Revista Cultura y Ocio

Reto al cielo.

Por Tayi Tayi Fonseca @TayiFonseca

Toda su vida se había preguntando para qué él, nunca cuestiono a Dios el por qué, si algo había aprendido de Clara es que la vida no se cuestionaba. Se aprendía a vivir con ella y a mirar lo bueno de cada momento, ese era uno de los problemas. Era absurdo para él la última frase.

Conocía el olor de las cerezas, sabía que el viento soplaba fuerte cuando se avecinaba la lluvia, apreciaba la madera de cedro y el calor del oro. Odiaba el granero, era un lugar nauseabundo y de poco sentido como también la iglesia porque a diferencia del otro, este carecía de sabor. Su olor favorito era el de la mantequilla, y una de las cosas que más disfrutaba al despertar era el olor a rocío. Pocas personas apreciaban lo que Arturo veía.

Arturo podía ver una lágrima en la mejilla de su madre con el corazón y el aire tenue de la habitación, sabía de que color era el Sol y no porque se lo hayan dicho antes, sabía que el Sol era brillante porque vivía al lado de Dios, y no ha de haber nada más brillante que el todopoderoso. Su rutina favorita era la de vestirse, no era para nada un reto pero Clara le había enseñado también que todo entraba por los ojos y la sociedad no perdonaba un par de zapatos sucios mal lustrados. Arturo veía el mundo tan pequeño a comparación de muchos, y puede que su edad haya sido testigos y confidente de eso, era tan sólo un niño.

Recuerdo las lágrimas de Clara al exclamarle a su Dios el porque él, porque un niño si el mundo abundaba en maldad. Aunque para Arturo ya era toda una rutina, conocía al dedillo los trillos para llegar a la escuela, sabía que la sonrisa de su maestra iluminaba el salón así como también la de él. Lo tenía todo, pero no tenía nada.

Odiaba las rosas, y no porque su color fuese su favorito sino porque en ella existía cierta virtud que no lograba explicarse aún, no lograba entender como algo tan bello podía tener espinas.

Sentado en la mesa exclamo a su madre lo que ella nunca llego a imaginar que un niño de 7 años pudiese reclamarle, Clara servía el chocolate y se dejo llevar por su ternura. "¿Por qué nunca me has preguntado cuál es mi color favorito?", asustada y apenada sentía que su esperanza se desplomaba al lado de sus sueños, "porque pensé que no tenías un color favorito, al igual que yo" respondió.

Recuerdo la mirada vacía de Arturo, una mirada profunda que tocaba almas. Con aquella misma mirada respondió: "¡Claro que si lo tengo! ¿Y sabes cuál es?", sorprendida respondió: "Pues mira bien que no lo sabía."

"Mirar es uno de mis verbos favoritos, al igual que el rojo. ¿Sabes por qué? Porque ha de ser el color del corazón, y no debe existir nada más hermoso que el corazón. El hecho de que no pueda mirar los colores, no quiere decir que no daría mi vida por mirar un corazón."

"Pero me habías dicho que querías ver el cielo hace un par de días. ¿Ahora cambiaste de parecer?", exclamó Clara.

"No, si he de admirar la belleza de algo en el mundo quiero que sea algo que jamás nadie haya visto. Como un corazón. Ellos pueden tantear el cielo, pero no lo pueden sentir latir."


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