Revista Cine

Salvajes

Publicado el 17 julio 2012 por Diezmartinez

Salvajes
¿Cuál fue la última película redonda, lograda, de Oliver Stone? Probablemente el nihilista film-soleil Camino sin Retorno (1997) o, si usted es más exigente, Nixon (1995), la biopic política del talentoso pero corrupto/corruptor/corruptible Presidente número 37 de Estados Unidos. O sea, estamos hablando de hace casi dos décadas. Y en vista de su más reciente largometraje, Salvajes (Savages, EU, 2012), la mala racha continúa. Stone sigue en el pozo, y cavando. La película inicia con una voz en off tan chocante que a los 15 minutos ya deseaba de todo corazón que algún narco se escabechara a la babosa narradora, una jovencita socialité californiana, llamada simplemente "O" (Blake Lively), quien es el vértice de un triángulo sexual/amoroso formado por ella, el machín veterano de Irák/Afganistán Chon (Taylor Kitsch) y el hippioso-budista-benefactor Ben (Aaron Johnson). Estos dos tipos –que, obviamente, se quieren más entre ellos que lo que aman a “O”, como algún personaje capciosamente lo dice en algún momento- han formado un emporio marigüanero en Laguna Beach, donde viven. Surten la yerbita santa a los dispensarios legales que hay en California y exportan –ilegalmente- al resto de Estados Unidos. Como Ben estudió botánica y negocios –además de algún curso de condescendencia benéfica dado por Bono, al parecer-, el tipo es el cerebro detrás de la empresa, mientras Chon –puro músculo, pura violencia, pura mala actuación- es la fuerza. El problema es que el éxito del negocio de esta pareja-dispareja ha llamado la atención de Elena (Salma Hayek), “la Madrina” de la droga en México, ama y señora del Cártel de Baja –más bien, el Cártel de Tijuana de los Arellano Félix, por supuesto-, así que, a través de uno de sus achichincles (Demián Bichir), la Cleopetra Elena les propone a Ben y Chon asociarse con ellos. O, mejor dicho, absorber su tiendita de la esquina para convertirla en una sucursal más de Wallmart, como lo dice cierto corrupto y cínico oficial de la DEA (John Travolta). Los muchachos rechazan el ofrecimiento, por lo que la guerra entre Elena y el par de gringuitos babosos inicia.  Olvidémonos del aspecto formal de la película: Stone no hace más que repetir viejos tics estilísticos que podrían haber sido más o menos atractivos en Asesinos por Naturaleza (1994), pero que aquí se muestran agotados. Cortes bruscos, cambios del color al blanco y negro, cámara mareadora, big close-ups sudorosos, todo con el noble fin de distraer al respetable de lo peor que tiene el filme: una voz en off irritante e inconsistente, y una historia simplona a más no poder que nos plantea -¡gran novedad!- que el negocio de la droga florece porque hay corrupción en las dos partes de la frontera, pero que bastan el amor homoerótico de dos gringuitos babas –y el amor de ellos por la noviecita aún más babas- para derrotar en su propio terreno a uno de los cárteles de la droga más poderosos de México. Digo, si la cinta se hubiera llamado Rambo VII: Vacaciones en Tijuana, lo habría entendido, pero ¿no se supone que Stone hace cine serio, importante, a través del cual nos suelta las netas del planeta?  Al final de cuentas, Salvajes es poco más que el primo solemne y aburrido de Atrapen al Gringo (Grungberg, 2012), una cinta muy similar que, por lo menos, no presume ningún discurso trascendente. Y, además, es mucho más divertida.

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