Revista Cultura y Ocio

Retazo - Volver a casa

Publicado el 27 abril 2019 por Alaluzdelasvelas


VOLVER A CASA
 ¡Hola, hola, hola!
 ¡FELIZ DÍA DEL LIBRO!Sí, ya sé que llego unos días tarde (sólo cuatro, sé que me perdonáis), pero esta semana, al final, le he dedicado muy poco tiempo a todo en general. Ajá, aquí una servidora ha hecho el vago todo lo que ha querido y más. Y sí, eso ha sido guay esta semana; pero ha sido todavía mejor abrir el regalito del día 23. Este año me han regalado Dos en una torre, de Thomas Hardy. ¿Qué tal fue vuestro día del libro? ¿Hubo alguna cosita maravillosa? ¿Os auto-regalasteis algo? ¡Contadme, contadme! Hoy me ha dado otra vez por esta sección. Sí, otro texto escrito por mí. Lo sé, lo sé, soy una pesada. Pero no tenía ganas de subir nada más y, la verdad, tengo que empezar a plantearme seriamente una manera eficaz de organizarme para llegar a todo. Así las cosas, ¿qué os parece si vamos con la entrada? Hoy os toca a vosotras y vosotros juzgar. ¡Dentro retazo!
Retazo - Volver a casa

VOLVER A CASA
 Olía a flores recién cortadas. Era un olor dulzón, tan suave que casi parecía una caricia en el aire. Naturaleza muerta que se consumía, esparcida sin ningún sentido por la mesa. Una mesa pequeña, siempre llena de polvo, con una pila de libros en ese equilibrio rayano en la dejadez.
 También olía a papel, pero me di cuenta más tarde. Fue cuando recogí las flores. Había más de las necesarias. Una por lo bueno, demasiadas por lo malo. Pero olía a papel. Papel viejo, polvoriento. Papel lleno de recuerdos de dueños, de dueñas, anteriores. Papel con más historia que yo, con más historia que tú.
 Sí, olía a flores. Olía a malditas flores y maldito papel. Olía a todo lo bonito que hay en el mundo, hasta que abrí la puerta.
 Hay decepciones demasiado grandes, demasiado fuertes. Y tú eras una. Ya no había nada de ti en aquel olor acre. No eras tú, no allí desmadejado con los ojos entrecerrados y aquel punto rojo que se encendía y se apagaba.
 Te miré, pero tú ni siquiera me viste. Hablabas en voz baja por teléfono, los dos sabemos con quién; y gruñías muerto de rabia. Porque a ti, en el fondo, aún te dolía. Tu pérdida. La pérdida de lo que fuiste. A mí también.
 Ni siquiera sé si di el portazo. El portazo que anuncia una partida definitiva, el que rompe en dos el silencio. El que se escucha. El que se anuncia. No, no sé si lo di; pero sé que apreté tanto las malditas flores que olí también la sangre.
 Primero pensé que era metal. Luego vi el moteado, montones de diminutos puntos rojos que se perdían entre mis dedos. Confieso que me reí. Me reí bajito porque era la primera vez que no arrancabas las malditas espinas. Las dejaste, como te habías dejado tú. Y sí, tal vez sea mezquino, pero pensé, todavía con la sonrisa helada en los labios; que te lo merecías. Haberte perdido. Y saber que no ibas a volver a encontrarte.
 En la calle no hacía calor. El aire helado, ese que te quema los pulmones, que te recuerda que estás viva y que hay batallas que no valen la pena; lo barría todo. Y fue al pensar en ello cuando, por fin, sonreí.
 Cuando me senté en el autobús lleno de ruido, abrí el libro por la primera página. Había muchas palabras, todas ellas tuyas. Palabras que se enredaban, que hablaban del antes, del durante y del después. Mentiras, excusas y más putas mentiras. Así que la arranqué y la convertí en un borrón de recuerdos que, en realidad, ni siquiera valían la pena.
 Fue cuando bajé del autobús. Me refiero al momento en que decidí que sí, que ya había pasado lo peor.
 Fue cuando lancé las flores al suelo, cuando tiré tus patéticas palabras a la basura.
 Fue cuando levanté la cabeza y vi el cielo lleno de nubes. Yo era libre. Libre de ti, libre de mí. Tú no.
 Fue cuando llegué a casa. Mi casa. El sitio al que de verdad pertenecía, donde tú eras sólo un mal recuerdo.
 Leí como hacía meses que no leía. Leí sin pensar en toda la mierda, en toda esa ponzoña que empañaba los días en los que, lo siento, no éramos más que dos gilipollas que lo hacían todo mal.
 Fue como volver a casa.
 Fue volver a casa.

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