Revista Historia

Sancho II de Castilla, el rey que murió cagando

Por Ireneu @ireneuc

Dicen los Derechos Humanos que todos los seres humanos somos iguales, aunque la realidad nos dice que hay individuos que, por mor de su capacidad económica e influencia, son " más iguales" que los demás, para regocijo de la infinidad de personas " menos iguales" que sufren sus veleidades. Con todo, por mucho dinero, enchufes y posesiones que se dispongan, la muerte, guste o no, acaba por enrasar cualquier desigualdad entre las personas, aunque la forma en que la Parca pilla a cada uno, ya es harina de otro costal. La Historia está llena de gente que ha muerto de las formas más inverosímiles o de las formas más tontas posibles ( ver La piedra que acabó con un papa ), pero en el caso de hablar de gerifaltes y capitostes varios, lo más normal es que acaben sus días de una forma más o menos violenta, la cual cosa viste su muerte de un halo de honorabilidad e incluso de cierta épica. No obstante, hay veces en que la muerte -por luctuosa que sea- es tan embarazosa, que no hay forma de referirse a ella sin esbozar una sonrisa. Tal fue el caso del rey Sancho II de Castilla el cual fue asesinado por una lanza traidora. El inconveniente es que, el hombre, estaba haciendo algo que nadie podía hacer por él, es decir, cagando.

Plantando un pino, haciendo de vientre, descomiendo, mandando un fax, visitando al Señor Roca... en definitiva, cagando, fue como pilló al rey Sancho II de Castilla el 7 de octubre de 1072 el traidor (o héroe, según la cara de la moneda) que le ensartó una lanza y le atravesó el cuerpo de pecho a espalda. Lo podía haber pillado de espaldas mientras miraba una mariposa, pero las crónicas cuentan que al pobre hombre lo engancharon tal que así. Y es que, por muchas coronas que gasten, la realeza y la aristocracia también tiene sus poco glamurosas necesidades vitales. Pero... ¿cómo se llegó a este magnicidio en semejante mal momento? Sígame y se lo explico sucintamente.

A finales del siglo XI, más de 350 años después de la ocupación musulmana de la península, la Reconquista por parte de los cristianos seguía adelante con su escalofriante velocidad de galope de tortuga coja. O lo que es lo mismo, que si tienes a los reinos moros del sur pagándote suculentas rentas (las parias) para evitar que les ataques y para que los defiendas de sus enemigos musulmanes, conquistarlos y cortar de raíz con esos pingües ingresos, digamos que no era muy inteligente. De esta forma, los reinos cristianos ocupaban sólo una parte del tercio norte peninsular.

Uno de estos reinos, el Reino de León, estaba al mando de Fernando I, el cual había tenido 5 hijos con su "partenaire", la reina Sancha de León, y a los cuales dejaría su reino (que en aquel momento lo formaban, además de León, el reino de Galicia -incluida parte del norte de Portugal- y el condado de Castilla) en el momento que el rey abandonase este valle de lágrimas.

De esta forma, cuando Fernando I murió de muerte natural la Nochebuena de 1065, dejó para su primogénito Sancho el condado de Castilla (que a partir de aquel momento pasó a ser un reino) y las parias correspondientes del reino taifa de Zaragoza; para su hijo favorito ( Alfonso) el reino de León y las parias del reino taifa de Toledo, y para su hijo García le dejó el reino de Galicia y las parias correspondientes a los reinos musulmanes de Sevilla y Badajoz. A los otros dos, que eran dos chicas, muy ecuánimamente -la igualdad entre sexos que no faltase- les dejó, a Elvira la ciudad de Toro ( ver La curiosa hipoteca del emperador) y a su otra hija, Urraca (vaya con el nombrecito...), le dejó la ciudad de Zamora. Y aquí es cuando se lía la cosa.

Como eso del amor fraternal queda muy bien para las novelas, pero cuando hay una herencia de por medio, los lazos familiares queman como hierro candente, Sancho no estuvo de acuerdo con el reparto que había hecho su padre, ya que creía que era el legítimo heredero de todo el reino y no se merecía tan solo una parte del pastel. Aún así mantuvo las formas mientras que su madre, la reina Sancha, estuviera viva, cosa que dejó de hacer en 1067.

A partir de entonces, Sancho conspiró con su hermano Alfonso para robarle el trono de Galicia a su hermano García -el cual se tuvo que exiliar al reino musulmán de Sevilla- y, como no tuvo bastante, le faltó tiempo para atacar a Alfonso y enviarlo exiliado a la taifa de Toledo. Así, de esta forma tan "fraternal", y gracias al apoyo del mismísimo Cid Campeador, que era su lugarteniente, Sancho consiguió reunir sobre sí mismo el antiguo reino de León que había separado su padre. No obstante, una de las hermanas le salió rebotona: Urraca.

Urraca, que no tenía un pelo de tonta y tenía mucho aprecio por su hermano Alfonso, decidió oponerse a la ambición sin límites de Sancho, dando cobijo en el interior de las murallas de Zamora a buena parte de los nobles afines a Alfonso y que habían tenido que huir de sus tierras.

Sancho, que reinaba con el nombre de Sancho II de Castilla, vio en la ciudad de Zamora un peligroso reducto donde sus adversarios políticos podían hacerle oposición armada. Ni corto, ni perezoso, junto con el Cid, pusieron sitio a la ciudad de su estimadísima "tata" Urraca.

Tras siete meses de cerco en que los zamoranos no daban su brazo a torcer ni a la de tres, Sancho estaba desesperado por encontrar una forma de poder atravesar las murallas y doblegar la tozuda voluntad de la señora de la plaza, a la postre su hermana.

Uno de los días, el hombre de confianza de Sancho, un caballero leonés que había desertado de las filas de Urraca un par de meses antes, que se llamaba Vellido Dolfos, convenció al monarca para que le acompañase a ver una pequeña puerta en la muralla de Zamora. Esta puerta, según Vellido -que conocía perfectamente la ciudad- no se cerraba nunca, por lo que podría ser una brecha perfecta a través de la cual accediesen las huestes castellanas y ganar la batalla a los rebeldes.

Así pues, el valido consiguió apartar al rey del resto de tropas cuando, de repente, a Sancho II le dio un apretón intestinal que le obligaba a buscar solaz entre las matas. Vellido, viendo al rey castellano dando rienda suelta a su producto interior bruto, vio a la ocasión pintarla calva para, con la lanza corta que se había quitado de encima Sancho y que, justamente, le había dado al valido para que le aguantara (cuestión de comodidad, claro), asestarle un lanzazo que le atravesó el cuerpo de espalda a pecho.

Vellido Dolfos, que huyó a galope a refugiarse en las murallas zamoranas, de esta forma, había podido cumplir el propósito con el cual había sido enviado por la inteligente Urraca dos meses antes: ganarse la confianza de Sancho y, en un descuido, acabar con él. El descuido llegó en un momento muy poco decoroso para el ambicioso Sancho, las huestes del cual, tras la muerte del monarca, levantaron el sitio de inmediato y se dispersaron desordenadamente ( ver La Devotio Ibérica o la costumbre hispana de seguir al líder hasta la muerte).

La historiografía y las crónicas castellanas posteriores, dado el poco honorable momento en que fue asesinado Sancho II omiten completamente este pequeño detalle de la historia (a lo sumo cuentan que fue traicionado en el cerco a Zamora). Un detalle tosco pero real, que se muestra totalmente crucial para el devenir del reino de León y de Castilla, porque... ¿qué hubiese pasado si no le hubiese dado el apretón a Sancho? ¿hubiera sido capaz de asesinarlo? Nunca lo sabremos.

Sea como sea, la Historia, con mayúsculas, siempre la acaban escribiendo los vencedores y no por nada durante casi 1.000 años, la puerta de la muralla de Zamora por la cual tenían que meterse los castellanos se llamó "de la Traición"... hasta el 2009, momento en que el ayuntamiento le cambió el nombre por el " de la Lealtad ".

¿Orgullo leonés? No, cosas de la cara B de la Historia.


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