Revista Cine

Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCLXXI

Publicado el 27 febrero 2017 por Diezmartinez
Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCLXXI


Mientras el lobo no está (México, 2016), de Joseph Hemsani. Vista en una función especial fuera de concurso en Los Cabos 2016, la opera prima de Hemsani se ha estrenado insólitamente rápido. La película, no mal producida, se ubica en 1958, cuando un nuevo chamaco llamado Alex (Luis de la Rosa) es enviado por sus papás a un sombrío internado regido con mano de hierro por su abusivo director (Mauricio García Lozano). Lo que empieza como una suerte de entretenida película de aventuras juveniles termina en los terrenos del thriller más desbocado, con todo y violador/asesino serial suelto. Queda la sensación que Hemsani quiso hacer varias películas en una. La primera -la de los niños que, por cierto, no actúan  mal- es la más satisfactoria. De cualquier manera, no le alcanza para servir, aunque sea, como palomazo de fin de semana. (+)
Pozoamargo (México-España, 2015), de Enrique Rivero. El director de las notables Parque vía (2008) y Mai Morire (2012) tropieza en serio con esta cinta que, por los oscuros arcanos festivaleros, ganó algún premio en Sevilla 2015.Jesús (Jesús Gallego) hace el amor con su mujer embarazada (Sophie Gómez) para luego descubrir -y nosotros con él, vía primer plano de sus genitales- que tiene una enfermedad venérea que luego sabrá que es grave y contagiosa. El tipo no quiere tratarse, no desea que su pareja se entere y como un acto de expiación se va por el camino hasta que llega a un pueblo bicicletero de La Mancha, el Pozoamargo del título, en donde conseguirá chamba en el campo y, de pasada, se encamará -sin avisarle que ya mero se le cae aquellito- a una guapa muchacha (Natalia de Molina) que anda por ahí.El filme, realizado en blanco y negro -con viraje al color en el desenlace-, avanza entre los masoquismos del protagonista y el sadismo del cineasta/guionista Rivero, que le acumula desgracia tras desgracia al tal Jesús y, de pasada, al sufrido espectador que ose llegar hasta el final de esta película típicamente festivalera (y sí, en este caso, el adjetivo es peyorativo). (+)
Silencio (Silence, EU-Taiwán-México, 2016), de Martin Scorsese. Cuando Scorsese estuvo en Japón para actuar en Los sueños de Akira Kurosawa (Kurosawa, 1990), alguien le pasó la novela "Silencio" del escritor católico y japonés Shûsaku Endô y, desde entonces se convirtió en una obsesión personal llevar ese texto a la pantalla grande. Casi 30 años después, después de varios arranques fallidos, cambios de reparto -en un momento, Gael García Bernal estuvo apalabrado para interpretar el papel protagónico- y con la insólita ayuda de último minuto de la casa productora mexicana La Fábrica de Cine -que también producirá el próximo filme de Scorsese, por cierto-, he aquí finalmente, pues, Silencio, una de las obras más personales scorsesianas. La historia está ubicada en el Japón feudal, a inicios del siglo XVII, cuando un par de sacerdotes jesuitas (Andrew Garfield y Adam Driver), "un ejército de dos", es enviado al archipiélago nipón a averiguar qué ha pasado con el mentor de ambos, un tal Padre Ferreira (Liam Neeson) que, supuestamente, ha apostatado después de sufrir terribles torturas de parte de las autoridades japonesas.Scorsese y su coguionista Jay Cocks permanecen fieles al sentido original de la novela de Endô. Estamos ante una emotiva reflexión sobre lo que significa no solo la fe religiosa sino el sentido primero y último del cristianismo. Porque, ¿a qué vino Jesús a esta tierra? A sufrir, claro está; a sacrificarse por nosotros, sin duda alguna; pero también a perdonar y, especialmente, a amar. Sobre todo a esos que, supuestamente, no lo merecen. Un filme notable que, para variar, fue ninguneado en la entrega del Oscar de ayer: una sola nominación, merecida, para la fotografía de Rodrigo Prieto y ni siquiera esa estatuilla ganada. Mi crítica en el Primera Fila del Reforma del viernes pasado. (***) 
Toni Erdmann (Ídem, Alemania-Austria-Suiza-Rumania, 2016), de Maren Ade. El tercer largometraje de la cineasta alemana Ade (notables Der Wald vor Lauter/2003 y Todos los demás/2008, comercialmente inéditas en México) ha sido alabado urbi et orbi y ha ganado premios por doquier -el Oscar se le escapó por un pelito político. Sin embargo, desde la trinchera personal, se trata de una película fatalmente quebrada que no logra compaginar su sensacional última parte -esa que inicia cuando la protagonista se echa un gorgorito con una lacrimógena canción de Whitney Houston y que culmina con una hilarante fiesta de cumpleaños- con un inicio y un desarrollo apenas funcional, en el mejor de los casos.La película está centrada en la relación padre/hija entre el relajiento y bromista sesentón maestro de música Winfried (Peter Simonischek) y su distante y fría hija ejecutiva Ines (espléndida Sandra Hüller), quien trabaja en una compañía que hace "outsourcing" -o sea, se dedica a despedir personas-y que está ubicada en Bucarest. Tratando de remediar la distancia que hay entre los dos, Winfried visita a su hija en Rumania, haciéndose pasar por el Toni Erdmann del título, una suerte de asesor empresarial desgarbado, despeinado y con unos dientes más falsos que los que llevaba Jerry Lewis.Se supone que todo esto debe ser gracioso y, al mismo tiempo, conmovedor. No lo es: la película se extiende en demasía (¿162 minutos?) y las rutinas del tal Erdmann se vuelven repetitivas y cansadas. Por supuesto, luego llega la parte final -la fiesta en donde Ines canta "The Greatest Love of All" en adelante- y Toni Erdmann se convierte en esa cinta que todo mundo ha alabado tanto. Pero el camino es largo para llegar hasta allá. Yo diría que casi vale la pena el trayecto por esos últimos 40 minutos.  Casi. (* 3/4)
Jackie (Ídem, EU-Chile-Francia, 2016), de Pablo Larraín. El chileno Larraín dirigió dos atípicas biopics el años pasado: la estrambótica y fallida Neruda (2016) y meses después esta Jackie, un acercamiento ambivalente -a ratos cerebral, a veces emotivo- a la famosa Primera Dama Jacqueline Bouvier Kennedy (Natalie Portman, justicieramente nominada al Oscar 2017 por este trabajo).
La cinta se ubica en tres espacios temporales claramente definidos pero alternados por la pulsante edición de Sebastián Sepúlveda y acompañados por la disonante música de Mica Levi: el presente, cuando la viuda Kennedy recibe a un periodista (Billy Crudup) que está preparando su perfil para una revista; el pasado traumático cuando vivió de cerca el asesinato de su marido (Caspar Phillipson); y el pasado feliz e idilíco, cuando compartía con el Presidente y su corte -la machacona Camelot, mito que la propia Jackie se encargó de crear- algún concierto de Pablo Cassals o cuando, vía un legendario programa televisivo de la CBS, dejaba entrar a todo Estados Unidos a "la casa del pueblo", es decir, a la Casa Blanca.
La Jackie de Miss Portman es una mujer dura, cortante, siempre consciente del papel que esta jugando, sea como Primera Dama o como Primera Viuda. Ella no fuma, le dice con autoridad al periodista -aunque consuma cigarrillos como chacuaca-; no se extiende en las conocidas infidelidades de su marido -aunque por supuesto que sabía de ellas-; y afirma que nunca jamás habrá otro Camelot -porque ella se encargará de eso.
Solo en cierta conversación con un sacerdote católico (el gran John Hurt en uno de sus últimos papeles) se permite Jackie que caiga su careta, sin mostrar su fragilidad: en esas pláticas -que se van alternando con las líneas temporales ya descritas- la mujer se deja ver dolida y desesperada, es cierto, pero también desafiante: es demasiado lo que ha caído sobre sus espaldas pero entiende que su "trabajo" es seguir en el papel. Se lo debe a su marido y a ella misma.
Con todo, debo confesar que, como el propio personaje, Jackie es una cinta que se deja admirar más que querer. Al final de cuentas, este retrato de la Primera Viuda -no sé qué tan cercano a la realidad- terminó alejándome más del personaje que acercándome a él. Dicho de otra manera, puedo apreciar los logros formales del filme, pero lo que rodea a esta calculadora y talentosa mujer no me pudo interesar menos. Como diría un clásico reciente: ni modo. (**)

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