Revista Cine

“Sabe, oh príncipe”: el legado de Robert E. Howard en “Conan. La imagen de un mito” (el integral)

Publicado el 10 octubre 2011 por Esbilla

Edición paralela, aquí y en Ultramundo, de una larga reseña centrada en el recientemente aparecido estudio a cuenta del clásico Manuel Barrero. Discutible e irregular, también minucioso y lleno de vetas y hallazgos. Sin más:

http://cineultramundo.blogspot.com/2011/10/critica-de-conan-la-imagen-de-un-mito.html

“Sabe, oh príncipe”: el legado de Robert E. Howard en “Conan. La imagen de un mito” (el integral)
“He puesto todo mi empreño en que este Conan. La imagen de un mito que ahora edita Dolmen me gustase. Me gustase sin reservas. Principalmente por el aprecio que le tengo a Manuel Barrero como autor, como divulgador e investigador del lenguaje de la viñeta a lo largo y ancho de su indispensable Tebeosfera, un formidable trabajo historiográfico que no discrimina la opinión, la erudición y la sobriedad en el dato.  Pero también por el formidable recuerdo de su labor en los correos de aquella formidable La espada salvaje de Conan; un ejemplo de como enriquecer y dinamizar una publicación tebeística sin caer en ningún tipo de (mal) vicio, demostrando seriedad, cariño y conocimiento de causa.
Pues bien: no lo consigo. Algunos motivos son propiedad del volumen, otro tantos son exclusiva mía, porque no termino de entender con claridad que es lo que Barrero nos quiere exponer en el libro. Quizás sencillamente se deba a una confusión de expectativas entre lo que yo pensaba que iba a ser el libro y lo que en realidad es. Y esto es atribuible principalmente a mi, que esperaba, de acuerdo al título, un ensayo sobre la evolución de la imagen de Conan “de héroe pulp a icono cinematográfico”, cuando, en realidad se trata de un extenso tratado sobre lo que podríamos definir como la herencia de Robert E. Howard en la cultura popular, desde escritor de libritos baratos hasta las variadas formas de la fantasía heroica en el cine. Al final tengo la
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"Clavos rojos" según el retorcido arte pulp de Magaret Brundage

impresión de que Conan es una pieza más, la más importante, claro, y las más vendible, también, en un constructor mayor que es Howard. Así Barrero se centra en como el escritor se convirtió en escritor y en el proceso según el cual paso a ser basamento, liofilizado, de una mitología pop nacida a partir de sus conceptos sobre la fantasía heroica pero más bien poco fiel a los mismos. Y aquí Conan es clave, pero no es único. El volumen serpentea entre la multitud, sorprendente, de creaciones de Howard, las que han trascendido las páginas baratas y las que no, y como las primeras han sido asimiladas por un tipo de ficción distinta a la originalmente planteada. En cierto modo es la historia de una tergiversación.
Dicho esto el trabajo puede satisfacer, está lleno de puntos de interés, de hallazgos y resulta, en general, sólido, pero igualmente se desprende la impresión final de que lo adyacente se ha comido a lo central, de que el contexto ha fagocitado al texto. De que este bosque tiene demasiadas ramas, en definitiva.
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Obviando la extraña estructura que nos encontramos en el índice, podemos simplificar el asunto en (casi) dos mitades: antes del cine y en el cine. La primera esta a su vez dividida entre la vida y obra de Howard y el Conan ilustrado. A ello se añade un presentación y un prefacio en los cuales Barrero expone sumariamente aquello que va a desarrollar luego y donde se mete a la titánica tarea de proponer una taxonomía simplificada de las múltiples variedades de lo fantástico, reduciéndolo a tres categorías: lo feérico, lo épico y lo heroico, integrando en este último el concepto de high fantasy. Sin duda el trabajo de síntesis es aprovechable pero presenta el sempiterno problema de que estos departamentos no son estancos ni estas carreteras paralelas, sino que están intercomunicados y son tangenciales. Al final el lío es menor, pero sigue siendo un lío. A partir de aquí entramos en Howard, primero por la vía de la fantasía heroica en su obra y luego directamente a “su obra”, sin distingos. Sorprende, primero, la enorme cantidad y variedad de personajes, la velocidad, febril, de un trabajo lanzado desde multitud de revistas pulp a las cuales remitía, sin descanso, material y más material variando la temática según fuera el receptor. Así hay bárbaros y héroes, marineros y aventureros, detectives y cowboys, relatos de terror, eróticos, humorísticos, poemas, ensayos… La labor(iosidad) de Manuel Barrero es admirable. No solo da un completo repaso a la obra completa, hasta a la mínima, del escritor sino que ofrece toda una panorámica de la hormigueante actividad de la cultura popular durante los 20 en ese epicentro fundacional del mismísimo concepto de “lo pop” que fueron los Estados Unidos. Más discutible, por lo acumulativo y lo especulativo, parece el empeño en citar todos y cada uno de los volúmenes de su biblioteca, sus lecturas, comprobadas o
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probables (hay muchos “pudo haber” en el libro), su relación con la política y las ideologías, la religión o la sexualidad y la representación de la mujer, etc, etc… Es cierto que a partir de aquí surgen elementos de interés, acercamientos novedosos (incluso algún amago justificador cuando se trata el racismo, o más bien la obsesión entrono a la “pureza racial” de Howard) pero también que a veces resulta farragoso en lugar de denso, de lectura pesada en lugar de apasionante, donde la enumeración sustituye a la penetración. Así y todo el resultado es de altura apreciable, forja una imagen plausible del hummus intelectual de Howard y de su propia persona,  no deja un hueco por explorar y a la vez presenta múltiples vías por las cuales seguir investigando.
El segundo bloque, más breve, resulta paradójicamente anticlimático por cuanto Barrero deja fuera, al completo, los cómics sobre Conan y el resto de personajes howardianos. Un material en el cual él es reconocido experto y sin cuyo conocimiento y minuciosa deconstrucción resulta difícil llegar a hacerse a la idea de cómo caló la imagen de Conan en el ideario colectivo. Es decir, el libro salta del pulp al cine, de una imagen todavía inestable a otra ya instalada, reconocible, dejando el proceso de construcción y reconocimiento, el tebeo, elidido. No cabe duda de que las portadas de
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Frazetta para las ediciones de las novelas fueron clave en la definición iconográfica de Conan y su mundo pero no más, desde luego no más, que las aportaciones de, por ejemplo, Roy Thomas en los guiones de tantos y tanto número. Sin duda el autor ha preferido privilegiar la imagen pura (el portafolio, la portada, el cartel, la ilustración), después de todo el libro tarta de eso, de la imagen. Pero ese estatismo, por bello que sea, por fiero, por rotundo, nunca puede definir e implantar en la memoria popular de manera tan profunda, tan reconocible, una imagen/idea como puede hacerlo la dinámica de la viñeta, el movimiento fantaseado de unos dibujos vívidos, alucinados, dionisíacos. Conan llegó a mito por sus dibujantes, sí, pero por sus dibujantes de interiores y también por los recreadores de las historias de Howard, los mismo que ayudaron a definir la fantasía heroica a golpe de tergiversación, hasta el punto de que hoy pensamos que Conan es realmente así, como nos lo presentan las historieta y las películas, unas realimentando a las otras, y no como se lo inventó Howard. Algo que nos lleva a tratar las adaptaciones en términos de fidelidad con respecto a los cómics y no con respecto a su verdadera naturaleza pulp. Lo mejor de este capítulo, aparte de las inteligentes reflexiones de Barrero sobre la evolución y
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codificación del aspecto físico del bárbaro o la posibilidad de reencontrase y descubrir a verdaderos monstruos del dibujo, radica en la numerosa, y formidable, variedad/calidad gráfica que preside todo el libro y que aquí completa la lectura a las mil maravillas.
 Antes de meterse en materia cinematográfica un inciso: los desastres de Dolmen en cuanto a edición ya alcanzan el grado de contumacia, es decir de obstinación en el error. Calamidades de justificación, errores de maquetación, párrafos cortados y/o repetidos, erratas tipográficas… y el peor de todos: la ausencia total y absoluta de cualquier tipo de índice, lo cual invalida la función del libro como material de consulta. Es imposible encontrar nada. A todo lo cual toca añadir otras tantas que, si bien son responsabilidad directa de Manuel Barrero como escritor, revelan una nula labor/preocupación por la edición: el guión de Yakuza atribuido a John Milius, el genial Brian Clemens tratado de “prolífico realizador” cuando solo dirigió una cinta (la singular Captain Kronos- Vampire Hunter de 1974, la cual, por lo que comenta, juraría que o no la ha visto o no la recuerda bien), películas chinas dadas por japonesas, nombres de directores y años de producción que aparecen o no según de el aire (o la memoria). En fin, una falta de cuidado, de profesionalidad incluso, que afea cualquier trabajo.
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Cerrado el paréntesis toca la parte del león, el mundo de Howard, que no Conan, en el cine. El tomo sigue “cronológicamente si pero no” la llegada de las criaturas del escritor a la pantalla empezando por el cimmerio. Empezando es un decir, por que primero se nos retrotrae al principio del cinematógrafo en busca de las huellas de la idea de la fantasía heroica con el inciso de un proyecto sobre una supuesta adaptación de Conan durante los 30, Blood and ice. Groseramente falso, sorprende (para mal) que Barrero lo incluya y le dedique dos páginas pese a reconocer que es una trola.
A partir de aquí un repaso caótico, que salta adelante y atrás en el tiempo y el espacio a la búsqueda de una fantasía heroica antes del Conan de 1982, un film que pelea contra su catalogación como tal por culpa de la manera en la que Milius devoró proyecto y personaje a la luz de sus propias obsesiones, llevadas en la película al paroxismo. Entre los aciertos la reivindicación de una delicia delirante como La corona de hierro (1941) de Alessandro Blasseti o de ese mago que fue Alexander Ptushko.  Discutibilísimo en cambio su acercamiento al peplum, al cual niega carácter de fantasía heroica en virtud de una supuestamente escasa adscripción sobrenatural, quizás ignorando la enorme cantidad de pepla fantabulosos, hasta el punto de que
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autores como Gordiano Lupi han llegado a incluirlos dentro del gótico italiano (Storia del horror italiano, Vol.1 Il gotico, Ediciones Il Floglio, colección Cinema, 2011). Del mismo modo rechaza su posible influencia sobre el renacimiento ochenteno de la fantasía heroica post-Conan al centrar el análisis solo en lo que se ve en pantalla pero dejando fuera la manera en la cual los exploits barbáricos replicaban, a su modo pobretón signo de los tiempos, la misma idea comercial/industrial del antañón cine de romanos. De la “espada y sandalia” a la “espada y brujería”. Es decir, el peplum no está en el origen de Conan, principalmente porque su tejido industrial y sus autores provienen de tradiciones distintas, pero si lo está en el de los epígonos mediterráneos de este, los cuales, por supuesto, si pertenecen a la tradición comercial/subcultural italiana. Por cierto que esta idea de las tradiciones culturales/comerciales puede aplicarse a la inclusión de mucho material oriental, principalmente el hongkonés (que no chino) y el japonés, los cuales provienen de dos industria cinematográficas perfectamente autosuficientes y con distintos paradigmas culturales épico-fantástico-legendarios. Todo lo cual hace recomendable tentarse mucho la ropa a la hora de establecer paralelismos.
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Por lo demás afortunados rescates (El circulo de hierro, Richard Moore, 1978), extrañas decisiones (¿Por qué unos Simbad si y otros no? ¿Dónde está el Jasón y los Argonautas de Don Chaffey?), vigorosas reivindicaciones de la animación como territorio propicio para el género y cantidades ingentes de morralla (¡hasta cine X¡) exhumada con un trabajo de catalogación que se revela enorme, y desde luego bienvenido por mucho que la salmodia de su enumeración sature.
Superior, en todos los sentidos, resulta el díptico dedicado a Conan, ampliado con esa lamentable coda que fue El guerrero rojo (Richard Fleischer, 1985). El trabajo es en este bloque pormenorizado, jugoso, crítico, quizás demasiado pendiente de la anécdota ornamental (un mal bastante extendido entre la crónica y el ensayismo cinematográfico, por cierto). Diferenciando el Conan howardiano, si lo hubiere, el comiquero y la interpretación puramente milusiana hasta convenir, con pleno acierto, que este es un Conan de autor, para lo bueno y lo malo, que culmina una manera americana de hacer cine de acción al tiempo que avanza otra. De la comparación del original de Milius y su(s) secuela(s) más cercana al espíritu de los tebeos y tristemente dirigida por el gran Richard Fleischer, Barrero deja entrever una idea interesante: el no-Conan del 82 definió de manera capital la imagen gráfica del personaje, influenciando al tebeo de entonces en adelante, pese a no acercarse en absoluto a ella
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mientras que el segundo Conan, más tebeístico, fracasó precisamente al incorporar multitud de elementos constituyentes del personaje. Una paradoja.
Del radar del autor no se escapan los frustrados proyectos de tercera entrega, las horrible series de dibujos animados o hasta un serial ignoto en imagen real, de aspecto francamente infecto, y la representación más o menos teatral del cimmerio y adyacentes en parques temáticos o ferias de todo pelaje. Todo ello, ladrillo sobre ladrillo en el proceso de banalización/devaluación del material de partida de Robert E. Howard, a estas alturas ya olvidado en beneficio de esta recreación imaginaria.
Todavía restan un buen puñado de páginas para dar cuenta de los acercamientos al resto del panteón howardiano: los que fructificaron como Kull (Kull: el conquistador, John Nicolella, 1997) o Solomon Kane (ídem, Michael J. Bassett, 2009)  y los frustrados como Red Sonja. Antes, entremedias y después siguen las miradas laterales a producciones televisivas (Xena, Hércules), exploits sandungueros (El rey Escorpión, Chuck Russell, 2002), italianadas varias y demás variaciones espurias, frotamientos soft y hard, un biopic sobre el mismísimo escritor (The Whole Wide World, dirigido en un año que debemos deducir o buscar en imdb por Dan Ireland con protagonismo para Vincent D’Onofrio y René Zellweger), nuevas paradas elogiosos en la animación entre ella las memorables Cristal oscuro (Frank Oz & Jim Henson, 1982) y Tygra. Fuego y
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Conan según el filipino Alex Niño

hielo (Ralph Bakshi, 1983) el mejor intento de Ralph Bakshi, en colaboración con Frank Frazetta a los diseños, que se lleva su bien merecida porción de reconocimiento como creador clave dentro de la posibilidad de la fantasía heroica cinematográfica. Ya enfocando el final paradas en la fantasía de nuevo cuño tanto al calor de las posibilidades digitales -la influyente, por desgracia, 300 (Zack Snyder, 2006), necedades como Prince of Persia (Mike Newell, 2010) o Furia de Titanes (Louis Leterrier, 2010) y magníficos ejemplos adultos, crepusculares, como Beowulf  (Robert Zemeckis, 2007)- como de espíritu superproducción – la trilogía El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001/2003) la saga Las crónicas de Narnia ya con tres entregas a estas alturas,…) y, claro esta, los consuetudinarios usufructos de ambas vertientes. Apuntar que Barrero lista en este “restos de serie” un film tan extraño y frustrante como Valhalla Rising ( Nicolas Winding Refn, 2009), y no lo hace gratuitamente, consiguiendo justificarlo con intuición. El capítulo peliculero se cierra con un publirreportaje sobre el (entonces) proyecto del nuevo Conan a cargo de Marcus Nispel. Un pegote.
Barrero despide el trabajo, ingente trabajo es indiscutible, con una breve y brillante conclusión que resume todo el larguísimo capítulo anterior, lo ordena con coherencia y lo condensa en una serie de claves que previamente ha desarrollado. Un buen cierre para un trabajo meritorio, bien escrito, pese al gusto arcaizante del autor, armado hasta los dientes de documentación y con aportaciones de enjundia, magníficamente ilustrado pero de estructura difusa, cuando no confusa, lectura dificultosa y objetivos un tanto equívocos.”
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