Revista Opinión

Se está acercando un día de abril

Publicado el 08 abril 2019 por Jcromero

Cada vez que se acerca el 14 de abril pienso en que pudo ser y no fue, en lo que los golpistas no dejaron que fuera. Cada vez que se acerca el 14 de abril, incluso todos los días que no son 14 y los meses que no son abril, apuesto por derribar banderas que solo sirven para que los embaucadores de turno se envuelvan en ellas y hablen de un orgullo ofensivo o de un patriotismo tan excluyente como denigrante. En abril, julio o noviembre escribo que no me gustan las banderas si sirven para declarar guerras, tapar miserias, silenciar conciencias y ocultar los auténticos motivos de todas las contiendas: el poder y el dinero.

No pretendo embellecer la historia que nos truncaron. Solo digo que si el golpe hubiera fracasado, se hubiera evitado todos los muertos de la guerra y los de la dictadura posterior; su represión y falta de libertades. Se hubiera evitado la tragedia de aquellos tiempos y la vergüenza actual de tener sepultados, tantos años después, a miles de personas en fosas comunes. Si la II República no hubiera sido objeto de un golpe militar, de la monarquía quedarían referencias en los libros de historia, la añoranza de los nostálgicos y el eco de algunos cánticos infantiles: "Viruta, viruta / la reina es una...". Si los golpistas no hubieran triunfado, el catolicismo estaría donde tiene que estar: en las iglesias y en las conciencias de sus feligreses y no como religión oficial de un Estado que se declara aconfesional. De aquella traición nos quedó como herencia la monarquía, el dolor de las víctimas, los abusos del poder eclesiástico y el atraso tanto educativo como democrático.

Si los golpistas no se hubieran levantado contra "una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de libertad y justicia", como proclama el artículo primero de la Constitución aprobada en 1931, en este país se hubiera evitado el sufrimiento de tantas familias, la nefasta polarización a la que fue sometida la población, el retroceso del papel de la mujer en su independencia laboral, económica y sexual. Se habría consolidado un plan educativo que tenía como ejes de acción su carácter social, la libertad de cátedra y la laicidad. De igual manera, se habría esquivado aquella economía autárquica que sumergió al país en el atraso y empobrecimiento y los españoles se hubieran librado de la farsa jurídica de un sistema represivo procesal basado en la jurisdicción militar, en juicios y consejos de guerra, como escribiera el historiador Julián Casanova.

En todo caso, no reprocharé a quienes hicieron la Transición, a quienes redactaron la Constitución vigente, ni a quienes la votaron. Habría que estar allí, rodeado de militares que se sentían ofendidos y dispuestos a repetir fechorías como contumaces salvapatrias, de nostálgicos del "¡Muera la inteligencia! " y similares. Es cierto que se podría haber optados por un texto constitucional más ambicioso, pero la historia es la que es y de poco sirve pasar factura. Nos corresponde ahora, a nosotros, emprender los cambios necesarios. En todo caso, mucho me temo que aún no ha llegado el momento, porque de afrontarse un nuevo texto o una reforma constitucional sería para socavar el estado de las autonomías, para remarcar diferencias entre el español de España del que nació en otros lugares, para instaurar la cadena perpetua o parar recortar derechos y avances sociales.

Intuyo que ahora, por mucho que lo lamente, todavía no ha llegado el momento. Y mientras llega, no hay otro camino que la educación, no hay otra vía que la cultura y otro método que el de convencer de la necesidad de profundizar en valores como: democracia, libertad, justicia social, igualdad, ecologismo, respeto, educación y laicismo. No, no les reprocharé nada a los políticos y ciudadanos de aquellos tiempos. Los reproches los reservo para los políticos y ciudadanos actuales si no exploran, si no exigimos, nuevos escenarios. La Tercera, cuando llegue, no puede ser de manera distinta de la que impone la razón, el conocimiento y la voluntad democrática y pacífica de cambio. Hacerla posible es cosa de todos. Solo así, podremos decir, con permiso de Silvio Rodríguez, que "se está acercando un día de abril".


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