Revista Filosofía

Serie individuación - motivo VIII.

Por Juanferrero

Carl Menger. El origen del dinero, inicio.
Existe un fenómeno que desde hace mucho tiempo y de manera muy peculiar ha atraído la atención de los filósofos sociales y de los economistas prácticos; se trata del hecho de que ciertas mercancías (que en civilizaciones desarrolladas adoptaron la forma de piezas acuñadas de oro y plata, junto con documentos que, con posterioridad, representaron a esas monedas) se convirtieron en medios de cambio universalmente aceptables. Es evidente, aun para la inteligencia más común, que la mercancía debe ser entregada por su propietario a cambio de otra que le será de mayor utilidad. Pero el  hecho de que cada hombre económico, en cualquier país, acepto cambiar sus bienes por pequeños discos metálicos aparentemente carentes de utilidad como tales, o por documentos que los representen, es un procedimiento tan opuesto al curso normal de los acontecimientos que no puede parecernos sorprendente que hasta un pensador tan distinguido como Savigny lo encuentre claramente “misterioso”.   No debe suponerse que la formade la moneda, o del documento empleado como moneda corriente, constituye el enigma de este fenómeno. Podemos alejarnos de estas formas y retrotraernos a las primeras etapas del desarrollo económico, o en realidad a lo que todavía prevalece en algunos países, en los que encontramos que los metales preciosos  sin forma de moneda aún sirven como medio de cambio, al igual que ciertos productos tales como ganado, pieles, té, barras de sal, conchas de ciprea, etc.; a pesar de ello seguimos enfrentándonos al fenómeno, aun nos resta explicar por qué el hombre económico acepta cierto tipo de mercancía, aun cuando no la necesite, o aunque la necesidad que tenga de ella ya haya sido satisfecha, a cambio de todos los bienes que ha puesto en el mercado, mientras que, cualquiera que sean sus necesidades, en primer lugar consulta con respecto a los productos que intenta adquirir sus transacciones.   Y a partir de esto sucede, desde los primeros ensayos acerca de los fenómenos sociales hasta nuestra época, una ininterrumpida cadena de disquisiciones con respecto a la naturaleza y cualidades específicas del dinero en su relación con todo lo que constituye el comercio. Filósofos, juristas e historiadores, al igual que economistas, e incluso naturalistas y matemáticos, se han ocupado de este notable problema, y no hay pueblo civilizado que no haya aportado su cuota en la abundante bibliografía que sobre él existe. ¿Cuál es la naturaleza de esos pequeños discos o documentos que en sí mismos no parecen servir a ningún propósito útil y que, sin embargo, en oposición al resto de la experiencia, pasan de mano en mano a cambio de mercancías más útiles, más aun, por los cuales todos están tan ansiosamente dispuestos a entregar sus productos? ¿Es el dinero un miembro orgánico del mundo de las mercancías o es una anomalía económica? ¿Debemos atribuir su vigencia comercial y su valor en el comercio a las  mismas causas que condicionan los de otros productos o son ellos el producto preciso de la convención y la autoridad?

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