"No hay ninguna razón por la que una persona normal pueda necesitar una computadora en su casa"
(Ken Olson, 1977)
Alguna vez había fantaseado con hacerlo pero nunca me había atrevido.
Y menos, a pagar el servicio por adelantado, sin comprobar la mercancía. Al fin y al cabo, todos sabemos que la Red está llena de estafadores que aparentan ser lo que no son. Pero esta vez me había enamorado. Aunque solo fuera una foto. Era él.
Lo vendían como un blazer a medio camino entre el Chanel Carlotta Casiraghi y el cuero makarra Alice Dellal. Merecía la pena arriesgarse. Y me lancé. Hice mi primera compra online.
Y ya que compartía mis datos bancarios en la Red, decidí tirar la casa por la ventana. Arriesgaría mi abultado patrimonio comprando además un short militar desgastado que a la modelo le sentaba como un guante.
Le esperé, cual Penélope a Ulises , pero sin nada que tejer. Le esperé durante cinco días y cinco largas noches.
Entonces, recibí un frío mensaje: "su pedido está en la tienda". Gélido mensaje de frío amor para una historia tan tierna. Pero la vida y el amor hay que aceptarlo como viene. Fui a su encuentro. Me esperaba en la tienda más cercana a mi casa.
Seamos sinceros. Un intercambio amoroso dentro de una caja de cartón es poco romántico. Y el short le quedaba mejor a la chica. Pero quizá esta historia de amor nunca hubiera existido si la tienda online no hubiera sido nuestro Cupido.
¿Conclusión? Eché de menos el romance real: el flechazo en la percha, el tacto de la primera vez, la piel contra la piel en el probador. Sigo siendo carne de shopping tradicional. Pero la carne de shopping también es débil. Y sucumbe ante las grandes tentaciones.
Porque cuando el amor es de verdad ¿a quién le importa cuándo, cómo y dónde empezó?