Revista Salud y Bienestar

Respuesta #2

Por Saludyotrascosasdecomer
Sólo el viento que jugaba con las hojas vencidas por el otoño, le despidió aquella fría mañana en que abandonó el pueblo para empezar los estudios universitarios de medicina en la capital. Allí continuó encerrado en los libros que amaba y comenzó a cincelar la vocación que le llevaría a caminar por el saber médico con notas excelentes. Pero nunca tuvo amigos. Cuando no estaba estudiando en el pequeño cuarto que habitaba, se acercaba al bar de siempre para, sentado en la misma mesa y acariciado por el olor del café reciente, acallar el dolor que le producía no poder dedicarle el tiempo suficiente a su nueva afición: escribir cuentos. Eran relatos cortos sin intriga ni trama definida. Palabras abandonadas a su destino en el cuaderno que siempre le acompañaba.
Fue una de las últimas tardes de un verano que lentamente amenazaba los días. Disfrutaba del placer de unir palabras que formaban frases y anudar frases que, entre puntos, dibujaban realidades. Ante su mirada absorta en el cuaderno, se aparecieron unas manos vagamente conocidas, recuperadas de pronto del pozo de la memoria. Sin levantar la vista, escuchó:

Yo te conozco, desde hace tiempo. Eres el chico de los cuentos. Yo también escribo, después de leer los tuyos. Aquí tienes éste que te regalo y que sé te gustará.

Esta vez tuvo tiempo de agarrar las muñecas de las manos que le ofrecían el pliego de papel y, mirando a los ojos zarcos de la muchacha, distinta pero reconocible y más bella por más mujer que aquella de la azotea, se atrevió a preguntar ¿quién eres? Aún es pronto para esa respuesta, fue la respuesta.

Vio partir a la muchacha una vez más. Entonces cayó en la cuenta del pliego que aguardaba sobre la mesa y comenzó a leer con tanto interés y desesperación que las palabras se amontonaban en sus ojos porque el cerebro no podía comprender tan deprisa lo que decían. El relato hablaba de un pueblo pequeño y de un muchacho que soñaba con volar para poder escapar y ver todo desde lo alto.
Comprendió, así, que todas las vidas son cuentos. Y ya tenía la segunda respuesta.

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