Revista Cultura y Ocio

Seguimos vivos – @MaconInMotion

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

El sentimiento de comunidad llevaba mucho tiempo tocado en el gimnasio. La voz del coronel, como llamaba todo el mundo al dueño del local a pesar de que nunca había formado parte del ejército, resonaba entre viejas taquillas oxidadas, paredes de ladrillos descubiertos y desgastados discos de color negro de diferentes pesos y tamaños. Una decena de hombres y mujeres con ropa de deporte y enormes sudaderas remendadas le escuchaban. Nos jugamos mucho esta noche. No sólo yo. Todos los que estamos aquí. Esta es nuestra noche. Es vuestro momento. El boxeo no es un deporte. Es vuestra alma. Es vuestro motor.

La gente se removía, inquieta. No era sólo esa noche. Era la deriva en la que el gimnasio estaba inmerso. Algunos se tocaban las muñecas apretando los puños, otros bajaban la cabeza, semiocultos por su capucha, otros daban saltitos casi imperceptibles, otros miraban al techo donde parpadeaban los fluorescentes y la pintura lucía desconchada.  Se que todos tenéis otra vida pero esta es vuestra vida. Es nuestra vida. En esta mierda de mundo hace falta dinero para soñar. Seamos revolucionarios, soñemos. Soñemos. No preguntéis si podéis hacerlo. Simplemente cerrad los puños. Abrid los ojos. Pelead.

Un sudamericano del servicio de limpieza, pasaba la fregona por el fondo de la sala mientras veía como el coronel iba subiendo el tono poco a poco. Si el gimnasio cerraba, el se quedaría en la calle. En cuanto acabase su turno iría a ver la velada. También quería aportar su granito de arena. El viejo gimnasio se caía a pedazos, eso era cierto. Estaba encajonado entre dos bloques de pisos y distaba mucho de ser una de esas asépticas instalaciones con máquinas ultramodernas que se habían puesto de moda en las grandes ciudades. Era una ruina. Pero era auténtico.

Varias personas se iban reuniendo alrededor del grupo, con bolsas con vendas, guantes de boxeo,  protectores bucales, guantes de latex y toda la parafernalia. Sus exiguos sueldos dependían en gran medida de aquello y estaba bien. Lo habían aceptado. Era su manera de entender la vida. El olor a sudor, la sangre, los tatuajes. Marihuana, cerveza, cicatrices, huesos rotos. Se respiraba en aquel ambiente decadente lo que hacía tiempo que no se respiraba: Unión. Familia.

El coronel, mientras, seguía hablando. Haced que cada minuto aquí cuente. Haced un infierno de cada respiración de la persona que tengáis en frente… Olvidadlo… Olvidad todo eso… Sé quienes sois, sé que no tenéis miedo a caer… algunos llevamos haciéndolo toda la vida… El coronel tragó saliva despues de la última frase y se quedó unos segundos en silencio, antes de poder continuar. Algunas de las personas a quienes iba dirigido el discurso, si se podía llamar así, se pasaron el brazo por la espalda, otras se daban golpecitos en los hombros. Poco a poco se acercaban los unos a los otros.

-¡Coronel!. Dijo una mujer que había entrado por la puerta principal con evidente prisa. -El autobus está aquí. Todos miraban al coronel, que seguía mirando al suelo. Cuando este levantó la vista, como si no supiera donde se encontraba, vio decenas de rostros mirándole. Tragó saliva de nuevo antes de abrir de nuevo la boca para hablar y las primeras palabras salieron rotas de su garganta. Seguimos en pie y hoy vamos a ir a morir. Vamos a ir a pecho descubierto. Vamos a ir a muerte. Que nadie diga que caímos sin haber hecho todo lo posible. Vamos a morir por una única y obstinada razón: Seguimos vivos. 

Gritos. Abrazos. Gritos. Rabia. Gritos. Gritos. Gritos.

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