Como madre provacunas, que cree que más vale prevenir siempre, no entiendo a los padres de esta criatura y encuentro su comportamiento irresponsable. Tampoco comprendo, en general, los endebles argumentos de los antivacuna. Hay quien pone el acento en este debate en el respeto a las libertades individuales, pero cuando las mismas entran en colisión frontal con el derecho a la salud de cualquier persona, en este caso de un menor, mal vamos.
La vacuna contra la difteria está contemplada en el calendario vacunal en España y se administra junto a otras vacunas. Es decir, que este niño está desprotegido frente a varias patologías además de la que ahora le mantiene ingresado, algunas de las cuales pueden llegar a ser mortales.
Argumentan los antivacuna que las vacunas pueden tener efectos secundarios . Cierto, pero en la balanza pros y contras pesan más las ventajas. Sostienen que no son seguras, aunque los ensayos clínicos demuestran lo contrario. Las vacunas han salvado y seguirán salvando millones de vidas y han contribuido a erradicar
enfermedades espantosas. Por ello, la mayoría de los padres siguen rigurosamente el calendario de vacunación.
Junto al descubrimiento de la penicilina las vacunas son un avance clave de la medicina, por desgracia no de alcance universal. Así, en países del llamado Tercer Mundo la pelea es por tener acceso a esas vacunas que podrían salvar las vidas de muchos niños y que llegan a cuentagotas. Vacunas que en el Primer Mundo algunos deliberadamente niegan a sus hijos. Brutal y cruel paradoja.