Revista En Femenino

Segunda oportunidad.

Por Almapau @princesas_os
Segunda oportunidad.

Una oportunidad. La última pidió el ladrón.
Aquel que había robado las arcas. El que había traicionado la confianza.
Fui ajusticiado, pagué mis errores. Merezco comenzar de nuevo, dijo.
Y se la dieron, le admitieron de nuevo en la ciudad, pero quería mas.
Quería las llaves del banco y nadie confiaba en el.

Una oportunidad, la última, pidió el marido. Aquel que la había maltratado durante años y exigió perdón.
Cambié decía. Pagué lo que la justicia me impuso, y fui separado de los míos, y perdí el amor. Cuánto mas he de pagar?
Y ella le perdonó, la vez mil, aunque no confiaba y no quiso volver a su lado, mejor de lejos...
Y la miraron mal, porque no es de sabios guardar rencor, y fue acusada de injusta...

Una segunda oportunidad pidió el pedófilo, rehabilitado y arrepentido.
La sociedad debe perdonar mis errores, porque ya he pagado por ellos.
Y he cumplido la peor de las condenas, y he aprendido, y donado mi vida para restaurar los daños.
Y la sociedad perdonó, pero nadie quería poner a sus hijos al alcance de sus manos.

Una oportunidad, la ultima, pidió el padre que había descargado cien veces su ira sobre su hijo.
Arrepentido pedia perdón, era joven y necio, pero la vida me ha enseñado, he madurado y he pagado por mis errores, pero el hijo no confiaba, y aunque perdonado, no pudo volver a sentirse seguro con el cerca y se alejó.
Y le culparon, porque un buen hijo no abandona a su padre...

Una oportunidad, la última, la definitiva, pidió el terrorista.
Cometí errores, vendí mi vida, lo hice mal.
Quiero empezar de cero ahora que he aprendido de mis errores, dijo tras veinte años de cárcel.

Y todos se arrepintieron, y todos pidieron perdón, y una segunda oportunidad, la última gritaban, la merecida, porque todos erramos y merecemos borrar y comenzar de nuevo...

Y el juez le dio las llaves del banco al que fue ladrón.
Y el policía le devolvió el coche al que infringió las normas.
Y la esposa le abrió la puerta al que fue su marido y agresor.
Y el cocinero le dio de nuevo la sal al que estropeó la sopa.
Y el pedófilo pudo pasear de nuevo por el parque.
Y el cristalero el diamante para cortar al que había rajado el vidrio.
Y el maestro devolvió el rotulador al que emborronó el libro.
Y el bibliotecario prestó libros al que rompió las hojas.
Y al terrorista le dejaron en libertad.

Pero la mujer que no quería volver con el marido aunque le había perdonado y había sanado las heridas, vio que sus marcas eran líneas apenas perceptibles, pero a su lado sus cicatrices latían, porque por dentro seguían blandas, húmedas.
Y cerca de el, un mar de pus las abriría por mil nuevas heridas.

Una segunda oportunidad pidió el terrorista, y tras cumplir su condena salió a la calle, y le perdonaron.
Pero nadie esperó que compartiese mesa con los hijos de sus víctimas...

El perdón es tan íntimo, a veces clarificador, a veces doloroso, pero único.
Perdonar no es borrar y comenzar de cero, perdonar es solo aprender a vivir conociendo los daños, aprendiendo a compartir el mundo con quien infringió la herida.
Aprender que hay heridas que supuraran siempre que se acerquen al verdugo, aunque estén cicatrizadas.
Porque perdonar, no es eliminar el miedo, el miedo a que se repita.

Miedo.
De que el ladrón vuelva a robar las arcas.
De que el violador abuse de otra víctima.
De que el maltratador al fin mate a su mujer.
De que el pedófilo le robe la inocencia a otro niño.
De que el terrorista mate de nuevo...

De que el infierno vuelva...


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