Revista Opinión

Se derrumba el Instituto Juan de Mariana

Publicado el 25 mayo 2017 por Liberal

Señores lectores: Hace años y años que vengo advirtiendo de que el Instituto Juan de Mariana en Madrid es una organización indeseable y nada liberal ni mucho menos democrática. Cualquiera que conozca esta página web sabe que llevo desde el 2008 advirtiendo sobre esa secta de indeseables en Madrid. Muchísimas personas me criticaron y me tacharon de ser un “resentido” porque me habían expulsado del Instituto después de atreverme a defender ideas que no les gustaban. ¡Menudos liberales los que censuran y expulsan a discrepantes! Pues ahora no me queda más remedio que recomendar éste excelente artículo escrito por Díaz Villanueva. Díaz Villanueva y yo no somos amigos y, de hecho, él fue tremendamente injusto conmigo así que no simpatizo con él personalmente. Pero, me alegro que al menos haya tenido la decencia de reconocer (eso sí, después de intentar ser otro colocado más en el Mariana, otro “apadrinado”)que es una secta. Reproduzco aquí el texto íntegro de su artículo. Soy de la opinión que Diaz Villanueva es tan falso como todos ellos, pero como no ha conseguido lo que busca, ahora dice verdades que son convenientes recordar. Por mi parte, yo llevo siempre diciendo estas mismas verdades pero como yo soy un hombre libre e independiente, no tuve que esperar años para decir la verdad. Siempre dije que Gabriel Calzada era un falso y que Juan Ramón Rallo es un pseudo-economista. Los que quedan en el Instituto Juan de Mariana, como la fea María Blanco (que me critica por haberme teñido el pelo…vaya liberal criticando la vestimenta de los demás cuando su cara es más fea que el culo de una nevera) son los estómagos agradecidos y los mafiosos de siempre.
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Me preguntan desde hace meses si estoy distanciado del Instituto Juan de Mariana. Si, lo estoy. Hace dos meses, de hecho, pedí que me diesen de baja. Fue una simple formalidad, llevaba ya mucho tiempo –más de un año– sin dejarme caer por la sede de la calle del Ángel. Sentí algo de pena al hacerlo porque yo fui uno de los fundadores. Pero no lo hice por pena, lo hice porque esa misma asociación a la que tanto tiempo, ilusión, trabajo y recursos dediqué durante un montón de años no era ya ni sombra de lo que había sido en un principio. O, al menos, de lo que muchos de los fundadores pretendíamos que llegase a ser. No exagero si digo es que es una triste caricatura del peor de los escenarios que hubiésemos imaginado entonces.

De necios sería engañarse. El Mariana nunca fue gran cosa aunque muchos quisiésemos creerlo. Yo pasé años queriéndolo creer por lo que lo mío puede calificarse de necedad a prueba de mosquete. Desde sus orígenes todo giró en torno a la figura de uno de los fundadores, de Gabriel Calzada, un zascandil canario, injerto de carencia y vanidad, de ideas tan cortas como su estatura, pero sobrado de labia y metido en el difícil empeño de hacer política sin acusar el desgaste de la política activa. Él y su menuda circunstancia lo eran todo. Del principio al fin, de la cruz a la raya, del aparentar serlo todo a no ser realmente nada.

Nunca llegamos a tener sede a pesar de que desde el primer año empezaron a afluir socios de pago, desde el segundo generosas donaciones y desde el tercero premios internacionales bien dotados en el apartado económico. Las veces las hacía parte de la casa del propio Calzada, que habilitó un local a pie de calle anejo al domicilio para que nos reuniésemos, al principio los viernes y años después los sábados. Esa era toda la actividad ordinaria del instituto.

El local años más tarde fue reformado y traspasado al OMMA, una escuela de no se sabe bien qué cosa que Calzada y otros socios montaron en 2012 con la voluntad expresa de convertirse en universidad y dar así, como diría El Fary, un melocotonazo. De ahí las zalamerías de antaño con Aguirre y sus más conspicuos consejeros y el fuego graneado de hogaño contra Cifuentes. El OMMA, por cierto, lo dirige el primo. Como veis, todo tiene su explicación.

Las reuniones siempre empezaban con un speech motivador de Calzada, que es de ese tipo de charlatanes contumaces que cuando rompe a hablar no hay manera de que se calle hasta que ha repetido, como mínimo, tres o cuatro veces lo mismo sin siquiera cambiar la adjetivación y la cara de asombro. Gabriel tiene, como aquellos vendedores de crecepelo que abundaban por el Rastro durante la posguerra, una pasmosa habilidad para engatusar a las audiencias contenidas en número y propensas a ser engatusadas. En otro tiempo no hubiera sido mal predicador de bulas papales. Se habría hartado a venderlas. En el nuestro era inevitable que terminase en este bisnes de los think tanks, en cuyo mostrador se despacha humo y en la trastienda influencias. Calzada siempre ha sido un maestro en emplear sin tasa lo primero para dedicarse con ahínco a lo segundo. El Instituto Juan de Mariana nunca pasó de mostrador con acceso, eso sí, a una trastienda bien nutrida.

Todo siempre estuvo supeditado a eso. Aparte de las reuniones semanales con su preludio de mareante coaching musicalizado con seseo canario, el instituto organizaba (y organiza) unos cursos de verano que se celebraban en un apartotel que la familia Calzada posee en Lanzarote, una cena tipo boda de la hija de Aznar en el Casino de Madrid y un evento en el Círculo de Bellas Artes en el que se presentaban unos libros. Todas estas actividades se realizan desde el principio y se repiten cada año con la reiteración de un mantra tibetano, tanto que cuesta distinguir una edición de la anterior o de la siguiente.

El entorno Calzada (The Calzada’s tingladillo)

Más o menos eso era (y es) todo. Para la cuota que pagaban (y pagan) los socios a mi siempre me pareció poco. Diez días de toreo sin desgracia y 355 de agravios limosneros. Pero con eso había aprendido a convivir. Suponía que si aportaba ideas y proyectos encontraría apoyo. Pero no, nunca fue así. Las ideas nuevas nunca fueron bien recibidas y los proyectos solo salían (y no del todo) cuando el capo intuía que de aquello podía sacar tajada a título personal. Ahí está el documental Bancarrota como ejemplo, que lo pagué íntegramente de mi bolsillo aunque, eso sí, me dieron las gracias. No mostraron el más mínimo interés en hacerlo pero tampoco podían impedir que me pusiese a grabar. Otro ejemplo más. Las lecciones de Huerta de Soto que grabé en 2009 se hicieron porque me emperré en hacerlas. No se si le costaron al instituto 20 euros por lección, pero eso es lo que me llegó a mi. Es decir, la gasolina y la cena.

Por las decenas de vídeos que hice, incluidos los de las cenas del Casino que acompañaba de un reportaje fotográfico, jamás percibí un céntimo. Lo cierto es que tampoco lo pedí así que vaya una cosa por la otra. A mi esto del liberalismo siempre me costó dinero. Y, ojo, que nunca me pareció mal. Cuando las aficiones te cuestan es cuando puedes mantener la independencia de criterio, pedir cuentas y decir que el rey está en pelotas. Cuando en lugar de sacarte dinero del bolsillo te lo meten la cosa cambia. Te pasa lo que a los militantes con cargo público de los partidos políticos, que tragan lo que haya que tragar, sables de metro y medio si es preciso, porque la obediencia paga el alquiler, el cole de los niños y el carrito de la compra.

Otro elemento desconcertante de este tingladillo, este entorno Calzada, llamémosle así rindiendo homenaje a la exactitud, era la proliferación de familiares en cargos de responsabilidad. Que si la hermana, que si el primo, que si la novia, que si el padre con su garrota dejándose caer por los saraos… Eso venía a apuntalar otra de las señas imperecederas del Juan de Mariana: su hermético secretismo. Normal que muchos nos tuviesen como una secta, la “iglesia de la liberalogía” como me dijo en cierta ocasión un cabroncete con ingenio.

La asociación que nunca lo fue

El instituto nunca fue una asociación en sentido estricto. Y sigue sin serlo. Cuando alguien se asocia realmente no se está asociando, está haciendo una donación que no devenga derecho alguno. Es decir, que solo permite al asociado participar de la vida asociativa en la medida que la cúpula de fundadores consienta. Generalmente consiente poco tirando a nada. El socio está ahí para aflojar la mosca una vez al año y recibir de vez en cuando un email con autobombo salpimentado por unas gotitas de asperger sin diagnosticar. La cena se paga aparte y no es precisamente barata. Los cursos de verano también.

En el Juan de Mariana no hay elecciones ni proceso alguno de decisión interna más allá de una reunión anual de los fundadores en la que Calzada habla y los demás asienten, a veces aplauden y en alguna ocasión llevan tímidamente la contraria, no mucho porque puede saltarte el primo sobre la yugular. De hecho, doce años después de su fundación el presidente sigue siendo el mismo aunque desde hace cinco resida a 9.000 kilómetros de Madrid. Y lo que te rondaré Calzada porque los “socios” no pueden sacarle de ahí. Voy más lejos, nadie puede sacarle de ahí.

Los socios, y esto es un hecho, no pueden llegar nunca a presidir la asociación, no pueden opinar, no pueden ni interferir, ni cambiar, ni interpelar. Pueden aplaudir. Pueden pagar. Si no pagan se les borra del listado y a otra cosa. Si Rajoy y Soraya se enteran de cómo se organizan estos liberales traspasan el esquema ipso facto al PP. ¿Quién necesita de un congreso búlgaro teniendo un arreglo tan bien calzado para mandar siempre? Bien podría Calzada franquiciar el método. Su segundo es un ex consejero autonómico del PP. Dos llamadas y eso está hecho. Hasta podría ponerlo en cobro.

Os preguntaréis por qué estuve tantos años, tantos como doce, sin decir esta boca es mía. Decirlo lo decía, aunque de puertas adentro, que es lo suyo. Además, siempre quise pensar que de un modo u otro la calzadización terminaría remitiendo y podríamos cumplir entonces el objetivo para el que fundamos aquello: servir de escuela de la ideas liberales y promoverlas activamente en la sociedad a través de todos los medios disponibles, primero en España y si nos llegaba la cuerda también en América. Los amigos más cercanos bien lo saben porque les sacaba el tema de tanto en tanto.

Las cinco preguntas

Al final, después de pasar un par de años dando vueltas a este asunto, de algún dime y de unos cuantos diretes, envié por correo cinco preguntas muy sencillas de responder a Raquel Merino y Juan Ramón Rallo, que son algo así como los mayorales de la finca en ausencia del señorito. Por lo demás dos personas extraordinarias. De Rallo no hace falta que diga nada ya que es muy conocido por todos. Es lo más parecido a un genio muchos vamos a conocer en el curso de nuestra vida. Raquel, por su parte, es inteligente y laboriosa. Indignos los dos, en todo caso, del vasallaje de miedo que rinden a estos zaínos. Pero vayamos con las preguntas. Eran estas:

1. ¿Por qué tenemos una comunicación tan abiertamente pésima?, ¿por qué no se ha contratado a un profesional cualificado y, por qué cuando éste se ofreció se le dijo que no?
2. ¿Por qué el presidente es un tipo que está a 9.000 kilómetros desde hace casi cuatro años? Si decide algo no tiene sentido mantenerlo así. Si no lo decide, tampoco.
3. ¿Cuál es la labor de Inés Calzada y por qué está en todos los guisos a pesar de que no vive en Madrid, no es fundadora y no se la conoce más aportación a la causa que ser hermana de su hermano?
4. ¿Por qué, a pesar de tener la caja rebosante de fondos, seguimos sin tener una sede, algo sencillo pero funcional, al que puedan acudir los socios y desde el que podamos prestarles servicios adecuadamente?
5. ¿Por qué otros think tanks con trayectorias mucho más cortas que la nuestra tienen mejor implantación en todos los ámbitos, su impacto es mayor y están financiados hasta el punto de poder contar con personal contratado?

Las preguntas las formulé a principios de marzo de 2016. Todavía estoy esperando la respuesta. Un año y dos meses han pasado. Aun en el que caso de que hubiesen querido responderme en sánscrito con letras en alfabeto devanagari primorosamente pintadas a mano en papel esmaltado creo que les habría sobrado tiempo. Esperé y esperé durante meses y nada, ni un quejío. El año pasado evité ir a la cena y a lo de los libros para ver si se daban por aludidos. Fue inútil. Pasó el verano, el otoño y el invierno. Solo hubo silencio. También hubo silencio, espesísimo, sofocante, cuando remití mi carta de baja.

Asumo que una parte es atribuible a la sumisión, otra al trastorno de personalidad por evitación pero otra más, la definitiva, al desprecio. Y, sinceramente, no creo haber merecido tanto desprecio después de todos estos años de lealtad. Quizá fui demasiado explícito. Quizá toqué el punto que no se puede tocar y lo hice por escrito. Quizá cuando pregunté cuatro veces “por qué” entendieron “tente mientras cobro”. No lo sé porque nadie se ha dignado a decirme nada.

El instituto, con todo, creo que podría salvarse. La idea es buena. Tan solo tiene que dejar de ser el Instituto Gabriel Calzada (y parentela asociada) y empezar a ser, simplemente, el Juan de Mariana. Otra cosa es que quieran hacerlo. Ahí ya no puedo garantizar nada.


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