Revista Cine

Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCLXXV

Publicado el 23 febrero 2014 por Diezmartinez
Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCLXXV
12 Años Esclavo (12 Years a Slave, EU-GB, 2013), de Steve McQueen. No es la mejor película nominada al Oscar 2014 pero sí la más "importante" y, además, consciente de su importancia. Por eso, ganará el Oscar a Mejor Película. Mi crítica en el Primera Fila de Reforma del viernes pasado. 
El Sueño de Walt (Saving Mr. Banks, EU-GB-Australia, 2013), de John Lee Hancock. Otra cinta en la malhadada veta de "La Historia detrás del Mito" (copyright Televisón Azteca) al modo de Hitchcock, el Maestro del Suspenso (Gervasi, 2012). A decir verdad, El Sueño de Walt no es tan vergonzosamente fallida como la película sobre la filmación de Psicosis (Hitchcock, 1960), pero tampoco es abrumadoramente mejor. Este apenas palomero Oscar-bait narra cómo Disney (Tom Hanks) logró convencer a la hosca escritora australiana P. L. Travers (Emma Thompson) no solo de venderle los derechos de sus novelas para hacer la oscareada Mary Poppins (Stevenson, 1964) sino, además, cómo logró que la misántropa mujer accediera a que el filme fuera musical y, además, con segmentos animados. La verdad, es mejor ver los extras del DVD de aniversario de Mary Poppins y ni se diga volver a ver la película original, con sus pegajosísimas canciones en inglés. 
Nebraska (Ídem, EU, 2013), de Alexander Payne. El sexto largometraje de Payne es un regreso a la buena forma -aunque no a la mejor posible- después de ese melodrama familiar tan menor -por lo menos para mí- que fue Los Descendientes (2011). En Nebraska estamos ante la afortunada fusión de por lo menos tres fórmulas hollwyoodenses -la road-movie por el interior profundo gringo, el melodrama paterno-filial y la comedia de costumbres-, toda ellas manejadas en un impávido tono narrativo que evita todo asomo de sentimentalismo. La fotografía en blanco y negro de Phedon Papamichael no deja descansar la pupila un solo instante. 
La Mentira de Armstong (The Armstrong Lie, EU, 2013), de Alex Gibney. El más reciente largometraje documental del prolífico Gibney es el absorbente retrato de ese mentiroso compulsivo que fue -mejor dicho, es- el siete veces ganador del  Tour de France, el tejano Lance Armstrong. La película, originalmente, inició como un documental acerca del gran Armstrong, el hombre que regresó del retiro, casi a los 40 años de edad, para volver a la inhumana competencia del Tour de France como una señal del orgullo y desafío. Acusado (dizque injustamente) de haberse dopado en todos y cada uno de sus siete triunfos, este admirado/admirable vencedor del cáncer regresó a la palestra como una manera de demostrarle a sus críticos que él, sin necesidad de haber tomado ningún chocho, podía ganar nuevamente y de forma limpia.El asunto es que, en algún momento de la filmación del documental, a Armstrong se le vino el mundo encima: las pruebas de dopaje salieron a relucir, sus antigos compañeros de equipo lo delataron y él mismo, acaso ya cansado de vivir en esa "gran mentira", confiesa urbi et orbi, Ophra de por medio, que sí, ha competido dopado. Que sí, en cada uno de los siete triunfos del Tour de France se dopó. Que sí, que no pensaba en ese momento que estuviera haciendo algo malo -pero, ¿ahora sí lo cree o nomás nos está echando otro choro mareador?- y que sí, que todo mundo en el ciclismo se dopa. En ese momento, el documental de Gibney cambió de sentido y el cineasta -un fan más del propio Armstrong, como lo confiesa en off en algún momento de la película- decide usar el filme que estaba haciendo como una forma de expiación personal y, al mismo tiempo, como un intento de entender a ese deshonesto deportista que, de plano, "no soporta perder".Aunque la película termina siendo demasiado extensa y, sin duda, algo repetitiva, logra mostrar de forma transparante  la sociopática personalidad de Armstrong -ah, que buen político podría haber sido ese ciclista: con qué conviccción miente y vuelve a mentir- y la implacable lógica económica de todo el negocio del deporte profesional. Todos sospechaban -si no es que sabían- que Armstrong y quienes le rodeaban se dopaban, pero todo mundo miraba hacia otro lado porque el negocio era demasiado bueno para echarlo a perder. Y el público, por supuesto, igual: la historia de Armstrong era tan irresistible que ningún aficionado quería escuchar a las voces disidentes. No sé gran cosa de ciclismo ni del Tour de France pero esta historia ya la vi. Por supuesto, me refiero al beisbol de McGwire, Sosa, Bonds, Clemens y, recientemente, Alex Rodríguez. Y como en el caso del beis, más allá de los crímenes y pecados de cada uno de los deportistas, hay otros culpables más que, ni siquiera, pagan con el descrédito. Pero así es este negocio. Y muchos otros más.

Volver a la Portada de Logo Paperblog