Revista Psicología

Santiago Ramón y Cajal, las Neuronas y Camillo Golgi

Por Gonzalo


En octubre de 1889 se reúne la Sociedad Alemana de Anatomía en la Universidad de Berlín. Entonces Alemania era una potencia científica, y es lógico suponer que la élite de la anatomía mundial se iba a dar cita en el congreso.

El médico español decide que es una oportunidad inigualable, y allí viaja con sus preparaciones y su microscopio Zeiss bajo el brazo. No comprende el alemán y debe hacerse entender con su rudimentario francés; por tanto, la mejor forma de comunicar los descubrimientos no es con la palabra, sino a través de las preparaciones microscópicas.

Santiago Ramón y Cajal, las Neuronas y Camillo Golgi

Se le asigna una mesa en la zona de demostraciones y Cajal coloca el microscopio con sus magníficas imágenes en negro. En palabras del historiador Finger, “la respuesta inicial a su exhibición deja mucho que desear. Como muchos histólogos tenían sus propias demostraciones, apenas se acercan para ver lo que les ofrecía. Estos científicos tendían a ser escépticos al principio, pensando que sólo un trabajo de segunda fila podía venir de un país atrasado como España. Pero, cuando contemplaron las bellas diapositivas de Cajal y observaron  las células nerviosas con una claridad no vista hasta entonces, sus ceños fruncidos dieron paso a sonrisas y cálidas palabras de felicitación”.

Santiago Ramón y Cajal, las Neuronas y Camillo Golgi

Uno de los sorprendidos por las preparaciones cajalianas es el patriarca de la anatomía alemana, Albrecht von  Kölliker, allí presente. Lo que muestra Cajal es un verdadero disparo en la línea de flotación de su postura favorable a la red nerviosa, pero no duda en felicitarlo sinceramente y hace lo imposible por franquear la barrera idiomática e introducir al español en los círculos del congreso.

Siendo Cajal un personaje anónimo que llega de un país irrelevante para la especialidad, quizá otro hubiera aprovechado su prestigio y posición para marginarlo, o dejarlo en un segundo plano. Pero hace justo lo contrario; su amor por la verdad se impuso a sus planteamientos personales.

En los meses siguientes Köliker confirma las observaciones de Cajal con el nuevo método y no vacila en abandonar públicamente su enfoque reticularista. No sólo eso, a sus setenta y dos años ¡decide estudiar español para traducir a Cajal al alemán! ;  Chapeau! por Köliker, tipos así son los que la ciencia necesita.

Desde luego, don Santiago no olvidaría esto jamás y en su autobiografía expresa su profunda gratitud hacia el anatomista alemán, con quien le unió una estrecha amistad. En realidad, en palabras de  Cercós-Navarro, “evidentemente fue a Alemania, el país que siempre consideró Cajal como su segunda patria científica. Fueron los alemanes los que le dieron a conocer por todo el mundo e incluso en España. Se cuenta cómo algunas veces llegaban a Madrid y preguntaban dónde estaba Cajal y con sorpresa constataban que mucha gente no sabía quién era Cajal”.

De esta forma, el congreso de Berlín supone un campanazo que presenta al mundo las primeras aportaciones de Cajal. Él recuerda: “llegué a sentir el acre halago de la celebridad; mi humilde apellido, pronunciado a la alemana (Cayal), traspasó las fronteras; en fin, mis ideas, divulgadas entre los sabios, discutiéronse con calor”.

La ingente labor de Cajal va desbrozando y desenredando la maraña del sistema nervioso; en palabras que el anatomista Forster le dedica en 1894, gracias a él “el bosque impenetrable del sistema nervioso se ha convertido en un parque regular y deleitoso”. Cada paso de sus hallazgos va confirmando con evidencia aplastante la teoría neuronal y, de paso, deja claro que la teoría celular es universal y también se aplica al sistema nervioso.

Respecto de la teoría neuronal hay que aclarar una confusión muy extendida. Uno de los asistentes al congreso de Berlín, fue Wilhelm von Waldeyer, director del Instituto Anatómico de la universidad anfitriona. Impresionado por los trabajos de Cajal, publica una revisión sobre las células nerviosas, en la que es el primero que propone llamarlas neuronas. (Waldeyer gustaba de crear neologismos; también acuñó el nombre de cromosoma).

El artículo en el que se acuña el término neurona aparece en seis partes durante el invierno de 1891, y es tal su resonancia en la comunidad científica que para muchos sería Waldeyer el padre de la teoría neuronal y a él se le atribuyen erróneamente algunas de las aportaciones cajalianas.

El prestigio y la autoridad de Ramón y Cajal crecieron hasta el punto de que un día de octubre de 1906 recibe desde Estocolmo un telegrama en su casa, con un escueto mensaje en alemán: “Carolisnische Institut verliehen Sie Nobelpreiss”.

Se le concede nada menos que el premio Nobel de Fisiología o Medicina junto a Camillo  Golgi “en reconocimiento a sus trabajos sobre la estructura del sistema nervioso”. Curiosamente, Golgi era un oponente científico porque aún defendía la vieja teoría reticularista.

Más tarde Cajal escribiría “qué cruel ironía del destino emparejar, como gemelos siameses unidos por los hombros, a adversarios científicos de caracteres tan contrastados”.

Cuando llega el día señalado, puede imaginarse la solemnidad del acto ceremonial. Están presentes la familia real sueca, los receptores del Nobel, diplomáticos, muchos otros científicos y un gran número de distinguidos asistentes.

El rey Oscar II entrega personalmente las medallas a los dos galardonados. En el turno de los discursos la expectación es enorme; le corresponde a Golgi iniciar el uso de la palabra y, de pronto, los asistentes, incluido Cajal, ¡se quedan de piedra!

Lo esperable es que Golgi disertara sobre su método de tinción  y las posibilidades que abrió a la neurociencia, que pasara revista a sus relevantes hallazgos, como las células tipo Golgi I y II, los órganos de Golgi de los tendones y otras observaciones anatómicas pioneras, etcétera.

En lugar de eso, Camillo Golgi se dedica a resucitar la difunta doctrina reticular del sistema nervioso y arremete brutalmente, sin venir a cuento, contra la teoría neuronal. Aparte de que no era el lugar para plantear una polémica, supuso una torpe falta de cortesía hacia su compañero de ceremonia, tratándose del principal defensor de la teoría neuronal.

Se habían hecho formidables progresos durante las últimas décadas y prácticamente nadie abrazaba ya el viejo planteamiento, pero Golgi hablaba como si nada hubiera cambiado desde 1873, año en que descubrió su método.

En palabras de Finger, “Cajal y los otros reconocidos científicos de la audiencia tenían la misma idea. ¿Cómo podía este hombre, entre todos los hombres, ser tan ciego a los nuevos descubrimientos? ¿Cómo podía el individuo que había proporcionado a la comunidad científica los medios para ver el sistema nervioso de un modo nuevo y quien había hecho tan importantes descubrimientos ser tan opuesto a la doctrina neuronal? ¿Cómo podía ser tan despectivo ahora con el principal proponente de una teoría obviamente mejor?”.

Es muy probable que Cajal se sintiera herido, pero elegantemente no lo exteriorizó. Cuando le tocó su turno, leyó el discurso que tenía preparado y no hizo alusión a las agrias palabras de Golgi.

Después del  Nobel, Cajal continuó en plena actividad con la publicación de más de una docena de libros y un centenar de artículos. Antes ya había publicado su obra magna en 1899, Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados.

Además del Nobel, a lo largo de su vida recibió las más altas distinciones: la medalla de oro Helmholtz, doctorado honoris causa en múltiples universidades, incluidas las de Oxford, Cambridge y la Sorbona, miembro de la Royal Society, sellos y monedas en su honor, y así un largo etcétera.

Fue tal su prestigio que algunos investigadores fundamentaban sus teorías simplemente aventurando que Cajal habría propuesto una solución similar a la suya.

Hacia el final de su vida, Cajal enviuda en 1930 y un par de años más tarde se retira de todos sus cargos. Finalmente, muere el 17 de octubre de 1934 a los ochenta y dos años de edad. Se trataba de un hombre que, junto a su genialidad y rigor intelectual, tuvo desde el principio la determinación de lograr sus objetivos con una disciplina férrea.

Fuente:   Breve historia   del cerebro   (Julio González Álvarez)



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