Revista Opinión

Risorgimento mahometano

Publicado el 04 marzo 2011 por Crítica
Risorgimento mahometano

El siglo XX es el siglo del resurgimiento mahometano. Hace menos de 100 años los que hoy llamamos árabes no tenían la más mínima conciencia colectiva como tales árabes, ni tenían ninguna conciencia nacional y no digamos ya como civilización. De Afganistán a Marruecos los musulmanes vivían en entidades tribales, a lo sumo provinciales, sin contacto cultural o político entre ellas y vagamente relacionadas por trazas de una lengua y un pasado religioso común.

El único estado musulmán que quedaba en pie desde el siglo XV: Turquía, naufragaba a principios del XX en medio de continuas y deshonrosas capitulaciones comerciales a Inglaterra, Francia y Rusia. Su último impulso, forzado por la mera supervivencia, fue adoptar el nacionalismo laico europeo que hasta hoy le sigue caracterizando. Una vez descompuesto el Imperio Otomano surgió una constelación de estados subordinados a las potencias europeas, dirigidos por jefes tribales, ahora convertidos en los reyes de las nuevas naciones. De hecho, las actuales fronteras nacionales de la mayoría de esos países siguen siendo las fronteras coloniales trazadas con escuadra y cartabón en Londres y París.

Auqnue no lo pueda parecer hoy, el siglo veinte no será conocido como el siglo de los conflictos entre la libertad individual y el autoritarismo (nacionalista o marxista): eso son conceptos abstractos y limitados en el tiempo. Un alemán medio de 1935; sin entrar en los consabidos dramatismos, no era en cuanto a sus libertades personales diarias muy diferente a un francés, a un inglés, o a un americano; aunque en filosofía política parezca que les separara todo un mundo. Pero, honestamente: ¿alguien puede creer que dentro de doscientos o trescientos años realmente sabrán cual era la profundidad de esas deferencias?

Si nos atenemos a la conciencia de la trayectoria histórica, seguramente el hecho más relevante del siglo veinte no sea que las naciones europeas se masacraran impíamente en dos guerras mundiales; aunque fuera el hecho más traumático. El más relevante será el auge en apenas 90 años de una civilización casi extinguida: la arábiga.

La II Guerra Mundial no se decidió en Normandía como popularmente pueda pensarse; se decidió en el Cáucaso, en Stalingrado, así como en el Alamein en Egipto. En ambos casos, dos potencias Rusia y Gran Bretaña, cortaron a Alemania el paso a los recursos energéticos que le hubieran permitido alargar indefinidamente la guerra y tal vez hasta ganarla. Japón en el Pacífico entro en la Guerra Mundial precisamente por el embargo de petróleo que le impuso EEUU. Como vemos es la energía y su domino fue lo que decidió las fuerzas en contienda tanto como los resultados.

Sesenta años después el petróleo sigue siendo indispensable para que la maquinaria civilizadora siga funcionando, pero el hecho insoslayable es que esta energía está en estados soberanos musulmanes, modernos, desarrollados y armados a su costa y que, hoy en día, son capaces de defenderlo de todos, excepto de los EEUU. No es de extrañar que cualquier injerencia occidental en el mundo árabe sea liderada o auspiciada por los Estados Unidos y que además sea hecha a viva fuerza.

Paradójicamente, es el Occidente liberal y triunfante, quien otorgó a los musulmanes la primera plataforma política universal para hablar con una sola voz; por primera vez desde el Califato de Bagdad en el siglo IX, y ese organismo fue la ONU. Nueva paradoja, también fue la ONU quien les proporcionó el principal motivo para hablar con una sola voz: Israel.

La segunda voz unánime de los musulmanes es la de la inmigración. Nuevamente es Occidente quien pone los cimientos de la civilización musulmana. 17 Millones de musulmanes en Europa son capaces de conmoverse por unas caricaturas, de defender un estilo de vida apartado, o incluso de provocar atentados que se han demostrado eficaces para cambiar sistemas políticos nacionales, que no gobiernos: ya que la caída de gobiernos, incluso por pequeños escándalos, es cosa perfectamente natural en las democracias asentadas. Con España como ejemplo, lo que se ha dado no es la idea de que se puede cambiar a un gobierno, sino que se puede cambiar el modo de gobernarse de una nación y hacer que acepte las reglas de obediencia a otra civilización incluso por encima de la obediencia debida a las reglas propias.

La tercera y definitiva piedra basal del resurgimiento de una civilización musulmana es el suicidio demográfico de occidente. Desde que Jerusalén fue liberada de los turcos en 1917 la población mundial se ha triplicado, siendo la relación entre la mayoría de los países musulmanes y europeos de 1 a 6 o incluso más; eso en 90 años y con un Baby Boom de por medio. Hay Países en África cuya población ha pasado en 100 años de 1.000.000 a 27.000.000 millones mientras que la europea autóctona ni siquiera se ha doblado. La esterilidad de Occidente es el síntoma de que nos hemos dejado embaucar como los Constantinopolitanos por la filosofía (la basura metafísica) abandonando las tareas civilizadoras, o más bien, dejándola en manos menos capaces pero más ambiciosas.

Si Napoleón vio en Rusia y los Estados Unidos a los colosos del siglo venidero y acertó, no será esta vez tan difícil pronosticar que China y el Mundo árabe, tome la forma que tome, vayan a ser las potencias hegemónicas de nuestro siglo venidero. Si Occidente decide seguir con los brazos caídos, renegando de su impulso civilizador, igualándose sólo por abajo, cediendo la palabra a cualquier memo disolvente; no será de extrañar que dentro de cien años sean los europeos cristianos (incluidos los hoy ateos del cristianismo) los que vivan en entidades trabales sin la más mínima conciencia cultural, colectiva, nacional y no digamos ya como civilización. Bonito futuro que muchos de los que ya estamos aquí seguramente veremos apuntar.


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