Revista Cine

Se Levanta el Viento

Publicado el 25 junio 2014 por Diezmartinez
Se Levanta el Viento
Si hemos de creerle a Hayao Miyazaki, Se Levanta el Viento (Kaze tachinu, Japón, 2013), su décimo-primer largometraje, es también el último de su carrera, iniciada hace medio siglo, cuando apareció en los créditos como uno de los veinte dibujantes de la cinta animada Wanwan Chûshingura (Shirakawa, 1963). Menos de una década después, Miyazaki debutaría como realizador en jefe de la serie televisiva Lupin (1971-1972), luego haría su primer largometraje en el cine con Rupan Sansei: Kariosutoro no shiro (1979) y empezaría a ser reconocido a partir de su segundo filme, Nausicaä, Guerreros del Viento (1984), película que marca la fundación de los famosos Estudios Ghibli al lado del también realizador Isao Takahata (La Tumba de las Luciérnagas/1988).No es casual que el título en español de Nausicaä... nos remita al viento o, si se quiere, al aire, al cielo. De hecho, buena parte de la obra de Miyazaki se desarrolla en el aire (El Castillo en el Cielo/1986, Kiki, Entregas a Domicio/1989, Porco Rosso/1992) o tiene personajes que, en algún momento, de plano vuelan mágicamente (Mi Vecino Totoro/1998, El Viaje de Chihiro/2011). Así pues, Se Levanta el Viento es la última muestra de la obsesión de Miyazaki por conquistar, cinematográficamente hablando, el aire. Pero hay otro elemento adicional, más personal aún, que convierte a esta última obra de Miyazaki en, acaso, la película más cercana a sus intereses. Por principio de cuentas, más allá de los varios segmentos oníricos que pueblan el filme -al inicio idílicos, luego pesadillescos-, estamos ante la primera cinta realista del cineasta nipón, ubicada en una época específica -el Japón de los años 20's y 30's del siglo pasado- y centrada en un personaje histórico bien definido, el ingeniero Jirô Horikoshi, famoso por haber diseñado los célebres aviones caza Mitsubishi A6M, mejor conocidos como "Zero", con los cuales el Ejército Imperial Japonés atacó Pearl Harbor en 1941. El padre de Miyazaki conoció a Horikoshi, ya que en plena guerra tuvo una compañía que fabricaba los timones para los aviones diseñados por el inventivo ingeniero, así que el niño Miyazaki creció con un papá que no solamente sabía de aviones, sino que había ayudado a fabricarlos. Por todo lo anterior, algunos han visto en la admiración que muestra aquí Miyazaki por Jirô Horikoshi no solo el encendido rescate biográfico de un gran ingeniero sino, también, una suerte de autorretrato apenas embozado del propio cineasta, al modo de la inolvidable (auto)biopic en clave Tucker, el Hombre y Su Sueño (1988), la última obra maestra de Francis Ford Coppola. En efecto, es difícil negar la validez de esta lectura cuando vemos el retrato que hace Miyazaki de este talentoso muchacho, siempre soñando, siempre innovando, siempre concentrado en el trabajo, inclinado en el restirador, dibujando, calculando, pensando en cómo perfeccionar lo que ha hecho hasta el momento. Son los trazos con los que se definen a un artista obsesivo por mejorar cada detalle, a un artista obsesionado por su obra. ¿Miyazaki mirándose en el espejo?Aunque esta biopic, escrita por el propio cineasta, se toma todas las libertades posibles con su personaje central -por ejemplo, la sublime y trágica historia de amor con la bellísima jovencita tuberculosa Nahoko está basada en una novela romántica japonesa-, la realidad es que Miyazaki no puede evitar mostrar los resultados de los sueños de Horikoshi que, llegado el momento, se convertirán en pesadillas. Y aunque el mensaje pacifista del filme es muy claro -un infantil Jirô es aleccionado por su madre de que "está mal pelear" y que no hay justificación alguna para hacerlo-, lo cierto es que Horikoshi trabaja para construir unas máquinas que servirán para la guerra, la destrucción, la muerte. Él lo sabe, pero su impulso creativo es superior a todo.En los sueños en los que dialoga, subido en las alas de un avión, con su admirado mentor, el también ingeniero Giovanni Caproni -quien también diseñó bombarderos para el Estado italiano en la Primera Guerra Mundial-, este le advierte que el sueño de volar que tiene el ser humano es una suerte de maldición. En un diálogo onírico clave, Caproni le pregunta a Horikoshi, se pregunta a sí mismo, nos pregunta a todos nosotros: ¿En qué tipo de mundo preferimos vivir, en uno donde existen las pirámides o en uno sin ellas? Es obvio que Horikoshi toma la primera opción: quiere hacer pirámides, es decir, diseñar y construir aviones. Quiere cumplir sus sueños, aunque luego estos se tornen pesadillas.Miyazaki muestra, hacia el final del filme, los resultados de la guerra. Son imágenes devastadoras, terribles, de lo mejor que han hecho Miyazaki y su equipo de animadores en toda su carrera, más aún porque hay una mirada realista en ellas. No estamos ante una mera fantasía de la destrucción, sino ante la dura realidad vivida por el propio Miyazaki en su más tierna infancia. Estos cielos oscuros de la derrota nipona del final se conectan con la impresionante secuencia inicial en la que vemos el gran terremoto de Kanto de 1923, cuando el jovencito Jirô conoce a su amada Nahoko. Entre estos dos escenarios apocalípticos -el natural y el creado por el hombre- transcurre una película cuyo discurso está contenido en ciertos versos de Paul Valéry ("Se Levanta el Viento/Debemos Intentar Vivir") que pueden leerse, ambiguamente, tan edificantes como victoriosos. 

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