Revista Cine

Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCCVIII

Publicado el 14 diciembre 2015 por Diezmartinez
Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCCVIII

Somos Mari Pepa (México, 2013), de Samuel Kishi Leopo. Una fresca cinta juvenil que logra convertir sus carencias en virtudes. Al verla por segunda vez, creció en mi apreciación. Mi crítica en el Primera Fila del Reforma del viernes pasado.
Caballo Dinero (Cavalo Dinheiro, Portugal, 2014), de Pedro Costa. La anécdota es bien conocida: en el primer día de la filmación de Los Olvidados (1950), Gabriel Figueroa tenía lista la primera toma, un perfect-shot como los que acostumbraba hacer para Emilio Fernández. Podemos imaginar el encuadre: contrapicado, nubes al fondo, luz perfecta... Dicen que Buñuel vio a través de la cámara y, luego, dirigió el aparato hacia otra parte: un terreno baldío, polvoriento y lleno de basura. El aragonés no había contratado a Figueroa para que embelleciera la miseria, sino porque el cinefotógrafo era un operador eficiente, rápido y talentoso. Al final de cuentas, Buñuel terminaría imponiéndose sobre Figueroa.Recordé esta anécdota al ver el más reciente largometraje del portugués Pedro Costa, el elogiadísimo Caballo Dinero: la estetización de la pobreza y la locura en la que deambula su protagonista, Ventura (en su quinta aparición para Costa), es digna de admirarse. Más aún: la belleza de la fotografía de Leonardo Simoes no está a discusión, con esa iluminación de manchas casi milagrosa. El problema es que más allá de la belleza del encuadre -y dejando de lado la discusión ética si es válido explotar estéticamente la miseria- la película, en sí, con su radical estetización y su apuesta dramática post-narrativa, me ha dejado completamente frío.Caballo Dinero es un filme que uno puede admirar, sin lugar a dudas, pero difícilmente entusiasma. No a mí, por lo menos. Pero, claro, en este aspecto puede que yo esté en la minoría: hay colegas muy respetables -y otros no tanto- que deliran ante el cine de Costa -algunos, incluso, sin haberlo visto. El equivalente pretencioso de los fan-boys de Star Wars. 
Las Analfabetas (Chile, 2013), de Moisés Sepúlveda. Sobre una exitosa obra de teatro homónima montada en Chile en 2010, Las Analfabetas nos presenta la historia de una mujer madura, Ximena (la infalible Paulina García). que oculta su analfabetismo con una careta defensiva de soledad, desconfianza y agresivo sarcasmo. La hija de un amiga, la joven profesora sin empleo Jackeline (Valentina Muhr), le enseñará a leer y, en el proceso, las dos entablarán una amistad que derribará barreras sociales, de edad y de forma de ver el mundo. La historia parece de telefilme femenino, pero los diálogos son muy vivaces y las justas actuaciones de García y Muhr -actrices de la pieza original- elevan esta cinta que, al final de cuentas, no es más que un ejercicio teatral bien adaptado a la pantalla grande. 
El Recuerdo de Marnie (Omonie no Mânî, Japón, 2014), de Hiromasa Yonebayashi. La última cinta de los Estudios Ghibli -que, de hecho, podría ser la última en mucho tiempo- es una suerte de melodrama femenino gótico-juvenil que conserva más o menos los mismos elementos de muchas otras cintas de la casa productora: una heroína decidida e independiente y la naturaleza vista y tratada como una puerta de entrada a un mundo fantástico.Anna, una solitaria niña de 12 años, es enviada por su madre adoptiva Yuriko a un pequeño pueblo de la costa nipona con el fin de curarse de unos severos ataques de asma. Deambulando por el pueblito, Anna se topa con una enorme casa abandonada que, construida en la costa, solo puede acceder a ella cuando la marea está baja. A pesar de que la Casa Marsh está derruida, Anna se encuentra con que en ella habita una bellísima niña rubia de su misma edad llamada Marnie. Entre la huraña Anna y la encantadora Marnie surgirá una amistad que, en muchas ocasiones, parece algo más que una simple amistad.Hay que tener paciencia con el segundo largometraje de Yonebayashi (opera prima El Mundo Secreto de Arriety/2010, no vista por mí): durante la primera media hora parece que estamos ante un simple melodrama de crecimiento juvenil centrado en una niña huérfana que tendrá que madurar en el típico verano fuera de casa; en los siguientes 30 minutos, la historia -basada en la novela británica When Marnie Was There (1967), de Joan G. Robinson- avanza por tantos caminos tan dispares que el espectador puede confundirse y hasta desesperarse. Sin embargo, si usted se espera hasta el último acto, verá que todos los elementos que parecían tan gratuitos tienen su razón de ser. Por supuesto, no anotaré nada aquí, a no ser que la cinta finaliza, en efecto, con la súbita madurez de la protagonista, pero también con la convicción inquietante -para tratarse de una película infantil- de que la vida en familia puede estar llena de tragedias, soledad, enfermedades y muerte. Nada ni nadie puede evitar que esto suceda: lo que sí podemos evitar es que el pasado nos destruya. Una película notable.

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