunden.

Había dicho que ciertas cosas era mejor no saberlas , y tal vez tenía razón. Quizás había cosas que era mejor no oírlas siquiera, pero era imposible no oírlas nunca. Cuando llegaba el momento, aunque uno se tapase los oídos con todas sus fuerzas, el sonido de la verdad vibraba en el aire y alcanzaba el corazón mismo de la gente. Nadie puede aislarse por completo, y a quien no le guste no tendrá más remedio que huir a un mundo vacío.

-[...] Lo importante no es crear algo desde la nada, sino, más bien, encontrar algo distinto entre lo que ya existe.


Volver a la Portada de Logo Paperblog