Revista Medio Ambiente

Responsabilizando al martillo (y a Facebook)

Por Valedeoro @valedeoro

Facebook es como un martillo: necestias un objetivo y un plan de acción para no darte en el dedo

Lo recuerdo como si fuera ayer, ¡qué dolor! Tendría unos 13 años y estaba toda emocionada de ayudar a mi madre colgando las nuevas fotos de familia en casa. Yo era la encargada de poner los clavos en la pared: un clavo para las fotos pequeñas, dos a la misma altura para las fotos grandes. “Cuidado con el martillo”, me dijo mi madre a cada cuadro. Y como a cualquier adolescente la advertencia me parecía exagerada.

Hasta que me di con toda la fuerza de mis tiernos trece años en la uña del dedo gordo. El mundo estalló en colores, dejé caer el martillo corriendo al lavabo. ¡Maldito martillo de mierda! ¿Cómo se le ocurrió de hacer tanto daño? Este martillo me arruinó la uña, aquella uña que el día anterior había pintado con tanto cuidado de un turquesa fluorescente (que ahora solo servía para esconder el color morado que se extendía por debajo hasta que se cayera del disgusto).

Ya lo tenía claro: ¡Los martillos son lo peor! ¡Deberían prohibirse! ¡Hoy misma me uniré al grupo selecto de los que no utilizan martillo. Si alguien me quiere regalar un cuadro precioso enmarcado, tendrá que venir a mi casa a colgarlo, porque ¡¡YO NO UTILIZO MARTILLOS!!

El arte de ponerle reglas a las herramientas

Mi madre, pragmática como siempre, no tuvo paciencia con mi guerra contra la caja de herramientas. Si el martillo aterrizara en mi dedo, algo habrá hecho mal la mano que lo llevaba, o el ojo que lo guiaba, que por cierto y, cómo ella bien recordaba, estaba fijado en uno de nuestros gatos jugando en el patio. Erradicar los martillos sería actuar sobre el efecto en vez de atacar el problema de raíz: mi falta de concentración a la hora de poner los clavos en la pared.

Algunas reglas muy simples podían remediar mi relación con el martillo: evitar las distracciones mientras lo utilizo, restringir su uso a aquellas tareas que requieren un martillo y cuando haya acabado volver a guardarlo en su caja.

El martillo que se llama Facebook

Recordé el incidente del martillo cuando publiqué esta semana el nuevo reto Desabúrrete en la web. Este reto se lleva a cabo dentro de un grupo de Facebook que nos permite interactuar de forma mucha más dinámico que por email o en un foro externo. Al igual que un martillo, Facebook es una herramienta. Y del mismo modo puedes crear tus propias reglas para poder aprovechar de la herramienta sin destrozarte la uña (alias perder todo el día ronceando por la red social).

Si tienes miedo de que Facebook va usurpar tu identidad, abre una cuenta con el mínimo de información, sin fotos tuyas y utilízala únicamente para participar en los grupos que te apetecen y para recibir las invitaciones de tus amigos.

Si tienes miedo de pasarás el día entero en Facebook, ponte horarios fijos y si hace falta instálate un programa como Leechblock para Firefox o StayFocusd para Chrome que te permite bloquear el acceso a la página.

El problema no es el martillo (o Facebook), sino tu uso del mismo

Es fácil (y en algunos círculos hasta está de moda) quejarse de las redes sociales y cómo éstas te hacen perder el tiempo en el día a día. “Te hacen perder el tiempo” suena como si hay alguna fuerza mayor te obliga mantener el navegador abierto y mover el ratón por la interminable lista de noticias. O quizás simplemente necesitas ponerle algunas reglas claras, definiendo cuándo y para qué vas a utilizar la herramienta, igual como si fuera un martillo.

¿Qué herramientas has borrado de tu vida por no saber utilizarlas? ¿Y si empiezas a ponerle reglas tú?


Foto original por Todd Quackenbush


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