Revista Cultura y Ocio

Ruidos

Por Calvodemora

Primero fue el bang, el big bang. No importa en realidad que fuese grande. Pudo ser pequeño y adquirir tamaño y consistencia conforme lo hacen el resto de las cosas propias de la naturaleza, como los árboles, los ríos o los obispos de la Santa Madre Iglesia. Me fascina el silencio de ese crecimiento oscuro. O me lo han contado mal y no hubo silencio sino un ruido. Como cuando se pone a funcionar una máquina. Un ruido que hacía pensar en algo trascendente. Hay ruidos que nacen con su apagado incorporado, pero el ruido que me estoy imaginando debió ser descomunal. Un ruido insoportable. De hecho no dudo de que todavía siga y ahora, en este instante en que escribo, cuando son las ocho y veinticinco de la mañana del viernes doce de diciembre de dos mil catorce, continúe su orgía dodecafónica, su mantra de decibelios y caos. Yo creo que no se han estudiado a fondo los ruidos. No me refiero a que una disciplina de la física, la acústica, por ejemplo, haga tablas y establezca protocolos matemáticos y formule ecuaciones y todo eso. Hablo del ruido como sustancia espiritual del mundo. Al silencio lo tenemos arrinconado. Hay quien lo endiosa y lo convierte en una especie de religión y quien no sabe qué hacer con él y se dedica toda su vida a encontrar con qué someterlo.


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