Revista Cine

Rosas toqueteadas

Por Francescbon @francescbon
Aunque todos seamos conscientes de que la música electrónica ya no ostenta el trono que ocupó hace ya unos lustros (y que no sabemos quién ocupa, pero rezo a los dioses por que a nadie se le ocurra sugerir nombres sacrílegos), la escena mantiene aún un cierto movimiento al que me convendría muchísimo no mostrarme ajeno. Resulta frustrante no haber podido encontrar más que unos cuantos discos durante ese tiempo que me hayan impresionado realmente. Aunque a la vez resulte tranquilizador ver que su vecino de rellano, el pop transfronterizo con todo tipo de influencias, aporta cierta compensación a través de artistas difíciles de encasillar: no voy a satisfacer todavía al amigo de CaféKubista (que, felicidades, ha puesto en marcha un nuevo blog para desorientar aún más al universo) amagando otro post con los resultados de mis continuos babeos con los discos de The XX o con el inmenso opus de Frank Ocean: no antes de hacerle sufrir un poquito más. Así que me doy un pequeño atracón de discos relativamente recientes y me encuentro un poquito de todo, aunque con una argamasa unificadora que no me acaba de dejar muy conforme. Empezaré con este.
ROSAS TOQUETEADASVeamos: este tipo de aquí a la izquierda se llama Tom Krell y graba bajo el nombre How to dress well, curioso nombrecito para un tipo que actúa con horrorosa camiseta imperio sin mangas, gafas de la seguridad social y bigotito que Russell Mael era el último autorizado a llevar en el planeta Tierra (esto es oficial aunque los de Astrud se lo saltaran). Graba una música curiosísimamente introspectiva y sutil. Canta sobre ella con un falsete etéreo y modulado: buenas canciones con matices y aparato eléctrico de alta efectividad sonora y melódica. Su segundo disco, Total loss, podría considerarse una joya y una de las sorpresas del año si uno no se pusiera de los nervios cuando ese falsete pasa de ser modulado y adecuado (como el de los primeros discos de Prince) a ser excesivamente afectado y casi grotesco: cambio que estimo se produce alrededor de la quinta o sexta canción, diría, afinando aún más la puntería, cuando empieza a alternarlo con gimoteos que me hacen cambiar mi referencia sonora: pasa de sonarme a los sensacionales Junior Boys para recordarme a los imitadores de la más baja estofa de Michael Jackson. Los aullidos que yo daría si Total Loss fuera un EP o una coleccioncita de seis o siete canciones, y evitar parar cuando el exceso de lucimiento vocal pasa a dar lugar a una especie de compota donde mi cabeza se lía y acaba, también, pensando en mucha gente de aquellos que te preguntas qué fue de ellos: Jimmi Sommerville, Enya... qué manera de malograr un puñado de canciones por estar convencido de que hay que otorgarles una unidad como disco, de que tiene que ponérsele una portada que atufa un poco a new age, que hay que ponerle interludios instrumentales y temas de relleno o de pretendido lucimiento vocal, que si no, la gente no te toma en serio. Eso ya pasó a la historia, Nick.

 

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