Revista Cocina

Santorini (I), la llegada

Por Capitan_rabano @pardeguindillas

Santorini (I), la llegadaLa crónica de hoy responde a un viaje que realizamos hace ya algún tiempo, antes de que la tormenta financiera arreciase sobre las costas del Egeo, pero bueno, supongo que no habrá habido muchos cambios sobre lo que aquí contamos.   Viajamos desde Madrid hasta Atenas, ciudad a la que llegamos a las 23:00 horas (atención, allí hay una hora más que en España) y muy rápidamente teníamos que llegar a nuestro hotel. Teníamos prisa porque apenas 6 horas después embarcaríamos en un ferry que nos llevaría hasta las costas de Santorini (Thera) una de las islas más famosas y hermosas de todo el Mediterráneo.
La verdad, fue bastante precipitado, de hecho creo que nos podríamos haber ahorrado la noche de hotel, podríamos habernos ido hacia El Pireo y esperar allí al barco, pero en fin, no conocíamos la ciudad, ni las distancias. Pero esa es otra historia, ya hablaremos en otra ocasión de la locura ateniense. En fin, sin apenas haber dormido, engullimos un desayuno especial que nos prepararon en el hotel y nos fuimos en taxi hacia el puerto cuando aún no había amanecido.



Santorini (I), la llegada

El Pireo antes de amanecer

 Hacia las 6 y media de la mañana embarcamos en un enorme ferry que nos llevaría, tras una travesía de 8 horas, hasta la hermosa Santorini.   Y aquí surgió el primer problema, los billetes. Como es lógico, estaban escrito en griego, quiero decir, con letras griegas, vamos, que no teníamos ni puñetera idea de que tipo de billete teníamos. Así que nos colocamos en la cubierta de popa, en un rincón dónde poder sentarnos e incluso tumbarnos para intentar dormir un poco…   A las 8:00 horas el barco soltó amarras, la mañana era preciosa, llena de luz. En los muelles cientos de mercantes y de todo tipo de embarcaciones, mostraban la naturaleza del pueblo griego, que siempre ha mirado al mar y a las tierras que hay más allá, a lugares que explorar y conocer.   Digamos que las primeras horas fueron maravillosas, disfrutábamos de la brisa marina y el sol acariciaba nuestros rostros… pero… empezaba a acariciar demasiado.   Teníamos un problema, en la cubierta apenas había sombra, dentro, el espacio estaba abarrotado por cientos de familias griegas que ocupaban todos los rincones posibles, que no se cortaban en desplegar manteles y viandas que compartían ruidosamente (y luego dicen que los españoles hablamos alto, mete a dos griegos en un lugar abarrotado y sólo los oirás a ellos), especialmente pepinos y litros y litros de café frappé.   El Ferry hace escalas en islas como Paros, Naxos y alguna más que no recuerdo… y cada vez hacía más calor.



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Santorini (I), la llegada

Puertos del Egeo

 Hubo un momento en que el hacinamiento era espectacular, decenas de personas nos apretujábamos en el poco espacio sombreado que había en la cubierta, el sol era implacable. Alrededor del medio día la situación era insoportable, ¡qué calor!, recuerdo que compartimos un poco de charla con una pareja estadounidense que al enterarse de que éramos españoles nos dijo:   ¡España, qué bonita!, pero no nos hemos atrevido a ir porque hace mucho calor.

¡¡¿Cómo?!!, ¡pero por Dios!, ¡en ningún lugar del mundo hacía más calor que en la cubierta de ese barco!.   Y mientras, yo envidiaba a los pudientes viajeros de primera clase que iban sentados en cómodas butacas con aire acondicionado… Os ahorraré más desagradables momentos del viaje.   Bien, pasadas las 14:00 horas llegamos al puerto de Santorini. La llegada a la isla es sencillamente espectacular, cuando el barco comienza a penetrar en el espacio de la antigua caldera del volcán, cuando aprecias los inmensos acantilados y las casas blancas de tejados azules que parecen sostenerse increíblemente colgadas… se te encoje el corazón, ¡hasta los griegos callaron!, el espectáculo es grandioso, sólo por eso merecieron la pena las penurias del viaje.

Santorini (I), la llegada
Santorini (I), la llegada
Una vez desembarcados nos hicimos con un transporte que nos iba a llevar hasta nuestro hotel, el Nine muses, que se encontraba en el otro lado de la isla, en la zona baja, la que tiene “playas”. El problema es que para salir del puerto, hay que escalar (que no conducir) por una carretera imposible, que bordea precipicios sin protección. Acongoja, os lo aseguro.
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Bueno, pues ¡por fin!, llegamos hasta el hotel, un oasis, un lugar precioso y aislado en el que relajarse iba a ser muy fácil.
¡Pero teníamos hambre!, era muy tarde y tras registrarnos y acordar cómo alquilar un coche para el día siguiente (madre mía del amor hermoso, ¡qué aventuras vivimos con el coche!) pusimos rumbo a la playa, dónde nos dijeron que podríamos comer algo.
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  Se notaba que no era temporada alta (era finales de septiembre, no puedo ni remotamente imaginarme el calor en julio), el camino hasta la playa se hace entre huertos y villas locales de peculiar arquitectura anti-terremotos y allí, en un chiringuito playero estilo griego, dimos buena cuenta de algunas especialidades helenas, como el tsatsiki y la taramasalata, ¡me pierden!, ¡me parecen deliciosos!.
Volvimos al hotel, un baño y un descubrimiento. Si creía que hacía calor durante el día, ¡lo de la noche fue algo horrible!. Resulta que al caer el sol una espesa niebla cubre la isla, ¡cada noche una niebla cálida y bochornosa!, ¡una auténtica sauna griega!. Bueno, volvamos a la historia.
A la mañana siguiente, tras un maravilloso desayuno, nos subimos a nuestro pequeño Hyundai Atos y pusimos rumbo a los pueblos de la isla, ¡porque tiene varios!, ¡y son preciosos!. Ahora bien, tuvimos una idea espantosa, ir a la única playa arenosa de la isla y eso, no os lo recomiendo, a no ser que os guste el agua repleta de algas y la arena rebosante de colillas. Salimos espantados y recorrimos varios pueblos, todos ellos blancos, de tejados azules y pulpos secándose en los balcones.

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Una casa típica

  Llegando la hora de comer fuimos a Thira, la capital. Allí dejamos el coche y buscamos afanosamente un local con aire acondicionado, porque, de veras, en pocos sitios he pasado más calor.
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  Las calles de Thira son estrechas, empinadas, de casas blancas y rincones increíblemente hermosos y casi desde cualquier sitio puedes ver el volcán y los barcos de los turistas llegando y partiendo.

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¿Vértigo?

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El volcán

Allí disfrutamos de una deliciosa comida a base de pescado, entrantes tradicionales, ensalada y un fantástico vino blanco típico de la isla (atención, ¡importante!, en Santorini hay vinos locales realmente fantásticos de los cuales hablaremos algún dia, no hagáis el turista y pidáis vinos tradicionales de retsina, de veras, no merece la pena).
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  Era hora de volver al hotel a relajarnos un poco, el día anterior apenas habíamos dormido y para el día siguiente teníamos programadas mil y una cosas, como una excursión al volcan y contemplar una puesta de sol en Oia. Algunos dicen que la más hermosa del mundo, no puedo asegurarlo, ya averiguaréis por qué…
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Y bueno, os dejo con un video divertido que muestra las divertidas andanzas de unos pulpos enamorados en Santorini.

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