Revista Maternidad

Sé lo que hicisteis el último verano

Por Lamadretigre

Familia numerosaEstos días de asueto que hemos pasado en el lago de Garda, entregados en cuerpo y alma al tedio estival, me han servido de visión premonitoria de la que se avecina. No sólo sé lo que hice el último verano sino, lo que es peor, también sé la que se me viene encima este verano que nos ocupa. El género de la película no puede estar mejor escogido…

Como les iba contando, este fin de semana me he estrenado en la piscina con mis cuatro niñas y un bombo que ni los sextillizos de Huelva. La piscina era manejable para cualquier nivel de flotación, yo hacía pie en toda su extensión, la profundidad era suficiente para que La Primera no se abriera el cráneo aprendiendo a tirarse de cabeza, la temperatura del agua idónea, la cantidad de cloro tolerable y no tenía uno de esos bordillos criminales que resbalan con sólo mirarlos.

En estas condiciones a priori óptimas hemos trazado la coreografía de nuestros baños veraniegos. Por supuesto la jornada comineza con el pertinente tostado a la Vitamina D, y el posterior encremado de la superficie íntegra de muchos metros cuadrados de piel infantil, materna y la esquiva calva paterna. A continuación, los diez minutos eternos para que se absorba el mejunje al son de las quejas de mis retoñas apiñadas con cara de perro tristón en la cancela de la piscina.

A punto ya de volarte los sesos con el difusor del bote de crema, miras de reojo el reloj por millonésima vez para comprobar, con una mezcla de alivio y aprensión, que efectivamente ya han pasado los diez minutos de rigor y podéis desplazaros a la piscina. No sin antes santiguarte y encomendarte a San Judas Tadeo, patrón de las causas perdidas.

A las mayores les falta tiempo para tirarse agua de bomba y salpicar a todo bicho viviente, incluidas tus gafas de sol. Entre goterón y goterón vislumbras a La Tercera dejándose caer del bordillo. Sin corchos. Al grito de ¡Qué vas sin corchos insensata! sales corriendo tropezándote con La Cuarta que sigue enredada en tus piernas. Te vence el peso de barrigón y llegas in extremis a rescatar a una Tercera que cree que ha aprendido a nadar por generación espontánea. En este trasiego tus gafas de sol han acabado en la piscina y hacen las delicias de las mayores que las utilizan de señuelo para bucear hasta el fondo.

Dejas a La Tercera chapoteando enfundada en el elemento de flotación de rigor y te diriges a por La Cuarta que está a punto de caer fulminada de un golpe de calor. Ponerle los manguitos se traduce en un forcejeo cuerpo a cuerpo en el que ella se quita un manguito mientras tú le pones el otro. Cuando por fin, valiéndote de una llave yudoca, consigues ponerle los dos manguitos te percatas de que se ha hecho una caca en el pañal de agua que le corre cual reguero inmundo por toda la pierna.

Disponer de un pañal de agua cagado es una odisea que no le deseo ni a mi peor enemigo. Pasado el amargo trago depositas a La Cuarta frente a las escalerillas mientras intentas sin éxito introducir tu bombo sobrehumano con cierto gracejo en la piscina. En este impasse las otras se han percatado de tu presencia y se te abalanzan encima poniéndote en serio peligro de zozobra. Sobretodo La Tercera que tiene un don especial para colgarse de la yugular y hacerte una suerte de traqueotomía improvisada.

Mientras tanto La Cuarta se debate en su relación de amor odio con la piscina. Primero te echa los brazos y, cuando la coges, sale huyendo despavorida. Así mil veces hasta que simulas un llanto desesperado, se apiada de ti y se une al montón de niñas que llevas colgando.

Ya estáis todas en la piscina y pueden dar comienzo las infinitas acrobacias, peripecias y juegos piscineros con los que tu prole ha decidido deleitarte. Señor llévame pronto. Y lejos.


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