Revista Cine

Reubicando el film noir: Brick (Rian Johnson, 2005)

Publicado el 07 octubre 2013 por 39escalones

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Raymond Chandler trasplantado a un instituto del sur de California. Así puede resumirse lo que es Brick, el brillante debut de Rian Johnson en la dirección, que supone un atractivo híbrido entre la esencia del cine negro clásico y todos los tópicos abominables de las películas de instituto, si bien el sórdido mundo de crimen, misterios, secretos, muertes y mujeres fatales sale claramente vencedor, aunque no sin incongruencias ni inconsistencias. La película posee las notas distintivas del género negro canónico: un argumento endiabladamente enrevesado, un protagonista incisivo, una desaparición que no es más que el hilo de una trama compleja, una seductora mujer fatal, un grupo de mafiosos que velan por sus intereses, un sabueso (que no es policía en este caso) que intenta meter las narices para cobrarse alguna que otra presa, y asuntos sucios en los que se mezclan demasiadas armas, demasiada droga y demasiados cadáveres.

Brendan (Joseph Gordon-Levitt) es un joven inteligente y callado que se mantiene al margen de sus compañeros de instituto desde que un oscuro incidente del pasado terminara con la expulsión de un compañero, probablemente inocente, mientras que él salió airoso. Dos meses después de dejarle, su antigua novia, Emily (Emilie de Ravin), vuelve a ponerse en contacto con él para pedirle ayuda, aunque su relato telefónico es tan caótico y entrecortado que Brendan no logra comprender lo que sucede. Se contenta con intentar localizarla y asegurarse de que está bien con ayuda de The brain -el cerebro- (Matt O’Leary), un empollón gafotas que no sólo saca notas estupendas, sino que controla el quién es quién tanto del instituto como del mundo de los bajos fondos de la ciudad. La búsqueda pone a Brendan en contacto con un grupo de macarras y delincuentes del instituto que se dedican al tráfico de drogas, y entre los que el más peligroso es The Pin (Lukas Haas, el niño de Único testigo -Witness-, de Peter Weir, 1985, pero más crecidito), jefe de una banda de traficantes a la que pertenecen Tugger (Noah Fleiss), un musculitos sin cerebro que tira fácilmente de pistola, Brad (Brian White), estrella del equipo de fútbol, y Kara (Meagan Good), la actriz más importante del aula de teatro, antigua pareja de Brendan, que tampoco le hace ascos a lo de trapichear con heroína. Por ahí pululan también Dode (Noah Segan), otro drogata que también se las tuvo con Emily, y Laura (Nora Zehetner), una niña rica que parece moverse a su antojo entre todos y que resulta enigmáticamente interesada en Brendan. El puzle lo completa el subdirector del instituto (el veterano Richard Roundtree), que ocupa en la trama el lugar del policía que utiliza un chivo expiatorio (el propio Brendan) para obtener información y tomar sus medidas “académicas”. Las averiguaciones de Brendan le abrirán un panorama desconocido de la vida de Emily, mientras que se ve obligado a realizar continuas y complejas maniobras diplomáticas entre todos los personajes a fin de esclarecer la verdad sin verse devorado por la ambición de los distintos grupos violentos que ansían el control de los ladrillos (bricks) de droga que parecen ser la causa última de la ausencia de Emily.

La cinta adapta los modos y maneras del cine negro a su propio lenguaje estético, pero sin traicionar sus premisas ni devaluarlas. Los personajes resultan poliédricos, tremendamente complejos aunque dibujados con sencillez, y los diálogos, especialmente las conversaciones entre Brendan y The brain, resultan ricos y agudos en su ironía, teñida de sarcasmo cuando los cruces verbales transcurren entre Brendan y los distintos mafiosos quinceañeros con los que mide fuerzas. Abundante en el empleo de la violencia, es una película más volcada en el ingenio de la trama y en las indagaciones que en la acción (aunque existen concesiones, algunas de ellas tratadas con cierta originalidad -la persecución del tipo con el cuchillo), y el mundo de morbo y sordidez contrasta en su crudeza con los entornos soleados, los mares azules y las colinas teñidas del verde del césped en las que transcurre la mayoría de la trama. No todo son aciertos, por supuesto. Al igual que sucede con el resto de las películas “de instituto”, hay una notable e inexplicable ausencia de personajes mayores de edad: nadie, salvo The Pin, cuya madre atiende pacientemente, incluso dando de merendar, a los traficantes que trabajan para su hijo, parece tener padres, hermanos, novios o parientes; todos los personajes parecen vivir solos, conducir sus coches y vivir vidas independientes y autosuficientes. Esta irrealidad se suma al hecho de que, estéticamente, la película, aunque posee estilo y solidez, resulta fría y remota, no implica emocionalmente, no permite empatizar con los personajes, y sus calles vacías, sus entornos despoblados, sus habitaciones abandonadas y la presencia del cemento, el vidrio, el asfalto y los patios, aparcamientos y campos de juego desprovistos de ocupantes transmiten una sensación de carencia y morosidad que terminan por afectar al ritmo de los 110 minutos de metraje. A ello contribuye la composición de planos y secuencias de Rian Johnson, que utiliza formas geométricas, preferentemente rectangulares, y reflejos lumínicos, especialmente de la luz del sol pero no de manera directa, sino a través de filtros metálicos que la enfrían y la aplacan, para diseñar imágenes en las que los personajes se ven invariablemente situados en escenarios simples, carentes de decoración elaborada.

Las interpretaciones (especialmente Gordon-Levitt), la caracterización de algunos personajes, la brillantez de algunos diálogos y la originalidad de no pocas situaciones narrativas (el hecho, por ejemplo, de que sea el subdirector del instituto el que ocupe, en cierto modo, la posición policial), hacen que la película suba enteros y perdure como una de las mejores y más imaginativas creaciones independientes del siglo XXI, promovida por Focus Features, si bien la frialdad narrativa, la languidez de su ritmo y los defectos ya señalados impiden que esta historia supere la etiqueta de independiente y se integre, sin más, en el reducidísimo club de cintas americanas que merecen la pena ser rescatadas y conservadas en lo que va de siglo.


Reubicando el film noir: Brick (Rian Johnson, 2005)

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