Revista En Femenino

Si no puedes con tu enemigo...

Por Mamaenalemania
... únete a él, que se dice ¿no?
Pues heme aquí, desde ayer, fusionada al jolgorio carnavalero teutón.
En cuerpo sólo, eso sí, que el alma, por suerte, aún resiste.
No se vayan a pensar que ha sido voluntario, señores, para nada. Bien saben los que me conocen que a mí, eso de las mascaradas y las mutaciones de personalidad, me produce urticaria desde mi más tierna infancia. Ni en la función del colegio, ni en Halloween, ni en las despedidas más solteras. Que no me gusta disfrazarme, vamos.
Supongo que mi rechazo al caratuleo personal tiene alguna explicación freudiana de esas que dejaría a mi madre en muy mal lugar, como podría ser aquel tutú rosa que estrené el mismo día que me echaron de las clases de ballet - por inútil y rebelde, con cinco añitos recién cumplidos -, o ese vídeo que atesora de mis clases de sevillanas y que a bien ha tenido enseñarle a todos - todos - los novios que se me ocurrió llevar a casa.
En cualquier caso, no importa. Comprenderán que, a estas alturas de mi vida y como han podido observar, no le guardo ningún rencor. Pero no me disfrazo ni muerta.
Me consta que mis polluelos negarán resueltos cualquier sentido del ridículo en lo que se refiere a su madre. Y algo de razón tienen, conste, que bien engañados los tengo a ese respecto.
Les canto, les bailo y les pongo muecas. La que más la de asesina, por cierto, pero la debo de tener poco conseguida, que no me funciona nunca.
También les disfrazo, claro está, con toda la parafernalia psicológica que ello implica. O ya me dirán ustedes si no tiene delito delegar en la madre de un niño forofo del Cid o de Spiderman el comunicarle al infante que ese año, en la fiesta de la guarde, toca - ¡ah! ¡se siente! -  cocodrilo o, si me apuran, caperucita ¿no creen?
Así que aquí me tienen, año tras año, acondicionando el terreno anímico de los polluelos para poder encasquetarles la caretita de marras. Intuyo que se lo pueden imaginar; que si lo que mola caperucita, que si te has fijado en qué dientes tienen los cocodrilos, que atento a cómo me quedan las trenzas, que mira qué miedo dan mis escamas, que si esto que si lo otro.
Con este percal ¿cómo no iban a pensar los niños que adoro el carnaval?
Y así ha pasado lo que ha pasado, claro; que yo no les culpo, que me consta que aquí la que va a pagar el pato es la profe. Sí, la profe, por haberles estado pintando la cara a diario durante una semana y, justo después, darles diez días de vacaciones monotemáticas en pleno invierno a menos tropecientos grados.
Que yo ya no estoy para estos trotes, señores, que los asuetos escolares son una tortura para las madres. Mi reino por sentarme un minutito, aunque sea a leer un cuento.
Con este percal no les costará imaginar que, cuando me propusieron hacer de modelo, no pude negarme. Quédate quieta, mamá, que te vamos a pintar de pirata. Cierra los ojos, mamá, que así no te puedo hacer un parche y además es una sorpresa. Pues a qué va a oler, mamá, huele a pinturas, las de carnaval que nos trajiste. ¡Ya estás! ¡Vete a mirarte!
Y me habían dejado bien, no crean, que no les faltó detalle. Parche, bigote, barba de tres días, una cicatriz en la mejilla, todo el pack. Qué tíos, pensaba yo, admirándome frente al espejo, qué control de la técnica, qué opacidad en el negro, con lo que mal que pintan las ceras Bio.
Ja.
¿Saben por qué se llaman permanentes algunos rotuladores?
Yo, ahora, sí.
Y si acaso no muero envenenada por inhalación frecuente de acetona, cuando consiga borrarme los restos de bucanera, la profesora lo sabrá a partir del lunes. Por mis cojonen.

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