Revista Cultura y Ocio

Reseña #83: 1984

Publicado el 29 abril 2017 por Alaluzdelasvelas
RESEÑA #83: 1984 ¡Hola, hola, hola!

  ¿Qué tal os va todo? ¿Bien? Espero que sí. Esta semana os traigo la reseña de unos de los libros que, sin duda, se ha convertido en uno de los mejores que he leído en mucho tiempo. ¡Dentro reseña! Ficha técnicaRESEÑA #83: 1984
Título: 1984Autora: George Orwell Editorial: De BolsilloNúmero de páginas: 352ISBN: 9788499890944Precio: 7,55€Sinopsis En el año 1984 Londres es una ciudad lúgubre en la que la Policía del Pensamiento controla de forma asfixiante la vida de los ciudadanos. Winston Smith es un peón de este engranaje perverso, su cometido es reescribir la historia para adaptarla a lo que el Partido considera la versión oficial de los hechos… hasta que decide replantearse la verdad del sistema que los gobierna y somete.Mi opinión La sociedad es completa y absolutamente totalitaria. La dictadura del Gran Hermano, ese del que se dice que todo lo ve y todo lo sabe, oprime a todos los que forman parte del partido, esos trabajadores que viven en piscuhos, comen lo que en sus cantinas llaman “el menú del día” – algo que va a caballo entre la basura y una suela de zapato – y se hinchan a beber café que bien podría ser agua negra y ginebra. Ginebra Victoria.  Pensar es un delito. El modelo ideal de estúpido fanático del partido político es alguien que se deje mangonear, que comprenda y sepa llevar a cabo el “doble-pensar”– algo de lo que hablaré más adelante –. Alguien lo suficientemente idiota como para no cuestionarse nada. Alguien, en esencia, manipulable.  La guerra, esa de la que todo el mundo habla, trajo consigo el nuevo régimen. Las mejoras, dicen. El Gran Hermano. El pasado no existe, el presente es incierto y el futuro poco más que una falacia.  En este ambiente decadente, perturbadoramente obsceno, encontramos una de las poquísimas personas que, ¡gracias a Dios!, todavía conserva el sentido común. Winston Smith, uno de los funcionarios del partido, sabe lo que tiene que hacer para sobrevivir.Sabe que hay que respetar los toques de queda, que debe acudir al centro recreativo a consumir ginebra y hablar de lo que todo el mundo espera que se hable. Sabe, además, que debe participar con todo su entusiasmo, en los “2 minutos de odio”, que debe levantarse cada maldita mañana y realizar los estúpidos ejercicios que le pide la telepantalla… Sabe que pensar es el fin de sus días. No había leído nada del autor hasta ahora. Mi primera impresión, cuando tuve esta joya en las manos, fue que no tenía la más remota idea de qué escondían sus páginas. Un diamante en bruto, eso es. George Orwell fue – y seguirá siendo – un revolucionario, alguien que se enfrenta al sistema, alguien que tiene las narices suficientes como para decir que somos unas malditas ovejitas obedientes, que hacemos lo que se espera de nosotros.¿Nos dicen que no pensemos? ¡No lo hacemos! ¿Nos piden que agachemos la cabeza y asintamos? ¡Pues lo hacemos, qué demonios! NO, NO, NO Y NO. Reivindica todos nuestros derechos, diciéndonos, alto y claro, que nuestras mentes son nuestra mayor fuerza, nuestra mejor arma. Un arma de la que priva a sus protagonistas.¿Cómo es posible, me pregunto yo, que alguien que lleva sesenta y siete años muerto tuviera tanta maldita razón?  Cosas tan surrealistas como “La liga anti-sexo”, “Los espías”, “El Ministerio de la Verdad”, “El Ministerio del Amor” y “El Ministerio de la Abundancia” se convierten en pilares totalitaristas en esta novela.Una liga que se dedica a decir a las personas que el sexo debe emplearse sólo para la reproducción, un grupo que pretende que críos de poco más de cuatro años denuncien a sus padres a la maldita Policía del Pensamiento; y tres asquerosos ministerios que encarnan todo el mal que podáis llegar a imaginaros. Una aberración, eso es lo que nos muestra George Orwell. Un mundo totalmente sometido, en el que cualquier pensamiento, cualquier comentario sacado de contexto, acaba con una visita al Ministerio del Amor y una vaporización – término con el que el autor se refiere a la muerte de los que cometen traición.  Debo decir que he adorado cada una de las palabras de este libro. El espíritu de Winston, sus ganas de establecer pequeños cambios, sumados a su miedo y su continua psicosis es, sencillamente, sublime.Orwell nos presenta a un protagonista mayor, con una úlcera en la pierna, alguien que se dedica a modificar el pasado en el Ministerio de la Verdad. ¡Preciosa ironía, su trabajo! Me fascinó leer las reflexiones de Winston Smith, cómo él entendía el horrible mundo en el que vive, cómo rescata pensamientos de antes de el Gran Hermano – alguien que recuerda a Hitler y Stalin –. Él, de pequeño, era poco más que un monstruo llorón y quejica, alguien que hizo imposible la vida a su madre y su hermana. Alguien que vivió tiempos de guerra y pasó hambre, alguien que no puede tolerar una dictadura, porque sabe que, aunque le priven de ellos, tiene derechos. Sobra decir que, mayoritariamente, el libro es una novela de situación. La realidad de Winston está tan bien trabajada, tan bien construida, que cada página se convierte en un ladrillo más de la barbarie. Un detalle curioso, al menos a mi juicio, fue el asunto de la “Nueva Habla”. Acortar las palabras, mandar al infierno a otras. Simplificar la vida hasta el límite de que cometer crimen pensar sea imposible. Aterrador, ¿verdad?  Como decía unos párrafos más arriba, el crimen pensares algo, a mi modo de entender las cosas, del todo surrealista. Un modo meramente intuitivo de interpretar los gestos faciales, de generar miedo para que cualquier sujeto confiese todo aquello de lo que se le pueda acusar.¿Y cómo hacen esto? Con las malditas telepantallas. Como suena. Una televisión enorme en la que siempre hay alguien vigilando todos tus malditos movimientos, incluso cuando duermes. Encantador, ¿eh?  Si me paro a pensarlo, no puedo contaros mucho más sin entrar en la zona de los spoilers. Sólo os diré que un día, nuestro protagonista decide comprar un cuaderno de hojas gruesas– unas que él llama “hojas nata” – y empieza a volcar en ellas sus pensamientos. ¿Y cuál es el más fuerte, el más imperante, el que de verdad hace que siga respirando? Fuera el Gran Hermano. Y, ahora, bienvenidas y bienvenidos a la Zona Spoiler Chapó. Chapó una y mil veces a George Orwell. Escribir esto en 1948 tuvo que ser, cuánto menos, una tarea ardua. Ya no hablemos de poder hacer que su obra viera la luz. Así que sí, amigas y amigos, yo aplaudo a  este hombre por haber tenido las santas narices de hacer algo tan maravilloso, algo tan real, algo que denuncia con unas verdades del todo fulminantes.  Winston se convierte, tras la compra del diario, en una próxima víctima. Él no entiende por qué no aparece la Policía del Pensamiento, por qué no se lo llevan y le hacen lo que sea que hagan con todos los “delincuentes” en el Ministerio del Amor. Pero, lo que de verdad no entiende, es cómo esa chica tan guapa, tan arrebatadoramente fuerte, del Departamento de Ficción, deja una nota en su mano en la que pone “Te quiero”.  Veréis, la sociedad planteada por Orwell se rige por emociones básicas: el odio, el miedo y la euforia.Emociones que no llevan a nada bueno. La exaltación ante los triunfos, todos ellos meramente ilusorios, del ejército. El miedo a ser descubierto. El odio hacia todo lo demás. Por supuesto, no hay cabida para el amor y, pese a ello, Julia jura amar a Winston porque es como ella, alguien que no cree en nada de lo que escucha, alguien que se deja arrastrar por el sistema para sobrevivir.  Contrariamente a lo que podáis pensar, Julia me gustó mucho. Me explico. La chica no tiene mayor aspiración que respirar cada día, seguir con su aburrida vida sin levantar la menor sospecha. Es fuerte, para nada sumisa y sabe lo que quiere. A Winston, al parecer – sinceramente, sigo sin entender qué demonios le atrajo de él, a la chica.  Algo muy diferente, os diría de personajes como el señor Charington o O’Brien.Veréis, no quiero desvelar absolutamente nada pese a estar en la zona en la que, al menos a nivel teórico, soy libre de hacerlo; sólo os adelantaré que el primero tiene una tienda de objetos de segunda mano y alquila una habitación a Winston y Julia. El segundo, por su parte, es alguien que fascina a Winston hasta lo absurdo.No hablo (escribo) por hablar (escribir). Nuestro protagonista siente verdadera adoración hacia O’Brien. Algo en él hace que crea que le entiende y, permitid que me ponga cínica, vaya, si lo hace La novela carece de acción hasta más o menos las últimas cien o ciento cincuenta páginas. Una batalla continua por sobrevivir, eso sí, en la que la guerra de Oceanía – donde figura Londres con Australia y América – se lleva a cabo con aliados que varían entre Eurásia o Orientásia – según le vaya bien al Partido, claro. Total, es tan sencillo como modificar el pasado y que la gente sea borrega y se lo trague todo.  Me gustó el hecho de que Winston tuviera el aplomo suficiente como para aceptar el libro de Goldnstein– máxima amenaza contra el estúpido Partido –. Me gustó, decía, porque demuestra que el hombre es un revolucionario de los de verdad. Una lástima que sus planes se vean truncados por culpa de, digamos, problemas de última hora. Sin entrar en detalles, diré que me pareció aberrante el trato que se le brindó en El Ministerio del Amor.Le hicieron de todo: pegarle, privarle de comer, de dormir, soltarle descargas de tres pares de narices… Pero, ojo, la peor de todas, a mi juicio, fue la justificación. El Partido no quiere crear mártires, no quiere asesina a “traidores” para convertirlos en símbolos de una revolución que sólo podrían llevar a cabo los proles– todas las personas que somos pobres, para que nos entendamos. La clase media, a más alargar –. Quiere que sean los propios “traidores” quienes quieran morir por haber desconfiado del Gran Hermano– símbolo inmortal de la causa –. Quieren que amen al Gran Hermano.  No hablaré del final. No diré qué es lo que pasa con Winston. Sólo os diré que tenéis que leer este libro porque, como muy bien nos dice George Orwell, nadie debería ser el borrego de nadie. Nadie debería decirnos cómo debemos actuar, porque somos todos iguales.En cada sociedad, sea “x” o “z”, hay personas que, como nosotras y nosotros, piensan lo que se supone que deben pensar.  Para mí, Winston es – y será –, un héroe. Alguien que lucha, que lucha de verdad, hasta que el poder fulminante lo pone de rodillas. Voluntad quebrada por la fuerza, una sombra, amigos y amigas. Un maldito héroe que no siempre gana la batalla. Con todo, 1984 es una novela maravillosa. Con una prosa cuidada, directa y cruda; George Orwell nos sumerge de lleno en una historia truculenta, dolorosa. Una que habla de pensar, de abrir la mente. Una que habla de opresiones terribles. Por favor, leedlo.
Nota: 5/5Citas(…) Disimular los sentimientos, controlar la expresión de la cara y hacer lo mismo que todo el mundo era una reacción instintiva. (…)

(…) Nada te pertenecía, excepto unos pocos centímetros cúbicos del interior de tu cráneo.(…)
(…) Si el Partido podía alargar la mano hacia el pasado y decir que éste o aquél acontecimiento nunca ha pasado, ¿no era más terrible eso, sin ninguna duda, que la simple tortura y muerte?(…)
(…) Era terriblemente peligroso dejar que los pensamientos se te fueran, vagando, cuando te encontrabas en un lugar público o dentro del radio de la telepantalla. El más pequeño pensamiento te podía llevar a la ruina: un tic nervioso, una mirada inconsciente de ansiedad, una costumbre de cavilar para ti mismo, cualquier cosa que comportara la sugerencia de falta de normalidad, de tener algo que esconder. (…)
(…) El peor enemigo, rumiaba, es el propio sistema nervioso.(…)
(…) Hasta que no se hagan conscientes no se rebelarán, y hasta que no se hayan rebelado, no podrán ser conscientes.(…)
(…) En el campo de batalla, en la cámara de tortura, en el barco que se hunde, las ideas básicas por las cuales estás luchando siempre se dejan de lado, porque el cuerpo se embota hasta el punto de llenar todo el universo. E incluso cuando no te quedas paralizado por el miedo o no te pones a gritar por el dolor, la vida es una lucha segundo a segundo contra el hambre, el frío o la imposibilidad de dormir, contra un ardor de estómago o un dolor de muela.(…)
(…) Todo el mundo deseaba un lugar en el que poder estar solo de vez en cuando. Y cuando se conseguía un lugar así, era un deber de cortesía en cualquiera que lo conociera de guardar dicho lugar para sí mismo.(…)
(…) Si quieres a alguien, le quieres, y cuando ya no tienes nada más que darle, le das amor.(…)
(…) Era curioso pensar que el cielo era el mismo para todo el mundo, tanto en Eurásia, como en Orientásia, como aquí. Y las personas bajo el cielo eran también más o menos iguales en todos sitios, en el mundo, centenares de miles de personas, ignorantes de las existencias de los unos y los otros, mantenidas a parte por muros de odio y mentiras, y pese a esto, casi exactamente las mismas.(…)
(…) ¿Qué puedes hacer, pensaba Winston, contra un lunático que es más inteligente que tú, que da a tus argumentos la oportunidad de ser escuchados imparcialmente y luego, simplemente, persiste en su locura?(…)

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