La cantidad de veces que se me escaparon frases desmotivantes y agresivas. La de veces que me descubrí siendo irónica y lanzando indirectas. La de veces que ví asomar a los ojos de mis hijos el desagrado y el rechazo a lo que decía.
Tomar conciencia de ello fue el primer paso, aunque probablemente el más sencillo. Después llegó el momento de ponerme a hacer cambios, y entonces me dí cuenta de lo difícil que era, porque realmente eran muchas las veces que yo agredía a los demás con mis palabras.
A ver si te suena esta lista:
- ironía
- sarcasmo
- preguntas retóricas
- dobles sentidos
- chistes que no lo son
- …
¿qué más añadirías a la lista?
Otro ejemplo: comunicarme de forma indirecta “estaría bien que alguien diera de comer al perro” en lugar de pedir directamente “¿X, le pones de comer al perro?”. La primera frase es una forma de presión y manipulación a través de la indirecta y el mal humor, la segunda es una pregunta directa y abierta que permite elegir a quien escucha si lo hace o no.
Evidentemente los niños con los que convives en casa o en el aula aprenden rápidamente a usar esas indirectas para desahogarse o bien para coaccionar a otros niños (o adultos).
Los niños que crecen en entornos donde predomina una comunicación directa y positiva son niños capaces de comunicarse con claridad, tienen facilidad de establecerse unos objetivos y desarrollan una buena autoestima.
Aunque hayamos crecido aprendiendo herramientas de comunicación indirecta y agresiva es posible dar un giro. Para eso es importante conocerte, comprender cuál es tu entorno, los efectos que provocan ese estilo comunicativo y para qué lo empleas. A partir de ahí se puede producir el cambio. Y si no entiendes bien para qué hace falta cuidar tanto las palabras cierra un momento los ojos, mírate con tus 6, 7 o 10 años, en tu entorno familiar o escolar de aquel momento. Recuerda los colores, los objetos, sonidos y personas, los olores. Y recupera las emociones que despertaron en ti frases como “¿no te da vergüenza lo que has hecho?”. Si esta frase u otras te hicieron sentirte humillado, avergonzado, con ganas de venganza… entonces no hicieron de ti mejor persona, y sembraron en ti modelos que seguramente se han convertido en automáticos que saltan en situaciones semejantes con niños. Del tipo peyorativo “eres muy delicadito”, del exagerado “ya veo que pasas de todo”, del chantajista “si quieres comer postre ya puedes ponerte las pilas y acabarte las lentejas”, del catastrofista “¡lo has estropeado todo!”, del retórico-sarcástico “¿cuándo vas a ser como tus compañeros?” y un larguísimo etcétera.
¿Qué predomina en mi forma de comunicarme con los niños? ¿la agresividad y las indirectas o la claridad? ¿qué huella quiero dejar en ellos? ¿qué es lo que no quiero repitan en su vida por imitación de mis conductas y palabras?
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