Revista Cultura y Ocio

Retazo - Mañana de diciembre

Publicado el 12 enero 2019 por Alaluzdelasvelas

MAÑANA DE DICIEMBRE
 ¡Hola, hola, hola!
Hoy tocaba una reseña, pero he decidido traeros un nuevo retazo. ¿Y por qué?, bueno, pues sinceramente, porque me apetecía. Eso sí, como os digo (escribo) siempre en las entradas de esta sección, espero que me deis vuestra más sincera opinión. Si tiene que doler, que duela.

 ¡Y vamos con la historia guay de la semana! Sí, sí, seguimos con el buenrollismo. Mi hermano me regaló, de segunda mano, Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Me hizo una ilusión que no os lo podéis creer porque, bueno, tiene catorce años y, joder, es que estas cosas son muy bonitas. Se avecina relectura de saga, por cierto, ¡y qué ganas! Por aquí os dejo una fotito.Retazo - Mañana de diciembre ¿Cuál ha sido vuestra historia buena de la semana? ¡No olvidéis comentarla, que el buen rollo siempre es bienvenido!  Y ahora… ¡dentro relato!

MAÑANA DE DICIEMBRE
 Fue una casualidad, ¿no crees? Coincidir en ese estúpido ascensor, cuando todo parecía ir bien. Había salido pronto de casa esa mañana, sólo para devolver un puñado de palabras preciosas bien encuadernadas. Pensaba en un café, una canción bastante triste y nuevas palabras. Palabras que me arrancaran de mí misma, que me hicieran flotar en los dulces brazos de la inconsciencia. Pero llegaste tú.
 Al principio, no me lo creí. Había mucha gente entre nosotros, una nueva barrera, esta vez física, que hacia que no nos viéramos. Recuerdo que dos chicas me empujaron hacia el final sin siquiera darse cuenta, parloteando sobre la noche anterior con esas sonrisas que hacen pensar en horas bajo el frío cortante de un diciembre demasiado raro. No te vi hasta que se bajaron.
 Los auriculares escupían muy bajito los primeros acordes de una canción de Sasha Sloan. Sabes lo mucho que me gusta, porque sabes demasiado, ¿no? Fue como una puñalada. Ladear la cabeza para apartarme el pelo de los ojos, pensando en lo mucho que me molestaban la bufanda y el abrigo. Y verte. Siempre verte.
 Me viste antes. Siempre antes. No dijiste nada. Tus ojos, dos suaves pozos castaños, me observaban en silencio, la apatía acariciando tus facciones, el cansancio haciéndose eco en tu gesto derrotado.
 Me pregunto, incluso ahora, en qué pensabas. En qué pensabas mientras esos chicos se bajaban del ascensor y nos dejaban solos. Ahogándonos. Siempre ahogándonos.
 Apartaste la mirada cuando pesó sobre nosotros la presencia. Y la apartaste porque tenías miedo. Miedo de ti, de lo que pudieras decir. Miedo de mí, de que dijera todo lo que, en su día, me callé.
 Las palabras que pesaban en mi mochila dejaron de parecerme bonitas. La cadencia de los acordes en mis oídos se tornó un sonido estridente, molesto. El aire se hizo denso, tan denso que me pregunté, no por primera vez, si era posible ahogarme en medio de tanto oxígeno.
 El ascensor ascendía muy despacio y yo no sabía dónde demonios poner las manos. Tenía los puños apretados dentro de los bolsillos del abrigo, con esa mueca aburrida, sin emoción, agriándome el humor. Quise gritarte que al menos me debías un saludo. Quise hacerlo, pero no pude. ¿Para qué, si sólo sabíamos hacernos daño? ¿Para qué, si tú ya movías los pies con nerviosismo, paseando la mirada de un lado a otro como un jodido animal enjaulado?
 Inspiré hondo cuando por fin se abrió la puerta y una decena de sonrisas animadas me dieron la bienvenida. Un grupo grande, hablando animado, separándonos por enésima vez.
 No miré atrás cuando crucé la puerta, las palabras pesándome en la espalda, los auriculares escupiendo un ruido blanco que sonaba a triste.

 No miré atrás y por eso te vi adelantarme, caminando a trompicones. Huyendo de ti. Huyendo de mí. Huyendo de la verdad.
 Me llamaste cobarde la última vez que nos vimos, ¿recuerdas? Lo dijiste con la boca llena de rencor, los ojos entrecerrados y esa superioridad que siempre me ha reventado. Si yo fui cobarde, ¿qué fuiste tú esa mañana? ¿Qué fuiste, si no corriste por vergüenza a que te vieran, a que alguien supiese lo que pasaba?
 Esa mañana no me llevé nada. Sólo dejé las palabras sobre el mostrador, esbozando una sonrisa triste que no llegaba ni a mis ojos ni a ninguna parte. Sonrisa vacía. Mueca vacía.
 Tú y yo, como siempre.

Volver a la Portada de Logo Paperblog