Revista Diario

Sentirse intimidada

Por Desmadreando @desmadreando

Es superior a mis fuerzas. Lo juro. Por más que intento autoconvencerme que es una tontería no logro superarlo.

No sé como el día de mañana le inculcaré a Critter seguridad en sí misma, si yo no puedo en algunos aspectos. Específicamente en dos. Hay dos cosas que me intimidan. No sé aún si en la misma medida pues no me gusta hendir el dedo en la llaga.

A mis treinta y pocos años aún me sobrecoge el área de aparatos de un gimnasio. ¡Qué tontería!- pensarán en sus cabezas- pero es que es llegar a esa zona y sentirme como me voy encorvando y haciendo pequeñita. Miro hacia el piso e intento llegar con sigilio y disimulo a la cinta de andar. Pero en eso, ¡ZAZ! siempre ocurre, te toman por el hombro y una voz -de esas cargadas de anfetaminas- pertenecientes a un hombre siempre calvo y que parece cargar sandías a ambos lados te dice: ¿Necesitas algo? ¿Te gustaría que te enseñase un entrenamiento?

Y ya es que no puedo. No puedo si quiera mirarle a los ojos. No es por que mire esa musculatura siempre exagerada- y a mí parecer de mal gusto. Si no porque estos “seres superiores” muscularmente hablando me intimidan.

Un susurro sale de mi garganta con un: no te preocupes, sólo buscaba una cinta para ponerme andar”. Y en eso la respuesta que uno no quiere escuchar: te vendría mejor hacer series, bici, estirar el esternocleidomastoideo….y en ese segundo me voooooy.

Obviamente en mi imaginación, porque en la vida real me quedo ahí espantadita. Y me dejo llevar hacia el aparato del mal. El que ayuda a los abductores internos. Y sin darme cuenta estoy sentada en al aparato mientras el entrenador me habla de sus múltiplesventajas.

Yo es que me siento como aquél primer día en el colegio nuevo, donde todos te miran porque saben que eres “nueva” y que eres “ajena” a ese mundo guay de la muscultura perfecta.

Y ya van dos series, y el instructor te sigue hablando mientras que tú simplemente no puedes más. No recuerdas como se llama ese músculo que cuando vas al ginecólogo y te abres de paturrias te tiembla como gelatina pero ¡justito ese está a punto de ponerse a llorar!

En eso llega tu salvación. La chica buenorra del gimnasio. La que va con el último outfit de Nike en color fosforiloco. La que saluda al entrenador como si fuese su mejor amigo (que seguro lo es porque no tiene otra vida más que zumbarse horas para tener esos glúteos perfectos). Y en eso te pregunta si te falta mucho para terminar y tú simplemente dices que ya has terminado pero cuando intentas levantarte las piernas no te responden.

Y vuelvo hacerme pequeñita. Me sujeto con fuerzas e intento salir de ahí corriendo. Y en eso el entrenador propone que porque no hacen las dos juntas pierna. ¿Perdona? No mira yo es que marchaba. Y tú nueva amiga va por dos colchonetas, las coloca en el piso y te deja sin escapatoria.

Cuando la chicaculoparado se pone a cuatro patas a hacer alzamientos de pierna llegas a la conclusión que hay otra cosa que te intimida. La tanga. En el gimnasio. Y sin embargo te das cuenta que para ella no es nada: uno dos uno dos- inhala-exhala. Y ves que la tanga se mueve al unísono del levantamiento de pierna.

Y yo me hago pequeñita. Y me pongo a pensar en hace cuánto no ejercitaba el abductor interno, y en cuánto me duelen las piernas y en cómo es posible que las mujeres usen tanga para el gimnasio sin que salgan con rozaduras dignas de Eryplast.

Simplemente me intimida…¡pero comienzo a notar los resultados!

Sentirse intimidada

 


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