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Semíramis

Publicado el 28 agosto 2013 por Alma2061

Máximo representante del teatro barroco español, Calderón de la Barca impone una nueva fórmula al desarrollo dramático. La hija del aire, característica del último estilo del autor madrileño, gira en torno a la figura de Semíramis, reina de Nínive.
Fragmento de La hija del aire. De Pedro Calderón de la Barca. Parte II. Jornada I. Escena III. Semíramis. No sé como mi valor
ha tenido sufrimiento
hoy para haberte escuchado
tan locos delirios necios,
sin que su cólera ardiente
haya abortado el incendio
que en derramadas cenizas
te esparciese por el viento.
Pero ya que esta vez sola
templada me he visto, quiero
ir, no por ti, mas por mí,
a esos cargos respondiendo.
Dices que ignoras si fué,
aquel eclipse sangriento
del día que me juraron,
o favorable o adverso;
y bien la causa pudieras
inferir por los efectos,
pues no agüero, vaticinio
sería, el que dió sucesos
tan favorables a Siria
desde que yo en ella reino.
Díganlo tantas victorias
como he ganado en el tiempo
que esposa de Nino he sido,
sus ejércitos rigiendo,
Belona suya; pues cuando
la Siria se alteró, vieron
las castigados rebeldes
en mi espada su escarmiento.
Sobre los muros de Caria,
cuando estaba puesto el cerco,
¿quién fué la primera que
la plaza escaló, poniendo
el estandarte de Siria
en su homenaje soberbio,
sino yo? ¿Quién esguazó
el Nilo (ese monstruo horrendo
que es con siete bocas hidra
de cristal) en seguimiento
de la rota que le di
al gitano Tolomeo?
En la paz, ¿quién las dió más
esplendor, lustre y aumento
a las políticas doctas
con leyes y con preceptos?
Pues cuando Marte dormía
en el regazo de Venus,
velaba yo en cómo hacer
más dilatado mi imperio.
Babilonia, esta ciudad
que desde el primer cimiento
fabriqué, lo diga; hablen
sus muros de quien pendiendo
jardines están, a quien
llaman pensiles por eso.
Sus altas torres que son
columnas del firmamento
también lo digan, en tanto
número, que el sol saliendo,
por no rasgarse la luz,
va de sus puntas huyendo.
Pero ¿para qué me canso,
cuando mis obras refiero
si ellas mismas de sí mismas
son las corónicas? Luego
recibirme a mí con salva,
al jurarme, todo el cielo;
padecer de asombro el sol
y de horror los elementos,
pues siguieron favorables
a esta causa los efectos;
bien claro está que serían
vaticinios, y no agüeros.
Decir que Menón lo diga,
es otro blasón, si advierto
que ninguno pudo ser
mayor; pues ¿qué más trofeo
que morir desesperado
de mi amor y de sus celos?
En cuanto a que di a mi esposo
muerte, ¿no es vano argumento
decir que, porque me dió
antes de morir el reino
por seis días, le maté?
¿No alega en mi favor eso
más que en mi daño? Sí; pues
si vivía tan sujeto,
tan amante y tan rendido
Nino a mi amor, ¿a qué efecto
había de reinar matando,
si ya reinaba viviendo?
Y cuánto le adoré vivo
como a rey, esposo y dueño,
¿no lo dice un mausoleo
que hice a sus cenizas muerto?
Decir que a Ninias mi hijo
de mí retirado tengo,
y que, siendo mi retrato,
parece que le aborrezco
es verdad lo uno y lo otro;
que, como has dicho tú mesmo,
no me parece en el alma
y me parece en el cuerpo.
Y aunque tú, que en lo mejor
me parece, has dicho, es cierto
que en lo peor me parece,
pues sería más perfecto
si hubiera de mi imitado
lo animoso que lo bello.
Es Ninias, según me dicen,
temeroso por extremo,
cobarde y afeminado;
porque no hizo sólo un yerro
naturaleza en los dos
(si es que lo es el parecernos),
sino dos yerros: el uno
trocarse con su concepto,
y el otro, habernos trocado
tan totalmente el afecto,
que yo mujer y él varón,
yo con valor y él con miedo,
yo animosa y él cobarde,
yo con brío, él sin esfuerzo,
vienen a estar en los dos
violentados ambos sexos.
Ésta es la causa por que
de mí apartado le tengo,
y porque del reino suyo
no le doy corona y cetro
hasta que, disciplinado
en el militar manejo
de las armas y en las leyes
políticas del gobierno,
capaz esté de reinar.–
Mas ya que murmuran eso,
(a uno del acompañamiento:)
parte, Litio, y di a Lisías,
ayo suyo, que al momento
Ninias venga a Babilonia:
verán su ignorancia, viendo
que es próvido en esta parte,
y no tirano, mi intento.
Y ahora a la conclusión
de tus discursos volviendo,
de que vienes destos cargos,
Lidoro, a ponerme pleito,
ya que no me dé a prisión
sólo responderte quiero
que eches bien de ver que aquí
has entrado a hablarme a tiempo
que estaba con mis mujeres
consultando en ese espejo
mi hermosura, lisonjeada
de voces y de instrumentos;
y así en esta misma acción
has de dejarme, volviendo
las espaldas; pues aqueste
peine, que en la mano tengo,
no ha de acabar de regir
el vulgo de mi cabello,
antes que en esa campaña,
o quedes rendido o muerto.
Laurel de aquesta victoria
ha de ser; porque no quiero
que corone mi cabeza
hoy más acerado yelmo
que este dentado penacho,
que es femenil instrumento;
y así le dejo en ella,
entre tanto que te venzo.
Y aunque pudiera esperar,
fiada en aquesos inmensos
muros, el asalto, no
me consiente el ardimiento
de mi cólera que apele
a lo prolijo del cerco.
A la campaña saldré
a buscarte; pues es cierto
que, cuando no hubiera tanto
número de gentes dentro
de Babilonia ni en ella
por Atlante de su peso
estuviesen Friso y Licas,
hermanos en el aliento
como en la sangre, y los dos
generales por sus hechos
de mar y tierra; yo sola
hoy con mis mujeres creo
que te diera la batalla,
porque un instante, un momento
sitiada no me tuvieras.
Y así, véte, véte presto
a formar tus escuadrones;
que si te detienes, temo
que la ley de embajador
su inmunidad pierda, haciendo
que vuelvas por ese muro
tan breves pedazos hecho,
que seas materia ociosa
de los átomos del viento.
Lidoro. Pues si a la batalla intentas
salir, en ella te espero.
Licas. Y en ella verás que tiene
vasallos cuyos esfuerzos
sus laureles aseguran.
Lidoro. En el campo lo veremos. Friso. Sí verás, tan a tu costa,
que llores, Lidoro, el verlo.
Lidoro. Quien menos habla, obra más. Licas. Pues ¡a obrar más! Friso. A hablar menos. Lidoro. Toca al arma. Licas. Al arma toca. Semíramis. Dadme ese bruñido acero;
seguidme todos, y tú,
Licas, ostenta hoy tu esfuerzo.
Mira que anda por hacerte
dichoso un atrevimiento.
Licas. No entiendo a qué fin persuades
a mi valor, conociendo ya mi valor.
Semíramis. No te admires;
que yo tampoco lo entiendo.
Tocad al arma, y en tanto
vosotras tenedme puesto
mientras salgo a la campaña,
el tocador y el espejo,
porque, en dando la batalla,
al punto a tocarme vuelvo.
(Vanse.).
Campos de Babilonia. Fuente: Jünemann, Guillermo. Historia de la literatura española y antología de la misma. Friburgo: Herder, 1913.

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