Revista Cine

Se apagó el fuego de "La Polaca"

Publicado el 03 junio 2010 por Burgomaestre
Las pérdidas dejan vacíos que son mayores cuanto más cerca de nosotros teníamos al ausente. Cuando éste era un personaje público, el vacío es directamente proporcional a su aportación a nuestras vidas. Así, sin ir más lejos, hace sólo unas semanas nos dejó Antonio Ozores, que nos había regalado durante tantas décadas su humorística visión, tan distorsionada como lúcida, de la vida y sus cotidianos misterios, a través de las mágicas artes del buen cómico. Hoy tenemos que lamentar la marcha de otra artista, cuyo máximo y principal caudal fue su belleza, pasmosa en reposo y turbadora en movimiento. Despedimos a Josefa Cotillo Martínez, “La Polaca”, víctima ayer, a los 65 años de edad, de un cáncer de pulmón que puso fin a una vida que se inició en Madrid el 16 de junio de 1944.

La Polaca” ingresó en la interpretación por el cauce de su baile, iniciándose su carrera como actriz como consecuencia de su superlativa capacidad artística en el terreno de la danza flamenca. Tras iniciarse como “bailaora”, instintiva, a los muy tempranos once años de edad, y tras consolidar una figura artística en tal disciplina que la llevó a recorrer medio mundo mucho antes de cumplir los veinte años (incluyéndose en tal periplo una histórica actuación ante el presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy), “La Polaca” es inevitablemente “descubierta” para el Séptimo Arte. Así, sus primeros pasos en el cine, son, lógicamente, pasos de baile, en films tan estimables como “El amor brujo”, de Francisco Rovira Beleta, que, cuatro años más tarde, trataba de reeditar el éxito de su anterior y laureada “Los Tarantos” (1963). Con la música de Manuel de Falla como excelente telón de fondo, el film brindaba la ocasión a la bailaora de lucir su arte, y de, lo que es más decisivo para fundamentar su incipiente estrellato, fijar una personalidad fílmica de atractivo poderoso. Para lograr el papel de la gitana Candela, “La Polaca”, a quien Rovira Beleta prefirió por encima de Gina Lollobrigida (en quien habían pensado los productores a quien se ofreció en primer lugar el rol), hubo de superar una exigente prueba ante las cámaras que superó por su disciplina y capacidad de repetir con exactitud las tomas. Esa intensa aplicación fue decisiva, pero lo que interesó principalmente al director de la película fue el físico perfecto que había admirado en las actuaciones de “La Polaca” en el local madrileño “Las Brujas”. En el rostro de la bailaora se combinaban de manera extraordinaria, la fotogenia arrolladora con un magnetismo sensual poco común. Es la suya, además, una belleza moderna, que añade a los valores tradicionalmente asociados a los cánones raciales de la “real hembra hispana” una cierta sofisticación, o, por mejor decir, una actualización que hacían de “La Polaca” una mujer menos rotunda y más de su tiempo que sus compañeras de tablao. Su mirada turbia, su boca sugerente, su melena teñida, su modo de maquillarse, su cuerpo esbelto y ligero, ofrecían una versión felizmente renovada de la tópica imagen de la bailaora de antaño. Un año antes del estreno del film de Rovira Beleta, en lo que supuso una vigorosa irrupción en el escenario fílmico, “La Polaca” ya había debutado a través de su participación en “Con el viento solano”, una de las adaptaciones al cine de la obra de Ignacio Aldecoa que llevó a cabo Mario Camús, donde, en cierto modo, se interpretaba a sí misma en una breve cometido. El mismo año de “El amor brujo”, 1967, e igualmente con Antonio Gades como protagonista, encontramos a “La Polaca” en un tercer film, “Último encuentro”, de Antonio Eceiza.

De ayer a hoy

Hoy, en los diarios gratuitos, fuente de información de gran parte del público actual, la noticia de la

muerte de la bailaora-actriz apenas ocupaba unas pocas líneas. Foto alguna apoyaba los escuetos textos con la cual el lector pudiera refrescar su memoria y fijar en ella la hermosa imagen de la desaparecida artista. ¡Triste modo de despedir a una celebridad que basaba su entidad en su imagen, bien conocida cuarenta años atrás! Tras la eclosión fílmica de la nueva estrella de 1967, “La Polaca” dispuso de abundantes ofertas de trabajo en el cine en productos de raíz comercial diseñados para atraer numerosísimo público a las taquillas. Verdaderos especialistas en tal empeño de la época, como Pedro Masó y Pedro Lazaga, contaron en 1969 con sus servicios para completar el elenco de films como “Las secretarias” o “El abominable hombre de la Costa del Sol”. También el entonces extendidísimo terreno de los films realizados en régimen de coproducción ofreció su próspero cobijo al quehacer de la guapa, tal como sucedió en el caso del titulado “Héroes a la fuerza” (Bruno Corbucci, 1969), western paródico hispano-italiano, o en el hispano-francés, “Viva la aventura” (Francis Rigaud, 1970). Por otra parte, la productora de los Balcázar, apoyando una fallida e incipiente carrera como estrella del cine del cantante folklórico-ligero Luis Lucena, puso en pie y logró estrenar (a lo largo de un periodo que se prolongó varios años) su film “Españolear” (1969), nueva oportunidad de “La Polaca” de presentarse en la pantalla grande que, esta vez, no alcanzó la menor repercusión.


Pasado este primer periodo de mayor actividad, la relación de “La Polaca” con el cine, pese a su cálido e innegable encanto, se enfría notablemente. Actriz limitada, cuya voz solía ser doblada por profesionales de la sincronización, fue reclamada cada vez menos por la industria cinematográfica, que parecía no saber con ella. Sin duda, la cinematografía española resulta insuficiente para colmar el depósito de posibilidades que la bailaora ofrecía. Ello queda patente en años sucesivos, a través de títulos tan prescindibles como “Si estás muerto ¿por qué bailas?” (Pedro Mario Herrero, 1971) o la deleznable “La boda o la vida” (Rafael Romero Marchent, 1973), de la que algo hablamos aquí, con motivo de la tercera parte de la entrada dedicada a Jesús Tordesillas. Simultáneamente, un par de participaciones en otras tantas coproducciones multinacionales (con Francia, Italia y Alemania), “Delirios de grandeza” (Gérard Oury, 1972) y “El bulevar del ron” (Robert Enrico, 1972) permitieron a “La Polaca” figurar en sendos repartos encabezados por estrellas de magnitud internacional, tales como Louis de Funés e Yves Montand, en el primer título, y Brigitte Bardott y Lino Ventura en el segundo. Desmintiendo el relativo “glamour” de estos dos títulos, “La Polaca” tuvo el papel principal femenino en la desgraciada, oportunista y garbancera “El padrino y sus ahijadas” (Fernando Merino, 1973), que le puso al
servicio de la comicidad socarrona del gran Antonio Garisa (muy por encima del film) y del insufrible (pero popularísimo entonces) Joe Rígoli. Esta tendencia a languidecer de la carrera fílmica de quien despedimos hoy no hizo sino confirmarse hasta llegar a su total extinción, bien por sustanciarse en películas de nula repercusión comercial, como “Corazón solitario” (Francesc Betriu, 1973), “Del amor y de la muerte” (Antonio Giménez Rico,1977), o “Ladrón de chatarra” (Antonio García Molina, 1986), o bien en títulos a los que la bailaora accedió ya alejada de su esplendor físico, como “Solo o en compañía de otros”(Santiago San Miguel, 1990) o “El amor brujo” (1986), el exitoso reencuentro, veinte años después, con la música de Falla y con Antonio Gades, de la mano de un director de prestigio, como lo es el oscense Carlos Saura.

Josefa Cotillo Martínez, “La Polaca” encandiló al público empleando la magia de su cuerpo, lo embrujó con la belleza de su rostro. Atravesó la pantalla directa, como un dardo en llamas, al corazón de la audiencia. Hasta se alzó, en los tiempos de sus primeros empeños fílmicos, con un reconocimiento oficial, como lo fue el Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo por su interpretación en “El amor brujo”. Pero no encontró quizá, soporte suficiente y adecuado para sustentar su talento en el reino del celuloide y se prodigó preferentemente sobre el tablado de los escenarios. Hoy hemos perdido todos a “la Polaca”. El cine español, por desgracia, la perdió hace mucho tiempo.

Epílogo anecdótico: Juanjo Menéndez, en su presentación de la artista que nos ha dejado, recogida en el chapucero film recopilatorio de números musicales “Canciones de nuestra vida” (Eduardo Manzanos Brochero, 1975) recordaba que cuando la conoció en un rodaje (protagonizó con ella “Las secretarias” y “El abominable hombre de la Costa del Sol”) la encontró tirada en un sofá, sumergida en la lectura de un libro, mientras esperaba su turno para actuar ante las cámaras. “La Polaca”, que había dejado la escuela a los diez años, para dedicarse al baile, estaba leyendo un libro de Schopenhauer. Juanjo Menéndez, al cabo de un buen rato observó que la bailaora no pasaba página y le preguntó: “Pero, Pepa, ¿cómo es que estás leyendo eso?” “No sé, hijo -contestó-. Me han dicho que me tengo que culturizar. ¡Y aquí estoy!”


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