Revista América Latina

¿Se podrá meter a Cuba dentro de Suiza?

Publicado el 17 junio 2014 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19
Ginebra y su Lago Lemán

El Lago Lemán y Ginebra

Por Yohan González

Para Alejo por la risa…

Ocho mil setenta kilómetros separan aproximadamente a La Habana de Ginebra, o lo que es lo mismo: dos aviones y una escala intermedia. Urbes de dos naciones distantes y diferentes, comparten en común el amor y arraigo al agua; aunque pareciera extraño el Malecón y el Lago Lemán se parecen mucho, a pesar de que uno sea salado y el otro dulce; ambos son centro de la vida nocturna y ambos se convierten en la principal alternativa cuando el calor arrecia.

Para el imaginario popular del cubano Suiza aparece como el país perfecto: salarios medios por encima de lo normal (incluso para Europa), sistemas de transporte envidiables, organización social terriblemente perfecta, amplio acceso a la tecnología, modernidad y un PIB per cápita de los más grandes del mundo; no en vano sus habitantes se consideran como los ciudadanos del país “más feliz del mundo”. En mi caso, Ginebra no dejó de ser una ciudad maravillosa, donde el orden y la aparente igualdad social contrastan mucho con las realidades a las que estamos acostumbrados los ciudadanos “tercermundistas”. Uno se ve en el medio de una urbe que logra una simbiosis maravillosa entre lo antiguo y lo moderno, un lugar en el que residen más extranjeros que nativos y que vive orgullosa de ser una de las grandes capitales de la política y la diplomacia a nivel global. Mirar esa sociedad es como ver una gran postal en donde todo funciona relativamente perfecto y que sin proclamarse ni socialista ni mucho menos capitalista pareciera ser un país donde todo está resuelto.

Pero comparar la ciudad de Rousseau con la ciudad de Martí sería como comparar al Pico Turquino con el Mont Blanc, algo insensato, por tanto no es sano caer en comparaciones que terminan siempre siendo discusiones del Norte vs el Sur. Pero si hay algo en lo cual La Habana supera a Ginebra es por su gente. Acostumbrados a como estamos los cubanos a socializar entre nosotros mismos, a discutir con desconocidos o a comentar entre nosotros lo insoportable que está el transporte o que la libreta cada vez está más ligera, sería difícil adaptarnos a una ciudad, y a nivel general a un continente, donde las personas parecen vivir en un burbuja que los convierte en enajenados, en seres alejados de la realidad y la eterna lucha entre lo bonito y lo feo que resulta ser la vida envueltos en un mundo de aparente perfección.  Cuando se está en Ginebra se siente que el tiempo se detiene o peor que está fuera del Planeta Tierra y de su realidad.

Uno de los colegas de viaje me decía que para él sería genial “meter a Cuba dentro de Ginebra”. ¿Polémico? Si. Su frase puede resultar una afrenta al nacionalismo o al orgullo nacional, o peor, puede ser interpretada por algunos amantes de buscar las cinco patas del gato como producto de la “influencia del ideario imperialista”. Pero yo no lo recrimino porque de cierta manera él tiene razón, querer tener un país como Suiza no es decir que Cuba no sirve ni mucho menos que de la noche a la mañana tengamos que importar patrones o estilos de vida que vienen de una sociedad de la que culturalmente somos diferentes, querer eso es soñar que podemos y aspiramos a tener un país perfecto. Pero seamos realistas, llegar a ser como Suiza no es nada más que una burda e infantil fantasía modernista, pero llegar a ser un buen país, donde las cosas funcionen bien, donde el transporte funcione bien, donde haya buena organización social y donde la gente gane un salario adecuado, pues eso si lo podemos hacer.

Tras una semana en Suiza uno regresa con la maleta llena de aprendizajes y cosas nuevas que se conocen. Desde una nueva sociedad con sus bellezas y sus sombras hasta los sabores de una cocina a la cual uno no está acostumbrado y que en ocasiones despierta añoranza por los frijoles y el arroz. Pero lo mejor de todo es que uno regresa mucho más cubano, no porque piense que mi país sea mucho mejor que Suiza, sino porque a diferencia de esas sociedades donde todo está aparentemente “perfecto”, en esta isla hay mucho que hacer y tantas cosas nuevas aprendidas que hay que poner en práctica.

Sobre esos días escribiré otros post porque la maleta también vino llena de anécdotas y también les debo la respuesta a algunos que se mueren de la curiosidad de saber que me llevó a 8 mil kilómetros lejos de casa.


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