Revista Historia

Siglos y siglos...y aún funciona: La Cloaca Máxima

Por Ireneu @ireneuc

Que los romanos fueron unos adelantados a su época es algo que, por sabido, a estas alturas de la historia ya es conocida de todo el mundo ( ver Las ínsulas, los adelantados bloques de pisos de los romanos) y no estoy diciendo nada que se salga del guión. Sin embargo, ya han pasado 2.000 años desde el esplendor de aquella cultura y sería normal que de ella quedasen pocos restos, puesto que el tiempo se ceba -mírese en el espejo- con cualquier elemento humano. Pues bien, no sólo hay vestigios a patadas (sobre todo en la propia Roma), sino que incluso algunas infraestructuras, fueron tan prácticas y bien diseñadas que han llegado hasta día de hoy...¡en activo!. Tal es el caso de la Cloaca Máxima de Roma, la cual, 2.500 años después de su construcción aún funciona a pleno rendimiento. Increíble, pero cierto.

Cuando sentado en tu "trono imperial" escuchas el clic del interruptor de la luz del lavabo del vecino de arriba, no puedes, por menos, que pensar que ese edificio no va a ser estudiado por los arqueólogos del futuro. Bien al contrario. El hecho de que en la actualidad se tenga más en cuenta la obsolescencia programada de lo que se construye (léase, aguanta mientras cobro) que hacer un producto de calidad, indigna tanto más vas descubriendo que cualquier cosa construida anteriormente tiene más visos de durar que lo actual; y el caso de la Cloaca Máxima de Roma, resulta paradigmático.

Siete siglos antes de Cristo, Roma era una vaguada cercana al río Tiber que se encontraba entre las celebérrimas siete colinas. Estas colinas, separadas entre ellas unos pocos cientos de metros, estaban ocupadas por los etruscos, los cuales habían construido las cimas ya que eran más fáciles de defender de sus vecinos. No obstante, cuando los primigenios emplazamientos empezaron a expandirse, se dieron cuenta que el fondo del valle que los separaba era una zona pantanosa y que impedía su propio desarrollo.

Hacia el 600 a.C. -hay quien lo data en el -616-, el rey Tarquinio Prisco se decidió a hacer un canal a cielo abierto que comunicara el fondo de aquella vaguada con el río Tiber. La idea era que todo el exceso de agua drenada de las colinas romanas, fuera canalizada y desaguase en el río para secar aquella zona pantanosa y pudiese ser habitable. Dicho y hecho.

De esta forma, con mano de obra semiesclava (es decir, contrato temporal, cobrando una miseria, haciendo más horas que un reloj y al que no quería trabajar, se le crucificaba -literal-) se abrió un canal de unos 1.500 metros que permitió que aquel espacio llamado Velabro pudiera finalmente ser transitado. Eso sí, como no tenía cobertura, mejor estar atento por si caías dentro.

Con el tiempo, los romanos ocuparon el Velabro, y dado que la gente no hacía más que caer (iban todos mirando sus "tablets" de cera, claro), el canal se fue cubriendo progresivamente con grandes bloques de piedra. Ello creó una canalización subterránea de unos 3 metros de ancho por 4 de alto y enterrado a 6 metros de profundidad que recibía las aguas pluviales, el excedente de las fuentes y las cochambres humanas, llevándolas directamente al Tiber.

La expansión de Roma hizo que el sistema de alcantarillado de los etruscos no sólo no quedara obsoleto, sino que fuera totalmente activo, por lo que se adaptaron y añadieron nuevos tramos de alcantarillas que permitieron drenar toda el área de la Roma Antigua. El Velabro -aún propenso a inundaciones y aprovechado por Nerón para sus ratos de asueto ( ver Nerón y el trozo que le falta al Coliseo de Roma)- había pasado a ser el Foro, con la Cloaca Máxima circulando bajo sus pies. Y hasta tal punto era apreciada la infraestructura que se le dedicó un templete con una diosa particular y todo: Venere Cloacina (la Venus de la Alcantarilla en latín. Los romanos, ante todo prácticos).

Los siglos pasaron, y si a los romanos les fue de perlas (incluso tiraban cadáveres humanos, caso del emperador Heliogábalo y del mártir San Sebastián), a los italianos que vinieron después, ya ni les cuento. De esta forma, recorriendo el suelo romano a 12 metros de profundidad -el suelo ha subido 6 metros desde época antigua-, si bien con derivaciones, anulaciones y apaños varios, ésta infraestructura sanitaria aún es utilizada en muchos tramos tal y como la construyeron los etruscos y romanos, siendo capaz de haber llegado hasta la actualidad. La antigua salida de la Cloaca Máxima al Tiber, situada al lado del Puente Rotto, si bien no está en activo porque el caudal está derivado a la red general de alcantarillado de Roma, aún es visitable (graffitis, vagabundos y crecidas del Tiber, mediante) .

En conclusión, que si se queja que su piso pagado a precio de tocino magro es una castaña pilonga, con paredes de papel y acabados de trapo, que sepa que los romanos hacían construcciones que aún se utilizan en la actualidad. Ello significa que, no es que la humanidad no sepa construir cosas con cara y ojos -nada más lejos de la realidad- sino que, como quien marca la pauta es Don Dinero, su inalienable derecho a la vivienda no es más que un pingüe y deleznable negocio para algunos.

Y a esos sí que es como para tirarlos a la Cloaca Máxima, como a San Sebastián.


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