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Ser o no ser

Publicado el 08 abril 2017 por Angeles

Recientemente me han hecho una pregunta que me pareció difícil de contestar. No porque no supiera la respuesta, sino porque no sabía cómo darle forma a esa respuesta. La tenía en la mente, de forma intuitiva, pero hasta ese momento no me había parado a pensar en ello con palabras.

La pregunta era: “Si una persona descarga 1500 ebooks, ¿tiene una biblioteca?”. La cosa tiene su cosa, ¿verdad?
Se supone que una biblioteca es una colección de al menos cien libros. Así que, en ese sentido, se podría decir que quien tiene  mil quinientas  obras digitales a su disposición tiene una biblioteca considerable.
Sin embargo, a la pregunta yo respondí que no, que los libros electrónicos, sean muchos o pocos, no conforman, a mi modo de ver, una biblioteca. Son, desde luego, una enorme fuente de lectura, pero creo que una verdadera biblioteca es otra cosa.Conste que no menosprecio la lectura de ebooks, ni mucho menos. La lectura es, o debe ser, algo tan personal y tan libre que sería absurdo poner objeciones a un medio que proporciona posibilidades infinitas de acceso a la literatura.
Por eso quizá la clave del asunto está en que no es lo mismo tener una biblioteca que  formaruna biblioteca. Porque una biblioteca verdadera, personal, no se forma solo con libros. Una biblioteca se forma también con tiempo. Porque el tiempo es imprescindible para que la biblioteca sea lo que se supone que es: una colección de libros que habla de su dueño.  En cada momento, en cada etapa, nos interesan unos libros o unos tipos determinados de libros. A lo largo del tiempo cambian nuestros gustos, nuestros criterios, nuestros intereses o nuestros medios económicos. Y dependiendo de estos factores, nuestra biblioteca adquirirá formas determinadas. Irá cambiando igual que cambiamos nosotros.Por eso será nuestra biblioteca, única y personal.
Pero en una descarga virtual en masa no hay nada de eso. Falta el interés sostenido a lo largo del tiempo,  la meticulosidad. No hay meditación ni condiciones que nos lleven a descartar un libro a favor de otro… No hay búsqueda, ni reflexión, ni espera… Creo que en muchos casos, cuando se descargan tantos libros de golpe no es porque se desea de verdad cada uno de esos libros, sino simplemente porque se puede.
También creo que con las obras virtuales sólo se puede satisfacer el amor a la lectura, pero no el amor a los libros, que es otra cosa. El amor a los libros es algo más amplio, que además del interés por la obra que se lee incluye también el gusto por el libro como objeto. Y el valor del libro como objeto puede venir dado por muchos factores diferentes: porque es un libro regalado, porque tiene una dedicatoria, porque es una edición especial, porque lleva años con nosotros, porque perteneció a alguien… Luego están los casos de bibliomanía desatada, claro, en los que los libros se coleccionan exclusivamente como objetos, por las peculiaridades de su edición, sin importar la obra que contienen, porque el interés principal no es leerlos. Pero ése es otro tema.
El amor al libro, frente al amor por la lectura, también incluye el hecho de tener las páginas entre la manos, las páginas que se van pasando, que es una forma de tocar la historia que leemos, de sentirla más de cerca. Porque cada obra tiene su tacto particular, su textura propia, y eso se aprecia mejor si lo percibimos físicamente además de intelectualmente. El tacto del libro, me parece a mí, hace que la lectura sea más intensa.
Por estas razones considero que una colección de libros intangibles no es lo mismo que una biblioteca. Pero todo esto no es más que mi visión personal de esta cuestión. Porque, en realidad, qué importa que se les llame biblioteca o no a los libros digitales. Lo que importa en un caso como éste es que  una pregunta interesante puede llevarnos  a meditar sobre algo en lo que no habíamos pensado hasta el momento, como  he meditado yo ahora  sobre estos aspectos de la lectura y la bibliofilia.
Ah, y también importa la opinión de ustedes sobre el asunto.


Ser o no ser

En el ojo del huracán (Storm Center, Daniel Taradash, 1956)




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